Algunos pensamientos sobre la secularización.

Previo a los cambios políticos producidos durante y después de la Revolución Francesa, la moral y la ley se mantenían bastante ligadas, por lo cual, aquello que se consideraba inmoral, es decir, el comportamiento asocial, era automáticamente reprimido.

La sociedad toleraba un rango de comportamiento determinado, y fuera de ese rango la ley no podía actuar para hacer que algo inmoral fuese permitido.

Las leyes usualmente necesitaban estar respaldadas en la moralidad, de lo contrario encontrarían oposición en el pueblo, además, si la moral era la ley superior, aprobar una ley que fuese inmoral era algo inconcebible a menos que se contara con la capacidad de reprimir al pueblo y ganarse su descontento.

Por ende la ley basada en la moralidad no solo reducía el rango de actuación de los individuos en la sociedad, sino que se convertían en el primer y más grande contrapeso para los gobernantes, en ocasiones incluso mayor que el establecido bajo cualquier sistema o forma jurídica determinada.

Esto es uno de los muchos factores por lo cual tal vez no conocemos alguna civilización sin deidad, pues las creencias religiosas generalmente se encargan de establecer un marco moral o ético en el que los miembros de una sociedad se basan para actuar, inclusive pensar, y como consecuencia, una sociedad que tiene claro lo que es bueno y lo que no, según sí misma por supuesto, puede marchar hacia una dirección definida.

Cuando esto dejó de ser así, cuando el Antiguo Régimen comenzó a degenerar, cuando se fue perdiendo lentamente el vínculo entre los gobernantes y la moral, y se comenzó a justificar las acciones gubernamentales basados en el difuso concepto de “Raison d'État”, el cual se traduce literalmente como Razón de Estado. Entonces, de tal desconexión entre gobernantes y gobernados surgió la debilidad de las monarquías y de los regímenes aristocráticos que luego fueron aprovechadas por los movimientos venideros de la ilustración y en algunos casos del marxismo que se encargaron de sepultar el establecimiento.

Debido a la presión y a que el Estado comenzó a pasar por arriba de la moral, promulgando leyes que la sobrepasaban y que, consecuentemente, se expandían en detrimento de la libertad de acción de los individuos, los movimiento seculares planteaban que la moral y el Estado debería seguir por caminos separados para así proteger al individuo de la arbitrariedad de los gobernantes, por otro lado, los movimientos marxistas procedían a abolir todo lazo entre la moral y el Estado, en consecuencia, la conexión del Estado con las costumbres del pueblo desaparece. Y aunque a priori podría parecer una excelente idea desde el punto de vista de la libertad individual, trajo consigo también algunos inconvenientes.

El hecho de que el Estado se separara de la moral, no evitó que los gobernantes continuaran legislando de forma arbitraría, declarar ciertas instituciones no haría que la dinámica de poder que ya se había constituido cambiara, de hecho, todo este nuevo escenario propició que la arbitrariedad, en lugar de disminuir, aumentara.

Si no hay un vínculo entre la moralidad de una sociedad y la ley, ¿qué vincula a los gobernantes que legislan y a los gobernados? ¿Los votos?

Por lo que después de que se produjo la secularización, se creó un escenario social en el cual algunos individuos de la sociedad podían comportarse de forma inmoral, pero pasar por debajo del radar de la ley, es decir, la constitución del comportamiento legalmente inmoral.

Y a pesar de que esto no cambia el hecho de que la condena social mantiene en gran medida este tipo de comportamiento al margen, con el paso de los años, lentamente pero cada vez más rápido, la receptividad de la sociedad hacia ese tipo de conducta difícilmente permanece estática.

De cierta forma es algo inevitable, la sociedad es un cuerpo orgánico, y al ampliar la ventana de overton de esa forma y permitir que un determinado comportamiento siga formando parte del cuerpo social, ese comportamiento intentará, por impulso propio, expandirse lo más que pueda. El problema, por supuesto, no reside en su proliferación, la expansión de las ideas y de los hábitos dentro de la sociedad es algo que puede ser positivo, de forma natural las sociedades destruyen y reconstruyen sus hábitos y creencias constantemente.

El problema es otro, pues, suponga que hay dos sistemas morales distintos dentro de un mismo cuerpo socio-político, una es altamente restrictiva pero representa el 95% de la población, y la otra es muy poco restrictiva pero representa el 5% restante. Uno podría pensar que ambos sistemas morales pueden coexistir en un mismo ambiente sin afectarse mutuamente, es decir, respetándose, no obstante, sea por cualidades reproductivas o por conversión, la composición del tejido social suele alterarse, lo que representa que el comportamiento de una de las dos crecerá proporcionalmente en detrimento del otro.

Por ende, la secularización, al despojar a los sistemas morales más restrictivos de su mecanismo natural de autodefensa, termina a grandes rasgos favoreciendo a los sistemas morales menos restrictivos o más permisivos, y a su vez, a la inmoralidad por sobre cualquier sistema moral.

El camino lógico de la secularización, inclusive, podría ser la individualización de la moral, donde toda la moral que pueda existir es la individual, pero al humano ser un ser social, y encontrarse ante este escenario, probablemente, buscará asociarse con otros individuos con quienes comparta costumbres y creencias similares, estableciendo una asociación con sus iguales, esta vez, de carácter no secular, y aunque voluntaria, también altamente condicionante.

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