(3) La princesa encantada

Allí en medio del claro había una gran roca de granito rectangular con la superficie plana a modo de altar de sacrificio. Sobre ella, tapada con una manta de lana azul celeste, pudo distinguir la figura de una persona. Esta se encontraba acostada boca arriba y la cabeza, tapada por la capucha de la prenda que vestía, reposaba sobre un almohadón dorado.

Cuando por fin se recobró del sorprendente hallazgo, aun en un mar de dudas, se fue acercando a ese altar natural. Con pasos lentos y cautelosos iba mirando a todos lados controlando cualquier movimiento extraño. Estaba casi seguro que eso era una trampa, pero sin saber porque, seguía adentrándose en ella. Cuando ya casi podía tocar la gran roca se dio cuenta que la persona tendida era una mujer. Se detuvo y volvió a mirar a su alrededor. Ningún malhechor apareció gritando como su mente le advertía que podía ocurrir. Quedó quieto para escuchar el crujir de las hojas secas bajo el peso de las botas de los ladrones. Pero no se produjo tal ruido. Un tanto aliviado centró su atención en la mujer. Tenía los ojos cerrados y la expresión de su cara le pareció plácida. No se observaban signos de violencia. Las ropas se veían bien puestas y todo el conjunto daba una sensación tan serena que Élija tuvo la impresión de que la roca ya no era un altar sino una cama, Y que aquella mujer dormía plácidamente. Élija volvió a mirar a la mujer y con lo poco que podía ver de su rostro le pareció hermosa.

-Señora- Dijo Elija en voz baja

-Señora- repitió elevando un poco la voz. Pero no hubo ninguna respuesta. Con su mano abierta toco el hombro de la mujer a la vez que repetía.

– Señora- Nada ocurrió.

Entonces, con un poco más de decisión y en un tono de voz más alto, repitió el mismo procedimiento sin conseguir tampoco ningún éxito. Finalmente, poniendo su mano sobre el hombro de la mujer la zarandeo suavemente a la vez que en voz alta repetía.

– Señora, señora-

Pasaron unos segundos y todo seguía igual. Elija empezó a temer que la mujer hubiera sufrido algún contratiempo grave. De todas formas notó que ella respiraba, lentamente pero respiraba. Así que se tranquilizó. Pensó que quizás estaba enferma y quiso tocarle la frente para saber si tenía fiebre. Alzó un poco la capucha con una mano y posó la otra en la frente de ella. Tras eso quedo doblemente aturdido. Su frente fría indicaba que no estaba enferma, pero en el momento en que alzo la capucha salió rodando un rizo de color naranja que le izo llegar a su mente la idea de que aquella mujer podía ser…No se atrevió a seguir con el pensamiento.

Sintió que su mente flotaba y vio como sus manos se movían sin que él fuera consciente. Vio como su mano derecha se hundía entre la nuca y la almohada elevando un poco la cabeza de la mujer, mientras su mano izquierda desplazaba la capucha hacia atrás liberando la melena cobriza y ondulada, a la vez que él sentía como el corazón se le paralizaba y el aire no llegaba a sus pulmones. Era una chica joven, con la cara regada de pecas. En ese instante, como un rayo cayendo en su cabeza fue consciente de que aquella joven era la princesa. (Continuará)