A ti que ya no estas, pero que nunca te has ido.

Te escribo y no sé si algún día logres leerme. Te pienso a diario y siempre estás presente en cada una de mis desiciones, no es religión, es amor a ti qué te has ido pero no del todo. He buscado mil maneras para no llorarte, pero es imposible decirle al corazón que no llueva recuerdos. Ya no recuerdo tu voz y se me dificulta tu figura, pero sé que eres igual de bella que cuando nos dijimos adiós. Te fuiste pero realmente nunca te olvide y solo de esa manera sigues viva en mi mente.

No suelo hablar de ti porque se me corta la respiración al pronunciar tu nombre y saber que ya no estás, pero cada vez que lo hago se me dibuja una sonrisa de solo imaginarme charlar contigo, en medio de tus telenovelas, con una taza de café y un corto pedacito de pan.

Gracias por las vivencias y las experiencias, gracias por el aprendizaje y las buenas marcas de las chancletas en las pierdas. Fueron tus regaños y tus halagos los que no permitieron que el rechazo de la sociedad me pisará y me derrumbara.

Hoy te escribo a ti, quien por mucho tiempo me sostuvo en sus brazos y jugaban a ser abuela mientras fracasaba en el intento convirtiéndose en mi segunda madre. Eras tú, tan llena de vida, tan preocupada por los demás que hasta se olvido de sí misma.

Gracias por el bocado que sacaste de tu boca para que yo no quedara con hambre, gracias por el café con mucha azúcar que sabías que me encantaba y la torta que con tus manos llenas de magia me hacías.

"Ojalá en físico hubieses sido tan eterna como lo eres en mi mente"