Croché: Breve apreciación de los finales
Nunca he sido amante de los finales
pero me gustaría conocer
el final de tu boca,
de tu lengua también.
Aunque esos finales son imposibles de conseguir.
El final de tu sonrisa,
que se veía malévola y erótica a la vez,
era el final que más me gustaba entonces.
Y el final de la calle
que recorrimos juntos una noche
como dos “autonautas de la cosmopista”.
Dos viajeros perdidos.
El final de ese viaje
ha sido uno de los más agridulces.
Existe algo poético en el hecho
de no haber rozado el final de tus dedos con mi cuerpo,
solo porque la poesía es una hija de puta.
El final de las escaleras
significó haberte perdido de vista
para siempre.
El último libro que te recomendé,
y que quizás nunca leas,
es la parte más importante de mí.
La más desnuda
que quedó para el final.
Los últimos minutos del día
son los que más me inundan de ansiedad
porque le temo a la noche
porque no ha podido ser más oscura que yo.
Y vivir cada segundo con alguien así
es algo digno del temblor y las lágrimas.
Y el final de la lágrima que roza mi boca
siempre lo presencio
en soledad.
El final de cualquier libro
siempre será el más amargo,
“Como la vida misma”,
y por eso busco nuevamente entre sus páginas
las palabras que se me escaparon de los ojos.
Los finales felices
aún no los conozco.
El final del verso que escribo
es el que más me eriza la piel,
porque no sé con quién estoy siendo sincera:
Si conmigo,
con la página en blanco
o contigo;
y esa confusión es como un éxtasis para mí.
El final de las risas
es el que más me conmueve,
y me deja con ganas de decir
lo que nunca he dicho a nadie.
Ni diré, seguramente.
El final de las miradas a los ojos,
lo invento cuando siento
que me están cavando en el alma.
¡Y vaya ojos que tienes!
Que son déspotas y dulces.
Y el final del arco
“que bordea tu iris”
es la única ventana hacia el infinito.
La muerte es el final
que más me intriga y me aterra,
porque la he visto pasearse frente a mis pupilas,
pero no la conozco de cerca.
Nunca he sido amante de los finales
porque no sé cómo escribirlos,
porque nunca son justos ni adecuados,
porque no sé cuándo vienen
pero tengo que verlos después de haberse ido.
Los finales siempre se van
pero yo
sí quería que te quedaras.