Comida para ratones (Cuento corto literario)
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Anastacio Benavides se encontraba sentado en una pequeña mesa de la cocina, donde su hija Laura Benavides, mujer que a pesar de sus 45 años aparentaba tener menos edad, y su nieto Manolo Cardania, un albañil de 21 años, un hombre siempre al cuidado de su abuelo y su madre, le cantaban su cumpleaños número 80, lo celebraban con un pastel hecho por su hija, éstos eran los componentes de esta familia que habitaban una humilde casa en las afueras de la ciudad.
Anastacio miró hacia una pequeña vitrina decorada con vasos y una botella de ron, que al menos tenía unos 30 años en casa, “pásame esa botella de ron Manolo, creo que es hora de tomarla, porque a decir verdad no sé si estaré el año que viene con ustedes, porque creo que pronto Dios me llamará”, Manolo ripostó al instante: “Abuelo qué cosas dices, a usted todavía le quedan muchos años de vida”, al destapar la botella Anastacio le pidió que fueran al pequeño patio en la parte posterior de la casa, un lugar donde al viejo le gustaba pasar su tiempo, arreglando una que otra matica, y siempre sembrando cualquier cosa.
A medida que transcurría la conversación con su nieto, y los palitos que se le subían a la cabeza, le manifestó tener que confesarle algo que hasta ese mismo día nadie sabía, Manolo con cara de asombro decía “No me asustes abuelo, pasa algo malo, debe ser algo delicado ya que siempre nos lo hemos dicho todo”, Anastacio con la vista fija dijo: “No todo hijo, no todo, esto lo he guardado toda mi vida, y quizás ustedes de alguna manera me inspiraron hacerlo, por querer darle un futuro mejor a ti y a tu mamá, y por supuesto a mi querida vieja que debe estar en el cielo”.
El viejo había dedicado parte de su vida a trabajar en un gran almacén, día tras día se había ganado el cariño de sus jefes así como de sus compañeros de labores, el lugar estaba escondido bajo una gran tienda en el centro de la ciudad.
La puntualidad y el respeto fueron la clave para que los dueños del lugar depositaran toda la confianza y convirtieran a Anastacio en el contador del negocio de las grandes cargas que llegaban y del dineral que tenía que contar en efectivo, era todo un señor que solo estaba dedicado a su trabajo para levantar a su familia.
Doña Esther Balbina, esposa de Anastacio, había dedicado toda la vida a las labores del hogar y atender a su esposo, éste siempre le decía que ambos tendrían una vejez muy feliz, que serían ricos y viajarían por muchas partes, la señora Esther hacía 15 años que había muerto de una enfermedad, lo que hizo entristecer al viejo que siempre murmuraba recostado a una pared: “Vieja si no fue tuyo tampoco será mío”.
Anastacio siempre fue un esposo ejemplar, un buen padre, y más aún, un gran abuelo, se dedicó a su hogar ganándose el respeto de quienes lo conocían, su hija quien había quedado embarazada de un hombre que la abandonó al conocer su estado de gravidez, siempre contó con el apoyo del viejo roble, que en ningún momento abandonó a su muchacha, aunque el estado de su hija en esos tiempos eran todo un tabú en la sociedad, él supo enfrentar el mal momento y siguió adelante.
Ya con los tragos encima y con lágrimas en los ojos le comenzó a contar al nieto de cómo día tras día tomaba dinero de su lugar de trabajo para ir amasando una gran fortuna, Manolo totalmente sorprendido le decía “Abuelo creo que los tragos te hicieron daño”, “No en ningún momento me he sentido mal por los tragos, es que al pensar en tu abuela solo quiero ir y acompañarla al cielo, y supongo ahora ese será el viaje más largo que haga con mi Esther, y además todo lo que te digo es cierto”.
Y así el viejo soltó y comenzó a contarle a su nieto el gran secreto de su vida: “Al tener el privilegio de quedarme solo para contar el dinero, con el cuento de no distraerme y equivocarme, día tras día tomaba dinero, lo tomaba, porque eso no era robar, le entregué años de mis servicios a esa gente y siempre fui mal remunerado, una que otra paca, hasta dos y tres en una jornada y la ponía entre el periódico que siempre llevaba entre mi brazo, ya que nunca me revisaban por la confianza que me tenían”.
