Cuentos de Vianka Kyteler | La inestabilidad emocional de James

Eran tiempos festivos puesto que se celebraba el aniversario de la academia de matemáticas más relevante de la ciudad. Conformada por importantes integrantes funcionaba como centro de capacitación superior como también de investigación. No solo eso, la misma contaba como nexo con universidades de renombre.

James era un chico de unos 23 años con una mente brillante. Había logrado destacar en esa comunidad y dejar boquiabiertos varios especializados en el tema. Si bien resolver grandes problemas y buscar nuevas formas de solucionarlos producia cierto estrés, él lo hacía por placer. Se había convertido en su obsesión.

Había un ambiente de presión. Debía entregar a tiempo varios informes con sus hallazgos pero no bastaba con quedarse encerrado en una habitación e imaginar. Si bien eso sucedió con los grandes intelectuales de cierta época para su caso no bastaba. Debía ir a buscar lo visible, lo explícito de la realidad.

A James se lo conocía como una persona retraída, poco sociable pero respetuoso. Nunca había tenido problemas con nadie, eso sí. Su círculo de amistad durante años fue nulo. Quizás solo pudo tener compañeros a los que se los incluyó forzosamente para hacer trabajos prácticos y luego de ellos no sucedió nada interesante.

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El problema no eran sus compañeros sino él. Alguien que no demostraba mucha empatía, todo lo contrario.

En esta instancia había logrado avanzar muchísimo. Mientras algunos de sus compañeros se quedaban atrás, él estaba a varios pasos adelante. Sin embargo se dió cuenta de que no se sentía feliz al faltarle algo. La amistad.

Esa calida amistad que te asegura el poder compartir anécdotas, momentos, disfrutar junto a alguien, tener a quien contarle algo. No lo lograba hallar.

Comenzó a ser más importante hallar la manera de generar amistad que la de resolver problemas de matemáticas. Ese vacío ocultaba algo que no podría controlar.

Y lo intentó. Procuró ser un poco más amigable con las personas para que a su vez lo vean como alguien que desea integrarse. Si bien sus intentos parecian funcionar lejos estaba de tener a alguien con quién contar. Todos los días tenían algo de monótono. Entrar a estudiar o investigar, hacer un intervalo compartiéndolo con nadie y regresar. Sus compañeros parecían huir cada vez que él se les acercaba a pasar un tiempo con ellos.

Pensó que compartir el tiempo y experiencias en los laboratorios bastante para llenar ese vacio pero el retraso que le generarían por falta de conocimiento lo pondría irritable. Llegó el punto en que no podía compartir nada, ni siquiera el conocimiento de entender sobre lo que se estaba analizando en esas clases teórico prácticos. El profesor le otorgó la posibilidad de hacer los trabajos en solitario. Bueno, no tan así, su mente y él.

Esto a la larga iba a provocar ciertos problemas de personalidad. James estaba ahora enfrentando sus problemas de irritación, ira y rasgos de psicopatía. Sí, psicopatía. La de desquitarse o desahogarse con sus compañeros de clase que le negaron la amistad y volvieron su vida oscura y vacía.

Ese día fue el último en el que buscó tener un acercamiento amistoso. Resulta que tuvo la ocurrencia de comprar café y medialunas para compartir con sus compañeros asignados por el profesor. Fue la gota que rebalsó el vaso. Nadie sabía que pretexto meter así que uno de ellos entre tartamudeo le dijo que ya habían planeado ir a comer al comedor del complejo. Fueron hacía allá. James cargado de vasos y medialunas pensaba sentarse junto a ellos pero eso no sucedió. Uno de los del grupo llamó a un amigo y lo invitó a sentarse. La mesa había quedado completa y James parado esperando sin saber que hacer. Cada una de sus palabras parecia ignorarse entre tanto murmullo.

Se avecinaba el terror. Sus niveles de impotencia odio y demencia sobrepasaban los límites. Entonces fue que tiró todo al tacho de basura y se dirigió al baño. Encerrado dentro se puso a llorar. Sentía muchas cosas negativas y la depresión que tuvo alguna vez pareció volver.

Era normal que James porte una navaja para cortar manzanas. Solía cada tanto comer una sin cáscara en sus intervalos. Con el odio concentrado y sabiendo que lo habian hecho sentir disminuido, se dirigió a uno de ellos y se lo clavó en el cuello.

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Lo había atravesado de lado a lado cortando una de las arterias sumamente vitales. Se desangró al instante dejando un charco de sangre muy grande y el chico buscando oxígeno mientras se retorcía con una mano en su cuello.

Claro que el pánico se hizo evidente. Para que no se escapen repartió puñaladas en la espalda a cada uno de ellos. Cometieron el error de ir todos para el mismo lado y no fue muy difícil lograrlo. Su estocada se focalizó en dañar sus pulmones pero el objetivo era destruirles el corazón. Puede que lo haya lotrado o quizás no. Lo cierto era que los cuatro restantes estaban severamente dañados si poder escapar.

La cara diabólica de James susurraba delirios frente a sus compañeros. Aquellos que le denegaron la amistad de forma despreciable.

Hasta no terminar con cada uno de ellos. Hasta no ver que sus cuerpos dejen de respirar. Hasta no convertirlos en objetos inamovibles no iba a culminar su accionar.

La venganza es una solución vil que se elige en los principios de la locura. ¿Las matemáticas hicieron que su mente sea extremadamente inestable para cometer tal atrocidad? Pudo haber influido pero lo cierto es que su personalidad ya había originado varios síntomas de psicopatía contenida hacía un largo tiempo.

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Desde entonces James cumple una condena a prisión perpetua mientras se evalúa la posibilidad por parte de sus abogados a ser derivado a un hospital psiquiátrico para estabilizar su mente totalmente destruida por pensamientos y sentimientos asesinos.

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