La oración, el camino a la paz

Era el siglo I d.C y la Iglesia Primitiva crecía en medio de la persecución, las autoridades Romanas y religiosas del tiempo parecían no darle tregua al grupito que “trastornaba el mundo”, en medio de latigazos, laceraciones, decapitaciones y otros medios de torturas, los hijos de Dios no tenían descanso. El libro de los mártires de Fox relata con lujo de detalles las experiencias desgarradoras padecidas por los cristianos.

Pedro era uno de los que sufría esta fuerte persecución, los líderes judíos no quitaban su mirada de él, fue apresado y azotado en diversas ocasiones… “pero la Iglesia hacia sin cesar oración a Dios por él”. En medio de la angustia la Iglesia Apostólica crecía y se fortalecía, todo esto a causa del Espíritu Santo, el cual los llevaba a una ferviente vida de oración en comunidad, la angustia que estos podrían sentir a causa de sus perseguidores era contrarrestada por la gratitud que les impulsaba seguir al Señor. Teniendo la Iglesia esta convicción tan fuerte no es de asombrar la actitud del Apóstol Pablo frente a la tribulación “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” y seguido a esto encontramos una hermosa promesa “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”

¡Sería un gozo inalterable si viviéramos esta Palabra! Si ante la desesperación no recurriéramos a nuestros propios medios sino a los brazos de nuestro Dios Omnipotente, sin duda alguna allí nuestros pensamientos serian esclarecidos, nuestros rostros alumbrados y nuestra alma entraría en su hermoso reposo, justo donde reconocemos el momento de recurrir al Señor experimentaremos esa paz en Cristo Jesús.