Cervantes Magazine Vol 24: Literatura

in #spanish6 years ago (edited)

Es uno de los escritores más famosos y millonarios, muchos no se explican cómo, ni por qué, argumentan que es un mal escritor, ¿qué lleva a sus lectores nuevos y viejos a devorar sus cientos de historias? Stephen King tal vez tenga una clave: aflora los miedos ocultos, miedos que por lo general se gestaron en la infancia y permanecen latentes en la adultez.

“Yo tuve una infancia muy rara”, King, Mientras escribo 2002



Al margen de lo que se pueda decir sobre la calidad de las obras de Stephen King, que son auténticas basuras, o como lo dijo él mismo que es el “equivalente literario a un Big Mac con papa fritas”, la mayoría de sus narraciones son entretenidas y conectan con la media lectora, provocando escozor y ampollas a los escritores y lectores del establishment literario. Más allá o más acá (usted elija), la obra de King tiene un mensaje implícito referente a la infancia. Es de los pocos autores que redunda en el tema al tomar a los niños como personajes, y que como es de esperar, no protagonizan historias para niños.

En 1986 publicó It (Eso), una de sus más ambiciosas novelas (superada en extensión y no en calidad, a mi juicio por Apocalipsis), con una trama más compleja a lo habitual que hace recordar un poco la estructura narrativa de Luz de agosto de William Faulkner (calmados, solo he dicho estructura), con la diferencia de que King identifica los saltos en el tiempo mientras seguimos las trágicas vidas de los 7 protagonistas que se autodenominan con orgullo “Los perdedores”.

De los 7, una es una chica, Bervely Marsh y en la cual nos centraremos debido a que ofrece varios puntos de interés y no solo por el hecho de que sea mujer o pelirroja. Al principio de la novela, en 1985, Bervely quien de niña fue pobre, es asistente de diseños de moda, se ha casado con un hombre, Tom, el cual la manipula. En este capítulo que se titula “Bervely Rogan recibe una paliza” (p. 142) se narra la forma en la que la pareja se conoció, y los atributos que llamaron la atención de él: “muy deseable [las mejores tetas que Tom había visto en su vida] y muy vulnerable”. Esta vulnerabilidad se irá exponiendo paulatinamente, lo cual Tom detecta como si fuese algún signo (bastante vago pero reconocible para sí) del síndrome del niño maltratado: “[…] el modo inquieto de mover los ojos, sin mirar nunca de frente a la persona con quien habla, dirigiéndole la vista solo de vez en cuando, para apartarla de inmediato; por su costumbre de frotarse suavemente los codos cuando se ponía nerviosa; por sus uñas… porque se las come” (p.146). Tal vez como acto simbólico de liberación femenina, Bervely fuma, cuestión que hace enfurecer a su marido, que quizá también lo ve así, o simplemente es la excusa idónea para maltratarla.

Los maltratos van desde verbales a físicos, quedando como un juego previo al acto sexual o lo que algunas parejas entienden como “hacer el amor”, y otra vez se reinicia el maltrato por celos, hasta que Bervely debido a una llamada de sus amigos de la infancia tiene que marcharse y dejar al marido, lo que cabe preguntarse qué habría pasado si esa llamada no se hubiese dado nunca.

Al llegar a Derry, Bervely recuerda algunas cosas que le pasaron cuando era niña con las que Stephen King continúa zurciendo su teoría sobre la importancia de la infancia al contraponer los tiempos: descubrimos que ella vive con su padre, un hombre manipulador que justifica sus acciones repitiéndole que “no hace nada en la casa, no sabes cocinar, no sabes coser… Me preocupas” (p.528). Esta supuesta preocupación (chantaje emocional) va encaminada a una sarta de maltratos explícitos y otros entredichos cuando la madre de Bervely le pregunta si el padre “[…] ¿alguna vez de toca?” y ella se queda desencajada, y se dice a sí misma, o solo es una información del narrador que “su padre la toca todos los días” (p.537). Al igual que su marido Tom, el padre la acusa de fumar, previamente cacheteándola y luego exigiéndole que se quite los pantalones para “[…] ver si estás intacta” (p.1196).

Comparando ambas historias, se pueden notar las conexiones y a su vez, la intención del autor de correlacionar los actos del adulto con la infancia. Numerosos estudios han confirmado la importancia que tienen estos hechos en el desempeño del hombre en su vida diaria. Lo que llama la atención es la teoría expuesta por King, ¿el adulto busca/necesita reproducir el entorno antiguo para poder subsistir aún cuando este le haga daño? De parte de Tom lo expresa así: “Hasta es posible que [...] algunas mujeres deseen que [las] derriben” (p.146). Algunos dicen que este comportamiento tiene que ver con que la persona se siente insegura al estar en ambientes distintos al que tuvo cuando niño, los patrones son calcados, y en algunos casos “mejorados”, es decir, el abusado pasa a ser un abusador, como es el caso de Tom, el esposo de Bervely, que al ser el mayor de cuatro hijos de una madre soltera, recayó en él las responsabilidades de un padre familia, a lo que con sus once años, si no cumplían con alguna, por muy nimia que fuese, recibía su castigo cuando los demás niños dormían, “Ven, Tom, tengo que darte una paliza” (p.156).

Ahora bien, ¿estos hechos justifican con creces las acciones de uno u otro? Habría que preguntarse si dicho comportamiento obedece a esa maldad que parece estar latente en cada quien y que los niños en la novela llaman Eso, o es que en verdad como dice otro de los personajes “Los verdaderos monstruos son los adultos” (p.1016), y poco se puede hacer.

Ysaías Núñez


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Ojalá y algún día me encuentre en físico el libro, para comprarlo y leerlo a placer. Gracias por tu dato ;)

Es una historia entretenida, lo he leído dos veces, casi tres con esta para escribir el artículo jeje.

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