Mi poesía empezó a volverse aburrida cuando dejaste de escribirla junto a mí. Quiero volver a los orígenes; no al pasado, a los orígenes. Aquel lugar donde la magia brillaba junto a las palabras y la pluma era trazada con la porción etérea de tu cuerpo junto a mis mortales manos, todo para describir, aunque más de mi parte que de la tuya, el brillo que existía en tu mirada. Hablo del pasado haciendo alusión a los recuerdos, seguro estoy que ese brillo se mantiene intacto, como la primera vez que lo percibí; y no hay lágrima que derrame luz, ni sonrisa que agote el brillo, porque todo está en la fuente infinita que Dios te dio como alma, y todo es capaz de verse en la fuente infinita que Dios me dio de amor.

Mi poesía empezó a volverse compleja, innecesariamente estilizada. Se volvió vacía. Mis palabras dejaron de ser poesía, porque como lo dijo alguna vez Adolfo Bécquer a su amada: Mi poesía eres tú.

Es cierto hay ocasiones donde escribo hacia aquel soplo de aire que lleva vida adentro. En ocasiones, escribo al tarrito de café que coge mi madre cada mañana, o la cucharada de azúcar que pone sobre la taza de todos nosotros; ella no sabe que el único dulce necesario en nuestras mañanas es su sonrisa; claro, cómo saberlo, nos hemos encargados de no admitirlo en esta vida vacía que llevamos, y por ello recurro a las letras, para derrumbar por medio de palabras, bien sea por tinta o caracteres digitales, todo lo que el ego y la rutina me hacen incapaz de demostrar. Algunas otras veces escribo sobre el ave que canta cada mañana en la ventana de mi hogar, o a las aves, para mí siempre es la misma. Para mí siempre es el mismo sonido que hace bailar a la calma de mi corazón; y si el canto lleva de casualidad una frecuencia distinta, siente mi cuerpo siempre la misma belleza que nace en mí cuando lo escucho: El amor.

Y eso es poesía: Amor. Por eso dejaron de ser poemas mis escritos y dejaron de hacer mis palabras poesía; porque de entre tantas cosas que olvidé mencionar, dejé de mencionarte a ti, y aun peor, ni siquiera era capaz de mantener el hilo de recuerdos al escribir. Entonces, si me permites decirlo, para ser ese poeta enamorado que caracterizó a mi aparentemente ilusoria existencia, seguro estoy que debería afirmar que:

Claro que seré capaz de encontrar el amor en otros lugares; hay cierto encanto en las mañanas, o en los pequeños ojos marrones que a la distancia negros se ven de mi mascota, justo al ajetreo de su cola que parece desprenderse de su desbordante felicidad; allí está el amor, y el más puro, el que ni siquiera pide tenerlo de regreso; lo tendrá con su sólo actuar. También, como anteriormente lo mencioné, en la sonrisa de mi madre, con ese brillo característico de las almas nobles valía para mí la pena mencionarlo nuevamente. Podré encontrarlo en las pequeñas gotas que caen junto a la brisa, o en esa brisa de aire golpeando mi rostro como una caricia. Puedo encontrar amor en la respiración mientras escucho las hojas viajar de un lugar a otro, y en el tacto de la tierra sobre mis pies. Puedo encontrar amor en todos esos lugares, algunos más pequeños y otros más grandes, pero encontrar amor fuera de los ambientes internos como lo son el hogar y el propio corazón, y más aún, en este mundo tan caótico y vacío en el que nos han enseñado a vivir; ser capaz de encontrar el amor, de una manera tan sencilla en ese lindo rostro y esa tímida sonrisa… ¡Eso sí es vida!

Y de esa manera, obviando los detalles que te hacen perfecta, escribo palabras sencillas, entre toda esta simpleza y justo en ti, junto a mi día a día me atrevo a decir: ¡Esto sí es poesía!