Concurso Cervantes 9ª Semana: Pasión flamenca

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Yo visité España en 2009. Vi por primera vez unos bailaores sobre un tablao en un bar cercano a la Plaza Mayor, tomando vino y degustando tapas. No puedo evitar fusionar los recuerdos de un atardecer otoñal en las tierras aledañas a Madrid, de vegetación sencilla y suelo casi llano, casi infinito; donde es fácil recrear a Don Quijote y Sancho Panza cabalgando hasta alcanzar el preciado entuerto a enmendar. Quizás hasta oír el ladrido de perros anunciando su proximidad. Digo esto porque el escenario de la obra Iberia, es como esos atardeceres, de anaranjados, rojizos, ocres y amarillos; el mismo fondo que se veía en los carteles de corridas de toros que recuerdo de mi niñez los noviembres en Maracaibo cuando habían corridas de toros en la Feria de la Chinita.

Así, descrito el ambiente en la obra Iberia, un tropel de bailaores se organizan en forma triangular, tras la marcha de sombras que se proyectan en los parabanes. Un violonchelo anuncia con insistencia, con prisa, el inicio del baile. El arco sobre las cuerdas es un encanto de poesía sin palabras; invita a hombres y mujeres a formarse en grupos del mismo género o parejas que se desafían con la mirada, y se invitan a abrazarse, mientras giran y golpean el piso con sus tacones para replicar el gemido ronco de las cuerdas.

Contemplar este baile tan hispano, es comprender la mixtura de las culturas que se fusionan en la península ibérica, tras casi un milenio de convivencia entre moros, judíos y cristianos: El gusto por el baile y la música de los judíos, el ímpetu de una mirada arábiga y la devoción por lo que se cree de los cristianos. Es así como gitana y payo, se dan las manos para mirarse y jurarse en silencio, un amor tan sublime como carnal, sublime porque comparten el gusto por la danza flamenca y los dramas de García Lorca, y carnal porque es imposible mantener aquietado el corazón y la sangre bajo la piel ante tanto ritual de desprendimiento del cuerpo y el alma.

Quiero hacer homenaje a Sara Baras, Sara “princesa de las naciones”, y José Pepín Serrano, José “añadido por Yahvé”, dos excepcionales bailaores que ponen el alto la herencia hispana, su multicutural manera de existir, y que con la presencia española en América a partir del siglo XV, también nosotros la tenemos por sucesión. Lo escribe alguien quien se siente orgullosa de llevar algo en sus venas de española; alguien que ama su idioma, gusta de la comida con mucho ajo y aceite de oliva y toma la siesta todos los domingos por la tarde.

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