Hay días en los que sencillamente no puedo escribir, no es que no quiera, es que mi ánimo no me lo permite, entro en una especie de mutismo, en un intento consciente o inconsciente de reservar alguna energía... sin embargo, me siento frente a la computadora e intento mirar esas fotos que tome el mes pasado, esas que parecen "un caso perdido", es allí cuando más me gusta intentar rescatarlas, y me pongo a tratar de hacer algo por ellas, y ellas noblemente se dejan moldear, responden a mis intentos. Las llevo a los extremos de luz u oscuridad y las voy calibrando, ajustando a lo que sería mi idea de belleza, a aquella idea que surgió en mi mente la primera vez que las vi.

Haciendo esto me pregunto si algo así será lo que ocurre con cada uno de nosotros, somos calibrados, ajustados, llevados a extremos de luz u oscuridad buscando el lugar preciso en el que podamos ser transformados, llevados a esa idea de lo que pudimos, o que podemos llegar a ser.

Es fácil para mí jugar con el editor, me parece como si estuviera pintando, me gusta poder agregar luminosidad en los rincones oscuros, avivar los opacos, matizar los intensos... me gusta subir la temperatura a los colores, luciendo un eterno verano, viendo esa ligera luz amarilla, naranja, que se difumina entre los demás colores, esa impresión de calidez.

La foto no se resiste, se queda quieta... ya está tomada. No es como cuando voy con la cámara y todo está en pleno movimiento para mí, apareciendo y escapando a la vez, como ese pajarito en la rama, que se detiene un instante y luego huye.  La imagen una vez capturada puede ser un logro o una decepción. Pero no todo termina allí, aún queda tiempo para ella.

Me pregunto, ¿por qué a veces algunos nos quedamos como una imagen congelada que se resiste a ser mejorada, pulida, quizás transformada...

Cuando no puedo escribir, aún puedo mirar las fotos, y soñar, y pensar…