Relato: ¿Qué tendrán las fresas?

in #spanish6 years ago (edited)

En una fría noche de abril la esmeralda se encontró con el caramelo frente a frente. Ella, solemne, observó al caramelo unos instantes para luego desviar su mirada hacia unos diamantes que no dejaban de reclamar su atención.

El caramelo, desilusionado, dio marcha atrás pensando en lo insignificante que era para ella. En otra fría noche de abril lo volvió a intentar. Se acercó a la esmeralda. No apartó su mirada y se adentró en la de ella. Fue la conexión más poderosa que sintió. Cuando pensó que ya era suya, ésta desapareció de nuevo con un zafiro azul.

¿Qué es lo que estaba mal? Se preguntó el caramelo. Dubitativo, caminó varios minutos por la calle y decidió probar suerte al día siguiente. Él no se daría por vencido, sabía que ambos habían nacido para estar juntos. Caminó por la acera para encontrarse nuevamente con ella.

Esta vez decidió traer consigo un obsequio: una cajita cuadrada llena de bombones. Cuando llegó hasta donde estaba la protagonista de su corazón, se arrodilló y le ofreció el regalo que con tanto afecto le había preparado.

La esmeralda lo miró un rato incrédula. A continuación, ella y el grupo que la acompañaban rieron de buena gana. Él no podía creer lo que pasaba, no entendía por qué eran tan crueles. Aun así, el caramelo fue lo suficientemente valiente como para insistir, pero ella ya no le prestaba atención.

Ni el dulzor de la miel pudo con la arrogancia de la realeza.

El caramelo despegó sus rodillas del suelo, caminó hasta la esquina y cruzó la calle. Lanzó con fuerza la cajita de bombones, la cual se abrió apenas golpeó el asfalto. Los dulces quedaron regados por ahí y su envoltorio rojo de corazones rosados hacía un ridículo contraste con el lugar y la situación.

Siguió deambulando, encontró un banco y se sentó a llorar ruidosamente. Pasaron unos minutos y sintió que alguien se sentaba a su lado. Escuchó el ruido de un papel y se volteó: una fresa comía uno de los bombones que había tirado unas calles más atrás. También tenía en sus piernas la cajita con el resto de los dulces.

Al observar con atención se percató de que la fresa tenía unas hermosas pestañas largas que adornaban sus ojos. El olor que despedía era delicioso y su voz era cautivadora. Sin duda no había visto hasta ahora a alguien más tierno que ella.

Pero soltó un largo suspiro al recordar el rechazo de la esmeralda. La fresa lo miró un rato, tomó uno de los bombones y se lo ofreció. El caramelo se quedó perplejo ante ese detalle, vaciló unos segundos, luego agarró el bombón entre sus dedos y se lo metió completo en la boca.

No estaba preparado para lo que iba a sentir.

Ni en un millón de años se habría imaginado el sabor tan increíble que estaría paladeando. No tenía idea de cómo definirlo: era dulce, sí, pero al mismo tiempo tenía un toque ácido. Sabía a chocolate, pero con algo más, un añadido frutal riquísimo. ¡Claro! Las frutas siempre sueltan sus jugos, la fresa al tocar los bombones los había impregnado de su propio néctar, dando como resultado la más deliciosa mezcla.

El caramelo levantó la mirada hacia ella impresionado del tiempo que había perdido cortejando a la esmeralda, quien ahora le parecía insípida al lado de la exquisitez de la fresa.

Ella también clavó sus ojos en él y con una sacudida ambos se sumergieron en la pasión más desenfrenada jamás vista entre un caramelo y una fresa. La fogosidad era infinita, no tenía término el placer tan dulce que sucedía en ese instante.

La miel, el rocío del jugo, la textura carnosa de la fresa y lisa del caramelo, competían en una danza divina de complementos. Las caricias parecían el cielo en la tierra. ¿De verdad podía existir una sensación así? El caramelo nunca había experimentado algo igual.

Cuando terminaron, se percataron del desastre que habían hecho en la vía pública. Se levantaron del banco y caminaron tomados de la mano, cada uno con los líquidos del otro en sus cuerpos. Caramelo y fresa entremezclados.

-¿Cómo es que no te había visto antes? -Le dijo él a la bella fruta.
-Claro que me habías visto. Lo que pasa es que hay una diferencia muy grande entre “solo mirar” y en detenerte a observar de verdad. -Le respondió la fresa.
-Pues creo que he estado mal todo este tiempo. El brillo de la esmeralda me tenía cegado. -Contestó él.

Y así fue como el caramelito de miel por fin encontró el amor sincero en las circunstancias menos esperadas.


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Foto tomada con una Olympus E-520 en la Colonia Tovar.


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