SAMURAIS: La Verdad Sobre Los Míticos Guerreros Japoneses (Parte 1)

in #spanish8 years ago (edited)

"Nunca hay que avergonzarse de seguir la vía del guerrero, ni es decoroso esquivar la muerte". Palabra de samurái; la de Torii Mototada en una emotiva carta de despedida dirigida a su hijo en las vísperas del 8 de septiembre de 1600. Ese día sus hombres ofrecieron una última y heroica resistencia entre los muros del castillo de Fushimi. Torii defendió la fortaleza hasta el último aliento, regalando a su señor, Tokugawa Ieyasu, un tiempo precioso para replegarse y huir del acoso de Ishida Mitsunari, al que días después derrotaría definitivamente en la batalla de Sekigahara, que habría de sellar el destino de un Japón finalmente unificado después de un siglo de cruentas guerras civiles.

Fushimi cayó, pero a un altísimo precio, y Toril decidió el momento de su propia muerte abriéndose el vientre mediante el preceptivo ritual samurái, el seppuku o harakiri. Evitó así in extremis caer en manos de sus enemigos. Este triste final parece condensar los estereotipos asociados al atávico y estricto código de conducta del buen samurái, el bushido: lealtad ciega e incondicional a su señor, el desapego a la vida, la impoluta dignidad ante la muerte y la rúbrica de un suicidio épico, digno de un guerrero abnegado y escrupulosamente leal a las siete virtudes del bushido. La verdad, sin embargo, choca frontalmente con el tópico. Lo cierto es que las fuentes del periodo de los samuráis no abundan en paradigmas de ética guerrera tan agradecidos como Toril.

En efecto, los samuráis solo cometían seppuku en situaciones desesperadas, no tenían escrúpulo alguno para salir corriendo si la batalla estaba perdida o era demasiado incierta, y vendían a sus señores si es que encontraban un empleador más solvente y complaciente con sus ambiciones de ascenso. La historia de Japón hasta principios del siglo XVII está plagada de ejemplos de puñaladas por la espalda y traiciones perpetradas por samuráis de distinto rango, cuya presunta ética de casta guerrera no impedía comportamientos de moralidad más que dudosa.

MUCHA IMAGINACIÓN EN TORNO A MILITARES BASTANTE NORMALES

En un país como Japón, que en los albores del siglo XVII dejaba atrás una espiral de contienda endémica iniciada en 1467 con el estallido de la guerra de Ónin, la ejemplaridad de conducta en el campo de batalla brillaba, en líneas generales, por su ausencia. Pero si esto es así, ¿por qué la cultura popular ha transmitido una imagen idealizada del samurái como hombre de honor irreductible? Resultaría inútil negar la activa contribución a la forja de ese mito de los grandes clásicos del chambara -cine de samuráis-, de las inolvidables películas de Kurosawa, Hiroshi Inagaki o Hideo Gosha, del manga o de la literatura. Pero esa es solo la punta del iceberg.

La figura del samurái, absolutamente central en el tejido social japonés, es mucho más que una fascinante reliquia del pasado. Desde el año 1615, con la caída de Osaka, último reducto de resistencia al poder absoluto de Tokugawa leyasu, Japón archiva al fin su pasado más oscuro y sangriento. El periodo Sengoku o de los reinos combatientes concluye con la unificación y pacificación de todo el país bajo el yugo de una nueva dinastía de sogunes: los Tokugawa. Después de décadas de intentos baldíos, por fin emerge un líder capaz de dominar las ambiciones de los daimios (señores feudales). Pero años y años de guerra sin cuartel dejaban un millón y medio de samuráis -en torno al 6 % de la población- en una situación de incertidumbre, que los obligaba a encontrar su sitio y su función en una nueva era de paz que iba a prolongarse durante más de 250 años.

Fue, de hecho, a comienzos del periodo Edo cuando se procedió formalmente a cerrar cualquier posibilidad de promoción social mediante la adscripción de la población a cuatro clases sociales perfectamente diferenciadas: los samuráis, los campesinos, los artesanos y los comerciantes. Hasta la conquista Tokugawa del poder, la movilidad social estaba a la orden del día, y un campesino podía empuñar las armas e ingresar en el estamento samurái. De igual manera, los samuráis tenían el derecho de cultivar su tierra y garantizarse el propio sustento en tiempos de paz.

En el nuevo horizonte social del Japón del dan Tokugawa, los samuráis se ven empujados al ejercicio de una rutina sedentaria y pasiva en el castillo del claimio o en la corte del sogún. Excesivos en número para las necesidades de un país pacificado y sin enemigos externos, se convierten en funcionarios que sobresalen del común del pueblo llano gracias a una distinción meramente simbólica: el daishó o juego de dos espadas formado por la legendaria katana, y el wakizashi, la espada corta utilizada para el ritual del seppuku.

De pronto, el Estado y los señores feudales tuvieron que hacerse cargo de la costosa manutención de un millón y medio de guerreros prácticamente ociosos, reubicados en tareas administrativas, civiles y de etiqueta, con funciones de lo más peregrinas. Un estatus en el que se dan diferencias abismales en el salario que percibían los samuráis de alto y bajo rango. Tal es así que los menos pudientes vivían frecuente mente en el umbral de la pobreza.

HOMBRES DE ARMAS DESOCUPADOS QUE SE CONVERTÍAN EN DELINCUENTES

Los daimios, año a año, tendieron a endeudarse muy por encima de sus posibilidades a causa del crédito otorgado por los comerciantes más ricos. Muchos de estos renunciaban a su rango para poder así ganarse dignamente la vida como artesanos o comerciantes, fabricando linternas de papel o sombrillas; otros resistían en unascondiciones miserables. Se sumaban así a los miles de samuráis que, tras la victoria de Tokugawa y la consiguiente derrota de sus empleadores, habían quedado sin daimio al que servir. Estos guerreros desempleados o rónin se vendían al mejor postor, bien para reciclarse como guardaespaldas de los mafiosos yakuza, cuyo origen está también en este ajetreado periodo, bien para buscar fortuna como mercenarios o piratas fuera del país del sol naciente. Los más empobrecidos se vieron incluso obligados a vender su katana y su wakizashi, y los sustituyeron por espadas de bambú para guardar las apariencias. A diferencia de la imagen forjada por el cine, muchos de estos rónin semivagabundos apenas tenían habilidad en el manejo de la espada. Y lo cierto es que la imagen mítica y distorsionada del samurái que ha anidado en el inconsciente colectivo dentro y fuera de Japón hunde sus raíces, paradójicamente, en este periodo, en el que los samuráis ya no eran guerreros sino funcionarios. ¿Cuál es, entonces, la fuente de la que bebe ese mito? Fundamentalmente del guerrero Miyamoto Musashi y del bushido.

...(Continuará)

Fuentes de las Imágenes:
http://www.taringa.net/post/imagenes/19488269/16-Fotos-coloreadas-a-mano-de-lo-ultimos-samurais.html
http://fightlosophy.com/cuentos-de-samurai-el-samurai-y-el-pescador/
http://www.pixelstalk.net/samurai-backgrounds-free-download/

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Más te vale que hagas mención al doble Bokken y cuan "brutal" era Miyamoto Musashi, lejos del ideal hollywoodense. Espero la 2da parte.

Gracias. Such an interesting time in feudal Japan. Almost sounds like the land had many roaming bands of Don Quixote's.

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