De niña solía atemorizarme en demasía el tema de la muerte. Creo que estuve muchas veces al borde de "cruzar el río". Lo que más me hacía sentir ansiosa era lo sola que debía estar en un sepulcro por la eternidad.

Así, que, mis estimados amigos, cuando logré comprender que la eternidad es una extensión del tiempo y el espacio lleno de esperanzas inimaginables, el temor a la muerte ya no tuvo más influencia sobre mí.

Tanto me inspira este tema que decidí escribir unos versos. No a la muerte, si no a la esperanza que gané en torno a ella.

¡Vencida fuiste!

Ya no tienes en mi vida efecto,
tus mentiras hoy son polvo para mí.
Se ha borrado de mi cuenta el presupuesto
que me mantenía atada, sin opción, a ti.

Tú decías que tenías perfecto
predominio y poder completo en mí.
¿Qué te cuento? Alguien vino, y en efecto,
me ha hecho libre de tu señorío al fin.

No me asustas ya, ¡Oh Muerte!, y mis defectos
se han lavado en un rojo carmesí,
de la sangre bendita del Perfecto
que está a la diestra de Dios en su cenit.

Ignoraste, Muerte, que en el predilecto
Jesucristo, vida hallaría sin fin.
Omitiste que en su gracia “no estoy muerto”,
¡Ahora vivo! Mi esperanza no reside aquí.

Más en Su Palabra, testimonio eterno,
yo confío, no busco más que elegir.
¿Dónde se halla tu aguijón suspecto?
La victoria que tuviste murió allí.
En la escena del Calvario tus efectos,
todos ellos, se anularon. ¡Viva! ¡Sí!

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