La temporada de sequía ha sido fuerte, nada que llegan las lluvias, los campos están amarillos y las aves no aparecen con sus cantos de alegría. Ya el mes de mayo está bien entrado y nada que llueve, la naturaleza está siendo cruel, ¿será por las constantes metidas de pata del humano? Con toda seguridad es así. Pero la señora naturaleza es inteligente, se sobrepone a todo a pesar del detallazo que tenemos con ella.

El llanero agricultor se apresuró y ya plantó las semillas esperando que la producción sea grandiosa para él y su familia, solo que no han caído las primeras lluvias y el temor de perder una cosecha crece cada día. Con preocupación se recuesta en su chinchorro mirando el cielo, sin nubes que amenacen con derramar el preciado líquido para alimentar sus simientes. Pasan días, el ganado sufre, la tierra se parte, los árboles se quedan casi sin hojas, solo aquellos más fuertes soportan la inclemencia, los perros andan por toda la casa jadeando con la lengua afuera, tal cual hubieran corrido por horas, todo es seco.

La familia duerme, aquel cielo estrellado que revivía con cada anochecer se está ocultando tras una ola gigante de nubes que arropa con gran rapidez la sabana y enrojece la noche, nadie se entera de su proximidad hasta que suenan las primeras gotas que golpean con fuerza el techo de zinc del rancho, para despertar al llanero de un sobresalto.

En medio de la noche sale al patio a comprobar lo que cree que es y por fin llegó, no le importa mojarse, no le importa llenarse los pies de barro, da saltos de alegría porque la naturaleza no lo desamparó pese a la tardanza de muchos días.

El verde regresa a la llanura, los sembradíos muestran los primeros retoños de una cosecha que tardará pero promete ser de las mejores en años, la familia está contenta, el ganado gana cuerpo día a día, los ríos y caños suben su caudal, las aves vuelven a cantar cada mañana con el rocío que deja la sabana. En pocos días lo que era amarillo ahora es verde, la llanura está contenta, vuelve a renacer la vida.