“Recuerdo una vez que me había pasado de trago, por supuesto, siempre yo en silencio, se había perdido una paca, el jefe dijo nadie sale ni entra, el bulto estaba un poco gordo entre mi brazo, te juro que si no salía en ese momento comenzaría a sudar y me descubrirían, pero al ponerme al lado del portero éste me dijo: salga don Anastacio usted no tiene nada que ver en esto, fue por el único traspiés que pude haber pasado”.
Manolo, confundido por todo lo que oía de su abuelo, aquel hombre tan respetado pudiera haber hecho algo así, le dijo “dame otro trago y sigue contando abuelo”.
“Fíjate ese dinero cada amanecer lo fui guardando para que nadie ni siquiera levantara la menor sospecha, si tu abuela me hubiera descubierto creo me habría matado o me habría obligado a devolverlo. Ella que siempre fue tan correcta no creo hubiese soportado el que yo hiciera algo así”.
“Recuerdo el último día en que trabajé allí, la policía había allanado el lugar, aunque con muy pocas personas adentro ese día, esa vez el periódico lo tenía en el bolsillo del sobretodo, en una fila nos pusieron a todos para que abordáramos una patrulla, todos según decía un sargento estábamos detenidos, al verme pasar me señaló: “Usted no déjenlo salir, no sé qué hace este señor aquí, abandone el lugar, ese habría sido otro escape por mi forma de ser, que inspiraba no sé si respeto o lastima, lo cierto es que siempre salía del peligro sin dificultad, siempre le daba gracias al Señor, tanto al salir como al entrar a casa”.
“De esa forma pude acumular mucho dinero, que ahora será para ti y tu madre”. Manolo le fue a preguntar: “Abuelo”, sin dejarlo hablar le contó: “Ya sé lo que vas a preguntar ¿dónde escondí el dinero?”, “Sí abuelo eso era lo que iba a preguntar”, “Ves esa pared que divide mi cuarto con el patio, en esa pared fui atesorando mi fortuna, entre esos bloques dentro la pared está todo el dinero el cual podrás usar para lo que quieras”.
El viejo cansado se fue acostar a su cuarto dejando al muchacho sorprendido por lo que le había contado el abuelo.
Tres semanas después una mañana, Laura algo preocupada porque su padre no estuviera despierto, fue al cuarto y encontró que el viejo Anastacio había ido hacerle compañía a dona Esther en el cielo, dejando el secreto de su vida a su nieto, para que él y su madre tuvieran una vida mejor.
Dos meses después Manolo le había contado todo lo que su abuelo le había dicho a su madre, ésta no podía creer semejante historia, y se rehusaba aceptar ese dinero mal habido, discutía reiteradas veces porque ella no sería parte de lo que su padre había robado.
Manolo le insistió tanto a Laura, su madre, que ésta le dijo: “Haz lo que tengas que hacer, pero no cuentes conmigo”. Este comenzó a derribar la pared en busca del tesoro escondido, su madre reprochaba lo que estaba haciendo y se alejó del lugar.
De pronto, mientras Manolo tumbaba la pared, soltó un grito llamando a su madre, que se pudo haber oído al otro lado de la ciudad, Laura despavorida corrió hacia la casa encontrándose con la decepción de su hijo y la escena, miles y miles de papelillos del dinero que se habían convertido en comida de ratones, la fortuna se la habían repartido entre dientes los roedores por los bloques de la pared.
Laura en el fondo sintió cierto alivio ya que no quería nada con ese dinero, Manolo habría comentado a la madre: “Qué bueno mi abuelo nunca tuvo que tumbar la pared, se fue con su secreto al cielo, al final acompañó a la abuela sin nunca tocar ese dinero que tú no querías mamá”.
Laura lo abrazó y se sintió orgullosa por lo que había escuchado de su hijo.
Bonito cuento, gracias por compartirlo.. saludos