Las miradas dicen más que mil palabras y lo supe desde el momento en que esos dos ojos sedientos de furia se clavaron en mi cuerpo como flechas. Su tono de voz, la manera de andar y reacciones eran suficiente para entender que se encontraba molesto conmigo. ¿Qué había hecho? A estas alturas he llegado a la conclusión que mi existencia le provoca asco.

Muchos preguntarán por qué sigo con él, o cómo nuestra relación se ha mantenido firme después de tantos disgustos, desilusiones, peleas, horrores y mal entendidos. Pero es cuando te afianzas a la idea e ilusión que tienes de una persona es muy difícil volver a la realidad. A mí misma me digo que estará bien, que no sucede nada. Pero al parecer nada de lo que haga le convence.

Mientras charlábamos en la mesa del restaurante, cada comentario que hacía lo reprendía con una risa irónica. Había perdido mi autonomía sin darme cuenta, poco a poco mi voz se había apagado dentro de la mesa. Alzo la mirada a la mujer que acompaña al hombre con el que él charla, y por unos segundo logro notar su mirada de preocupación e incertidumbre. Es como si su intuición despertara una luz en su cabeza de que algo no anda bien. Por respeto, o quizá por miedo la evito, no quiero que las cosas se compliquen más y él no consiga el ascenso por el que tanto ha peleado.

El resto de la cena transcurre fluidamente sin que yo intervenga. Es lo mejor que puedo hacer para suavizar la situación. No sé qué hice, o en todo caso qué habría de hacer, para que él no mantenga su vista furiosa en mí. Así que me limito a no llamar la atención, mantener la cabeza baja y solo reír a los comentarios que iban de un lado a otro en la conversación.

Con las manos temblandome, abro el auto y me siento con las piernas juntas y un agarre a las mangas de mis vestidos. Impotencia, lo que faltaba. ¿Dónde está el valor que me caracterizaba? ¿La felicidad que inundaba mi rostro? ¿Las ganas de comerme al mundo que impulsaba todos mis caminos?

No hace falta que lo mire para saber que me está comiendo. Su respiración lo dice todo. Puedo oir un poco de todo lo que me está gritando. Parece una toma cinematográfica. Yo mirando al frente del auto tratando de silenciar las paredes en el que retumban los gritos. Por mis oídos atraviesan las oraciones más dolorosas que incluso mi mente en otro planeta no puede ignorar y causan un dolor interno:

- ¿Qué se supone que es ese vestido tan atrevido que cargas puesto? ¿Acaso querías llamar la atención de todos?

- ¿Qué te he dicho sobre hacer comentarios en la mesa mientras yo hablo? ¡Nunca piensas lo que dices!

- ¿Por qué tienes que decir que dejaste los estudios para complacerme? Todos pensarán que yo te estoy manipulando.

- No entiendo, no comprendo qué sucede por tu cabeza, mujer. Nunca te comportas. Siempre me haces que dar mal, joder. ¿Qué hice mal para que esta relación no funcionara? He trabajado muy duro para que salgamos adelante, ¿y así me lo pagas?

Las lagrimas salen solas, no soy consciente cuando hacen acto de presencia. Es muy fuerte todo lo que me dice, ni siquiera las barreras internas que he construido para situaciones como estas soportan tales ataques. No aguanto más y bajo la cabeza, dejando que estas lagrimas caigan en mis muslos como cataratas. Eso a él no le gusta para nada.

Como si hubiera dañado su orgullo, golpea el volante y agarra mi mandíbula con una fuerza manipuladora, esa que caracteriza al monstruo que, según él, había desechado. Pero no, está ahí, saliendo a flote como nunca lo había hecho. El agarre en mi mandíbula se fortalece y tengo una reacción de espasmo ante el dolor. Me libro y puedo ver cómo sus ojos arden en llama.

Tengo miedo de lo que pasará cuando entremos a la casa.

Continuará.