Asustado | Relato

Supe desde el momento en que tomé aquella vía que algo andaba mal. Había estado en el negocio de trasladar personas desde hace mucho tiempo, demasiados para contarlo. Era ya un hombre de mediana edad, que se paseaba por la ciudad llevando a las personas de un destino a otro, de alguna manera era algo poético. ¿Cuántas historias habrán ocurrido y yo era parte de ella? Reencuentros, encuentros, incluso algo terrorífico, sin importar lo que fuese, yo estuve ahí. Eso me parecía emocionante, e incluso increíble, hasta que la realidad tocó la puerta y ahora el protagonista de la historia era yo.

Aquél hombre se montó en silencio, pronuncié las mismas palabras de siempre, con aquella amabilidad que me caracterizaba y el ambiente que pretendía mantener. “Buenos días, ¿a dónde lo llevó?” pregunté. Tardó unos segundos en responder, porque como pude constatar por el espejo superior del auto, escaneó minuciosamente, o más bien inspeccionando los alrededores para verificar algo. Ese algo me causaba mucho miedo. “A la central, a unos 70 metros”, respondió finalmente. Su voz era algo ronca, leve y con cuidado, tratando de no pronunciar más de lo necesario. Mi mente de inmediato me llevó a la paranoia. ¿Y si quizá no quería que lo reconociera? Todo lo hacía con cuidado, incluso cuando se movió de lugar para quedar fuera de mi vista.

No mentiré en decir que tuve miedo. De hecho lo tuve, aunque no quería aceptarlo, desde que me estacioné en aquella calle solitaria, con poca luz y frío, luego de que extendiera la mano y se acomodara en el asiento trasero con delicadeza y sigiles. Había tenido miles de cliente como él, por supuesto, pero había algo, un pequeño detalle que no me dejaba tranquilizarme que ese hombre desprendía. Tanta oscuridad me molestaba, así que encendí la luz. No era mucho lo que alumbraba, pero era mejor que nada. El hombre seguía fuera de mi visión, así que constantemente hacía un movimiento para verificar que había autos detrás y así aprovechar de darle un vistazo. Retroceso tras retroceso cada vez mi corazón se exaltaba. En un momento me pareció visualizar un arma. Por supuesto que tenía que serlo, no había duda. La guardaba muy cuidadosamente en su chaqueta de manera que yo no me diera cuenta. La sacaría, me apuntaría y si hacía un movimiento extraño me dispararía. Empecé a imaginar múltiples desenlaces. En una me lanzaba del auto, y aunque tenía moretones, salía ileso. Pero tenía un apego increíble con aquél auto que no quise hacer nada de eso.

En la mayoría terminaba muerto. Nervioso, aceleré, esperando que las cosas sucediera rápido. Mi cuerpo se movía de manera remota, ni sabía a dónde lo llevaba solo sé que nunca se quejó. Las manos me sudaban en el volante y los cruces entre calles lo hacía de manera torpe, nada que ver con mi manera delicada de manejar. Ya esperaba lo peor, y cuando él se inclinó hacia delante y pude verlo de manera clara, supe que era el fin. En estos momentos lo único que pensaba era en mi familia.

“Deténgase, es mi parada”. Dijo, cuando pasé el poste de luz. Por un momento no supe que hacer, hasta que extendió la mano y me entregó un racimo de billete. Se bajó del auto, cerró la puerta y luego se abrazó con una mujer que estaba en la cera de la calle esperándolo. Sentí como el alma y el color me volvió. Todo estaba en mi cabeza, repetí. Aquella noche me asusté tanto que volví a casa temprano, a dormir con mi familia.