Retrato de la Duquesa
La duquesa esperó a que se marcharan los criados y tiró la tela del cuadro.
Sí, esperaba ver en él lo que había visto en el espejo durante años.
Por muy hábil que fuera un artista, no podría deshacer lo que la naturaleza le había concedido. O la había castigado.
Las orejas antinaturalmente prominentes, la fea nariz respingona, la frente de mono, la verruga en la mejilla....
¡Y los labios! Simplemente no están ahí. Por eso, la boca siempre parece abominablemente comprimida en una fea mueca ....
La duquesa bajó las manos con impotencia y se acercó al cuadro.
Se le hizo un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Dios, qué asquerosa soy». - pensó. - Ni siquiera un eminente pintor podría encontrar en mí algo que no fuera tan feo....».
La Duquesa se apartó una lágrima y quiso volver a cubrir el cuadro con el paño...
Pero de repente su mirada se posó en el pequeño capullo de rosa de su mano derecha.
«¡No llevaba nada en la mano cuando posé!». - La Duquesa se agachó para ver más de cerca el capullo.
De repente le pareció que el lienzo se ondulaba y que el capullo de rosa cabeceaba imperceptiblemente. Incluso pudo oler el mágico aroma a rosa que emanaba de la diminuta flor.
La Duquesa acarició suavemente el capullo pintado con la palma de la mano y lo besó.
«Tú, pequeño milagro -dijo dirigiéndose a la flor-, me sobrevivirás a mí y a muchos de mis descendientes. Algunos se reirán de mi fealdad. Pero ninguno se atreverá a llamarte fea. Eres mi caballero. Eres la pieza central de mi retrato. Y gracias, querido artista».
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL.com