Es abrumadora la cantidad de problemas que pueden derivarse por querer tener el control, desde el aparato que función para cambiar los canales del televisor hasta la actividad supervisora que implica la verificación necesaria en los procesos.

Querer tener la razón siempre es un problema mayúsculo y quien ha sido siempre controlador le cuesta despegarse de esa manera de ser, se siente disminuido, que le quitan un derecho, puede llegar incluso a deprimirse por sentir que otro es quien ejerce lo que siempre consideró que le correspondía. Es también el tipo de persona que suele etiquetar al otro con el mote de “controlador”, solo porque advierte que en un área donde siempre tuvo influencia ahora debe esperar las aprobaciones de terceros.

En la familia el inconveniente que se genera entre los que intentan controlar y quienes se sienten controlados puede pasar a mayores y convertirse en una situación generadora de conflictos: comportamiento este muy incómodo para la paz familiar.

Analicemos más de cerca: cuando alguien siente que no tiene el control de prácticamente nada, puede afectarse, asumir sentimientos de derrota o desvalorización. Cada uno necesita sentir que tiene aspectos de su vida que son de su propia responsabilidad, en los que no acepta intromisiones de terceros: decisiones de trabajo, manejo de su economía, distribución de su tiempo, entretenimiento, entre otros. Por supuesto que estamos hablando de personas centradas con competencias de adultos.

Es común, por ejemplo en los hogares, que sean los padres quienes tengan el poder de direccionar las acciones que tienen que ver con los hijos. Paulatinamente a los hijos mayores se les va asignando algunas responsabilidades que implican la atención a los menores sobre aspectos que podrían generar algún tipo de riesgo. Una hermana mayor, por ejemplo, puede actuar y hacer correcciones a los más pequeños acerca del uso o abuso de algún producto o artefacto, u otra situación que amerite su atención. Los padres atentos observarán que esas exigencias no tengan que ver con caprichos personales sino que sean producto de situaciones lógicas y necesarias que se presentan en todo hogar.

No obstante la no observancia de estos detalles ha hecho que a veces se presenten situaciones de control exagerado, a veces de hermanos menores hacia los mayores, que obtienen a través de berrinches las ventajas para hacer lo que les plazca. Quien ha sido criado en un hogar con estos comportamientos erróneos, podría desarrollar sentimientos adversos para la aceptación de recomendaciones, sugerencias o reglas de mando en cualquier situación laboral.

El control es un mecanismo necesario en todo grupo humano para que se verifiquen lo que previamente se ha establecido como necesario, sin él las personas se comportan a su libre arbitrio y al no haber el empoderamiento: las estructuras, instituciones, comunidades o establecimientos se deterioran al no existir una verificación que determine los errores y aciertos que se han logrado.

En las familias este control no puede ser gestionado por una sola persona porque las rivalidades que se generan pueden hacer incómoda la convivencia. Es necesario ponerse de acuerdo y asumir que hay aspectos donde no se tiene competencia y es mejor delegar esa supervisión al otro. Que hay también situaciones simples que no es necesario asumirlas como propias sino delegar a otros su accionar sin que esto signifique que se está perdiendo poder.

La comunicación y el respeto mutuo, surgen aquí como los principales aliados a la hora de ponerse de acuerdo en qué espacios se puede compartir la responsabilidad, cuando alternar, cuando aflojar, cuando apretar, cuando dejar libre y cómo aprender a aceptar la libertad del otro sin que eso signifique una pérdida personal.