—¿Te imaginas que ya no podamos escuchar y estemos a merced de la incertidumbre?

Dijo la mujer con una chispa de curiosidad pasmada destellando sobre su ojo izquierdo.

—De solo pensar en que no pueda escuchar la risa de mis hijos, mi música favorita, el sonido de las olas, el llamado de mi esposo gritándome en la distancia diciéndome las cosas que no pude decirme cuando estaba frente a mí, todo eso y mucho más, si perdiera el sentido del oído, no sé lo que haría Mikael.

Mikael miraba hacia la ventana, tomando sorbos de su taza con café mientras observaba al gran árbol que se posa oscilante sobre la colina. Se avecinaba una tormenta de vientos fuertes, el cielo nublado auguraba una furiosa tempestad con lluvias poderosas. Al observar todo el gris paisaje posó su mirada de nuevo sobre la mujer y le contó su opinión ante su inquietud.

—Hay cosas aún más hermosas porque preocuparse en esta vida, por ejemplo, los colores, si los perdiéramos, ¿Qué contemplaríamos?, las emociones, si las perdemos ¿Qué caso tendría estar vivo?, poder sentir a los demás, ¿Qué caso tendría no poder sentir el amor?, es como estar vacío, es como vivir en la nada. No solo el poder escuchar es un tesoro, el solo el hecho de estar vivo es el tesoro más valioso.

La mujer se levanta de su silla con una sonrisa apenas manifestada. Se posó sobre la ventana observando el hermoso nido de aves que se encontraba sobre la rama más gruesa de aquel gran árbol. Observó a las aves revolotear y cerró los ojos soñando de nuevo con la ciudad. Ella quisiera volver a nacer, ella quiere volver a los brazos de su madre de nuevo y poder jugar como una niña saltando, corriendo y gritando sin que la llamen loca.

Miró el nido unas cuantas veces, muchas veces en realidad, y vio en él, la nostalgia de su niñez, pero eso no le hizo sentir triste, al contrario, aquello le permitió vivir de nuevo como si fuera una película realista dentro de sus recuerdos, podía reproducirla con felicidad cuantas veces quisiera.