Me siento super identificado con esa paranoia. Muchos dolores me ha hecho pasar Caracas pero el único que nunca se va es el dolor de cuello de tanto voltear hacia atrás y hacia los lados cuando uno va por la calle. Siento que cualquier persona, incluso la haitiana que vende mangos, a la que le he comprado varias veces y a la que ya le tengo cierto cariño aunque ni siquiera hablamos el mismo idioma, me quiere quitar mi pertenencias.

Yo siempre lo que me intento imaginar es la vida de un malandro después de un robo. Imagino que debe ser una experiencia cargada de adrenalina para el ladrón también, por eso la mayoría escapan de la escena del crimen lo más rápido posible. En mi mente está la imagen del malandro que me robará —en algún momento del futuro me robarán, lo tengo claro. Me imagino su cara de decepción cuando vea que en mi cartera sólo hay como 10 000 Bsf, que aún tengo cédula de menor de edad —así que no me puede usar para comprar vainas— y además se entere que tengo un celular de hace unos 15 años que tiene la pila chimba.

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