De Quijotes y Quijanos.
Ella cortaba, pegaba, jugaba con el papel, contaba, parecía loca. De tanto en tanto yo miraba el reloj, era tarde y me faltaban 2 horas de viaje. Sólo me detuve en Agua Viva unos minutos para echar gasolina e ir al baño. Entré en un local atestado de turistas, un café y una caja de cigarrillos hube de comprarle a la chica del mostrador, hermosa por cierto. Al salir encendí un cigarrillo y lo fumé deleitándome del gusto de no tener que esconderme por si algún estudiante, mi madre o mi novia descubrieran mi vicio. No fumo en presencia de ellas, ¡ni loco!
Ella cortaba, pegaba, jugaba con el papel, contaba parecía loca. Mi almuerzo fue un café y ese cigarrillo. Debía estar en Cabimas temprano, tenía que trabajar, manejaría como un piloto en competencia, pues ahora casi todo es una competencia, competencia por las competencias. Volví a ingresar al comercio para ver de nuevo a la chica, la excusa fue ir al baño. Entré, salí y me alisté para volver a la carretera. Abordé mi automovil y hube de bajar de nuevo al percatarme que no tenía mis lestes correctivos. No podía viajar sin ellos, debía buscarlos, no los podía perder. ¡Ni loco!
Ella cortaba, pegaba, jugaba con el papel, contaba, parecía loca. Con el borde inferior de mi camiseta limpié los cristales de mis anteojos mientras caminaba de nuevo hacia las afuera del local. Quise comprar otra cosa para de nuevo ver a la chica de la venta. ¡No puedo demorar! -pensé- no puedo llegar tarde a Cabimas. ¡Ni loco!
Seguí caminando hacia donde estaba mi carro. En el camino tropecé con una señora de unos sesenta años. En sus manos tenía una tijera, una hoja blanca con algunos dibujos al calque y un frasco de pegamento escolar. Por inercia pedía disculpas. Me miró y no respondió. Su desdén llamó mi atención: por fin la vi, supe que existía.
Detallé sus manos, su cabello canoso y ropajes harapientos. Saqué de mi bolsillo veinte bolívares para dárselos y al acercárselos me miró, volvió su mirada al papel en su mano y siguió cantando. Me ignoró.
Cierto sarcasmo tiñó mi sonrisa, ¿qué le pasa a esta loca? -dije dentro de mi al encender mi carro-. Manejé casi dos horas, y cuando las canciones en la radio se hicieron repetitivas, mi soledad me hizo pensar en la loca, en qué se debe sentir estar loco, en qué es ser loco. Nosotros en nuestra ''cordura'', pasamos la vida compitiendo, escondiéndonos, corriendo, y todo lo resolvemos con dinero, poco disfrutamos la vida con la lucidez suficiente para percatarnos que muchas veces un simple momento agradable puede darnos gran felicidad. Ya lo explicó Cervantes que cuando Don Quijote recuperó la cordura y volvió a ser Alonso Quijano, todos entristecieron, y, poco después, el quijote murió. Ya lo enseñó la señora, con sus tijeras, canciones y papel, fue feliz mientras el mundo moría de estrés, y con veinte bolívares pretendía dar felicidad.
Ella cortaba, pegaba, jugaba con el papel, cantaba, era feliz; yo estaba loco.
FUENTE
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