Entre dos grietas (microrrelato)

El mundo está lleno de cosas inauditas, la cuantitatividad de un deseo irrisorio solo nos lleva a una proporción más catastrófica de nuestro ser, aletargándonos en una oscura existencia.

Viendo el mundo como es, envuelto en legados fundamentados por mentes astutas y perversas, moldeando la vida a su antojo. Se crea un espacio vacío en donde mentes como la mía y la de mis "iguales" se conjugan adoloridas en una existencia abismal.

Tal no es mi caso puesto que mi vida la he empujado hacia otra dimensión, a un mundo inefable en el que solo yo tengo la sapiencia absoluta, a una metafísica donde la composición de los diferentes objetos poseen una función grata, no para las distintas razas de mi mundo, sino para el espacio mismo.

La ética y la moral son completamente dispares a esta existencia, y su origen fue surgiendo poco a poco por sí mismo, por ejemplo, el hecho de matar a alguien, teniendo una justificación valida, por más simple que fuera está bien visto y sin objeción aprobado.

Esto no quiere decir que no exista un orden o unas leyes anárquicas, todo lo contrario, están completamente organizadas y son estrictamente solventes, para dominar desviados corazones.

Siempre mantengo presente ese mundo que he creado, incluso en esta realidad completa pero no satisfactoria para mi gusto. Contemplo con desagrado el ambiente en donde me desenvuelvo, desanimado, hasta ensimismarme sólo en una habitación oscura y fría.

He intentado varias veces traer mi mundo a esta realidad pesada y triste, y aunque al principio he fallado ya que el miedo era mi limitante, logré superar todos esos obstáculos que me enjaulaban. ¡Si, así es! Yo he traído la justicia de mi mundo y la ejecuté con tal pasión y brutalidad, pensando siempre en lo correcto.

Empecé con pequeñas criaturas traviesas (gatos, perros, etc.) luego, a medida que iba avanzando en mi atrevimiento y entusiasmo, comencé con la tortura gradual de pequeños niños ladronzuelos y bravucones de barrios. Sus huesos reposan bajo mis pies, cada mañana, hasta llegar al medio día, cada atardecer hasta el alba y luego las vastas noches astrales, la pálida o amarillenta luna, en cada instante y estación del día, observaba el suelo de mi sala, tranquilo y satisfecho, viendo con ojos felices un pequeño ejercicio empleado por las leyes de mi verdadero hogar.