No sabes cuánto te quiero, cariño | Relato

Tuve el presentimiento de que las cosas no mejorarían en la primera visita. Me quedé callado ante los resultados del examen y la miré por un prolongado periodo de tiempo. Sus ojos se perdieron en el vacío de la tristeza. Su boca se mantuvo en una linea recta imperturbable. A duras pena lograba hacer que comiera y sus padres habían perdido algo en su interior. La noticia del cáncer cayó como un balde de agua helada para todos. Recordé cuando mi madre me dijo que en las situaciones tristes siempre alguien tiene que ser fuerte, y ese alguien tenía que ser yo. La abracé fuerte y le dije que todo estaría bien.

Que te detecten cáncer a los veinticinco (25) años no es nada facil. Ella era hermosa. Tenía un cabello rojo natural que desbordaba por su hombro hasta su cintura. Una carita preciosa adornada con pecas que parecían pinceladas sigilosas de un artista en la obra de arte de su vida. Sin embargo, lo que más la distinguía era su belleza interna. La amabilidad era uno de sus mayores atributos, las ganas de comerse el mundo su mejor fortaleza y la habilidad de levantarse ante las situaciones adversas su mejor super-poder. Pero ese día algo murió en ella.

Las primeras rondas de quimioterapia destruyeron sus barreras internas. Mediante perdía el cabello sentía que la perdía a ella. Me alejó sin saberlo, me ignoraba sin quererlo, y yo me hundía por dentro al no tener la capacidad de salvarla. No podía hacer nada posiblemente humano para salvarla de su propia miseria. Miré a los lados con indignación cuando terminó conmigo. Le exigí explicaciones que no me otorgó. Aclaró que era su decisión y que debía respetarlas. El peor error que cometí ese día fue irme sin batallar.

Meses después desapareció de mi rutina. Ya no iba al trabajo que habíamos elegido juntos, dejó de frecuentar los lugares que visitábamos, y por último abandonó las redes sociales. Del solo saber que se encontraba sufriendo y no podía hacer nada me destrozaba el alma. Me enteré por parte de sus padres que las rondas de quimioterapia no habían mejorado nada. Se encontraba en un lugar muy profundo donde ni ellos podían rescatarla. No comía como antes, no sonreía como antes, no vivía como antes. El día que la vi de lejos caminar sin un rastro de vida encima decidí que era suficiente.

Esperé una fecha concreta, una que nos perteneciera a los dos. Las fechas compartidas forman un lazo indestructible para las parejas. Visité cada floristería en la ciudad eligiendo una flor singular y preparé un ramo de flores único, jamás visto. Tomé cada extracto de nuestra historia que quedó fotografiado y los uní en una sola pieza. Elegí una inmensa pancarta y la pinté con un mensaje especial:

Elegí poner los adornos en el lugar que más odiaba. La clínica donde se realizaba las terapias. Llegó con su carita sin emoción y cuando notó mi presencia algo en ella se prendió. Le hice saber que no importa cuánto me alejara, cuánto esfuerzo hiciera por ignorarme o cuántas porciones de cabello perdiera, yo estaría con ella, perdería todo ese cabello con ella. Los momentos fáciles son para parejas normales, ella y yo no lo somos. Somos luchadores, sobrevivientes, amantes de la vida, para toda la vida. Lloré cuando ella lloró, reí cuando ella río y la besé con tanta fuerza cuando ella me lo devolvió.

Hoy, dos años después de que no exista indicio del cáncer en su vida, me despierto a su lado, la veo bostezar, espero que me note admirándola y le digo: