Cuando Dios es mujer (la lucha por la conciencia en el film Thelma)

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Pronto la figura del miedo se transforma en un aspa ventolaria, que recicla la rabia y trae tras de sí la imagen sumisa de la desconfianza. El autoestima es una trampa. También una disfuncionalidad del miedo y el yoismo. Desde los traumas, heridas veloces que desde el recuerdo, o la conducta modelada, expulsan y atraen, como respirando, años de frases hirientes, o de contenciones ante la pétrea funcionalidad del conservadurismo cultural: el que no deja entender la naturaleza de las cosas, ya sean fenómenos o personas.

Y ellos tendrán sus razones: la niña cierra los ojos y piensa, y al hacerlo, porque es niña y el impulso de la imaginación la hace zozobrar por inexperta, nace la tragedia. Tragedia es ignorancia más impulso. La mujer, Thelma, como nostalgia de un querer entender, que va en los dogmas católicos, patriarcales en médula, que es ya decir, para someter, encausar la fuerza y reprimir. Ellos tienen razones para desdibujar caminos nuevos, y tendrán también razones para dar permanencia en el tiempo a lo que creen debe ser la vida que ha funcionado hasta hace pocos años, para algunos: disciplinados sumisos y cobardes. Los tiempos cambian, así ellos no quieran. Thelma es el afán de los cambios, los deseos de liberación, esa mar silenciosa que se ha ido llenando: han ido derritiendo sus polos, y viene a reclamar espacio en la tierra.

La película, cruda, fría, lleva el amor como norte, cuando éste también es perdón cuando llora y recuerda, y miedo cuando voltea y trata de regresar por donde vino. El amor, el verdadero amor, solventa las dificultades de las nuevas fortalezas, cuando la mente de Thelma se paraliza en el temblor de la ansiedad, de la lujuria, y busca en las vueltas del hacer y deshacer la calma, que no es más que una justicia plena, inocua. No hay capricho en su deseo. La muchacha sabe o intuye que su cabeza es un peligro, que el pensamiento es fuerza destructora cuando no se entiende o se deja entender el nuevo camino del amor y la vida.

Este film noruego captura, desde el suspenso, lo que significa ser mujer en un mundo hostil, sin necesidad de hacer alarde de inocencia. Ya Joachim Trier, su director, había tocado la sutilidad ácida de la moralidad establecida en Más fuerte que las bombas (Louder than bombs, 2015). Aquí, desde una visión más concreta y constructiva que la que dejara Carrie (1976) con De Palma, hay la muestra de la fuerza avasallante de la sexualidad: el poderío hormonal que urge en su satisfacción y que exige, además, el establecimiento de conexiones, sí, morales, para entender que todo tiene consecuencias. El conocimiento libera el deseo, prisionero al nacer de su propia fuerza. El deseo consciente es libertad. Thelma, desde su sobrenaturalidad, desde el sacrificio de soltar amarres, por muy entrañables que sean, predica que la femineidad tiene muchísimo más que sexo y desnudez. Es una exploración desde la piel, un cerrar de ojos y un despegue formal del espíritu.

Thelma, 2017.
Director: Joachim Trier.
País: Noruega.

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