Con esta publicación no intento de ninguna forma contradecir todo aquello que he dicho en anteriores publicaciones, sobre todo en aquellas en las que defiendo el libre mercado, sistema económico que considero naturalmente superior al resto, no obstante, aunque suene contradictorio, con esta publicación busco defender un posición económica que generalmente se encuentra cruzando la puerta que está al lado derecho del liberalismo, no porque haya cambiado mi postura política-económica, sino porque ahora comprendo que la política no puede bajo ninguna circunstancia separarse del aspecto económico, ni viceversa, pues al hacerlo, se generaría un despropósito que pondría en riesgo ambas cosas.

Por ende, al entender la política y la economía como una sola cosa, me es imposible no defender una postura político-económica como el proteccionismo, pues considero que esta es la única acción política que puede resguardar, a pesar de sus muchos problemas, el libre mercado.

Generalmente, el proteccionismo es definido de la siguiente forma:

Doctrina económica, opuesta al librecambismo, que intenta favorecer la producción nacional frente a la competencia extranjera haciendo pagar impuestos por la importación de productos extranjeros y favoreciendo a los nacionales con medidas especiales.

Usualmente, el proteccionismo es el mecanismo empleado por el Estado para crear monopolios, o en su defecto, subsidiar, con el dinero del consumidor, industrias nacionales decadentes. No obstante, planteo que debe existir una nueva forma de proteccionismo, una que no intente favorecer la producción nacional frente a la competencia extranjera, mucho menos que tenga como objetivo crear algún tipo de monopolio, todo lo contrario, el proteccionismo debe estar dirigido a proteger el libre mercado nacional de los monopolios internacionales.

En el mundo de hoy, el mundo globalizado, donde las leyes que se promulgan en una nación, como si de un efecto mariposa se tratase, pueden llegar a tener impacto en casi cualquier otra, es necesario comprender que las reglas del juego no son claras, que es falso que vivimos en un libre mercado internacional, donde los mejores productos y servicios compiten entre sí, la realidad es muy distinta, las reglas del juego están decididas y no están hechas para que exista una competencia honesta, todo lo contrario, están diseñadas para que ganen los que según el criterio de quien dicta las normas deben ganar.

Esas son las grandes multinacionales, las cuales no tengo que mencionar porque ya todos las conocemos. Se reparten entre ellas los recursos estratégicos y los mercados más lucrativos, aquellos con los que se gana, no solo mucho dinero, sino que también mucha influencia política, no invierten su dinero, sino que invierten el dinero del pueblo, el tuyo y el mío, ¿Cómo lo hacen? bueno, ya todos también sabemos cómo funcionan los Bancos Centrales cuando se confabulan con el Gobierno, así que no es necesario que lo describa nuevamente aquí. Lo realmente importante es, que de una forma u otra, en el mundo existen grandes multinacionales que no están sustentadas bajos los principios del libre mercado.

Si estas multinacionales logran irrumpir en un mercado, uno que sea libre, no tardaran en dañar toda su estructura competitiva, corromperán el sistema y de forma inevitable terminaran por desaparecer la poca o mucha libertad que se haya conseguido, arrastrando y destruyendo todos los logros que significa tener una economía verdaderamente libre.

¿Podrían acaso 100 compañías petroleras de forma separada competir con la estatal monopólica de Arabia Saudita; Saudi Aramco?

Mientras que estas 100 compañías intentarían conseguir disminuir sus costos operativos, encontrar nuevos yacimientos, y aumentar su cartera de clientes para ganarse una pequeña fracción del mercado, la monopólica Saudí tendría siempre una cartera de clientes asegurada en su patria madre, al igual que grandes reservas de hidrocarburos, ambas cosas le propiciarían el poder financiero y la seguridad suficiente como para vencer, de a una a la vez, a las otras compañías, o en su defecto, absorberlas. Todo esto es un caso hipotético, claro está.

Si el gobierno de un país permitiera una completa libertad de mercado con respecto a compañías internacionales, este tipo de monopolio, que originalmente pertenece a otro mercado, y que es sostenido mediante legislaciones de otros gobiernos, tendría la posibilidad de mermar cualquier esfuerzo interno por desarrollar una industria, es entonces, aunque parezca contradictorio, cuando la ausencia de legislación termina por destruir el libre mercado.

Lo que aplica para un libre mercado, también aplica para mercados menos libres, de hecho, el daño sería mayor en aquellos mercado mal regulados, y... ¡sorpresa! casi todos los mercados del mundo están mal regulados.

Algunos de ustedes, los más liberales, podrán decir, que esta situación negativa que planteo solo podría generarse si el monopolio internacional beneficia más a los consumidores nacionales que la competencia interna, pues así lo dictan las leyes del mercado, no obstante, es aquí cuando hago la observación en la que planteo que no se puede separar la política de la economía, ¿Estarías dispuesto a que un grupo de influyentes hombres con intereses políticos tuviesen un poder monopólico en industrias estratégicas en tu país? yo no, sobre todo teniendo en cuenta que estos mismos hombres ya habría utilizado las leyes para afianzar su monopolio en otro lugar, ¿Qué me hace pensar que no intentarán nuevamente meter sus manos en la política interna para asegurar también este mercado y vivir así como parásitos de los consumidores?

Es así como dictamino que no todas las legislaciones proteccionistas tienen que ser necesariamente negativas para un mercado, ni mucho menos contrarias al libre mercado, pues si dichas legislaciones son aplicadas para evitar que fuerzas extranjeras destruyan el mercado interno de forma ilegítima, en lugar de construir un oligopolio, entonces el proteccionismo termina paradójicamente convirtiéndose en la única forma de desarrollar un libre mercado. Y esto es así, principalmente porque los factores políticos no pueden separarse de los asuntos económicos.

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