Apenas he podido dormir. He debido de despertarme como veinte veces a lo largo de toda la noche. El silencio era tan intenso que a menudo se confundía con un gran zumbido que estuviera en todas partes. Un zumbido denso y opaco que no dejaba pasar ninguna otra cosa, era como un muro. No podía dejar de oírlo, nunca imaginé que el silencio pudiera ser tan escandaloso.

No he tenido valor de levantar las persianas y mirar hacia la calle a ver si todo había vuelto a la normalidad. De alguna manera anoche me convencí de que al despertar todo sería como debía ser, como había sido siempre. Como si todo fuese producto de un delirio mental. De ser así espero que sea pasajero y que no dure mucho. No me gustaría descubrir que de la noche a la mañana me he vuelto loco. A veces la vida te pone en situaciones de los más perversas. De las únicas dos opciones posibles que he sido capaz de elaborar en mi cabeza, ninguna de las dos es en absoluto atractiva. O el mundo se ha esfumado a mi alrededor como por arte de magia, lo que conllevaría a dios sabe qué horribles consecuencias, o he perdido la cabeza, lo cual si que puede acabar en situaciones que nadie desearía. Sea como sea espero que lo que se que esté ocurriendo no forme parte de ninguna de mis hipótesis.

Me he levantado y he desayunado, a oscuras, con las persianas bajadas. Al terminar me he puesto a escribir. Qué absurdo parece todo. Actúo como un demente. Quizá sólo me haga falta salir a la calle y darme cuenta de que mis pensamientos han estado jugándome una mala pasada. Voy a dejar entrar la luz.

Me pregunto si me habrán drogado de alguna manera y soy víctima de un oscuro experimento. He pasado toda la mañana deambulando por una ciudad fantasma. Cuando vi por la ventana que las calles seguían desiertas salí para recorrer el barrio. Mi mayor angustia surge de tratar de racionalizar lo que mis sentidos me dicen. No hay manera posible de hacer desaparecer a todas las personas de una ciudad entera! No hay ni un solo coche en circulación, ninguna tienda, ninguna cafetería, ningún negocio abierto. He conseguido entrar en varios edificios que no estaban cerrados con llave. No había nadie ni en el vestíbulo ni en los pasillos. En uno de los hoteles he cogido un paraguas que había en un paragüero y me lo he llevado sin saber muy bien por qué. Me hacía sentir un poco más seguro tener mi mano fuertemente agarrada a algo. De repente me asaltaron pensamientos de situaciones que podrían darse si, inmerso en la soledad de las calles, un perro rabioso o cualquier tipo de animal pudiera salir a mi encuentro. Siempre me han dado miedo los perros, es un problema con el que he tenido que aprender a vivir. Así que he salido del hotel, paraguas en mano como si fuera un distinguido caballero del siglo XIX con su flamante bastón. Luego me he cansado de llamar puerta por puerta a lo largo de varias calles. Mi desesperación me ha hecho patalear alguna de ellas, aún con el temor de creer que alguien pudiera salir de dentro para hacerme daño. Desde la calle he roto varias ventanas a pedradas esperando que alguien saliera a gritarme. Nada.

Finalmente he reunido el valor suficiente para entrar en una casa situada en una planta baja. Me he tomado mi tiempo gritando a través del cristal roto antes de dar el paso. O no había nadie dentro o no daban señales de vida deliberadamente. Fuera lo que fuese he entrado con el paraguas agarrado con ambas manos, como si fuera un bate de beisbol. Una vez dentro me temblaban las piernas. ¿Qué estaba haciendo en el interior de una casa ajena armado con un paraguas? ¿Cómo podían haber cambiado tanto las cosas en dos días? Notaba la sangre bombear con fuerza a través de mi cuello y mis sienes. Estaba en el salón de una familia desconocida, si me descubrían allí tendrían todo el derecho del mundo a sacarme a patadas de allí. Quizá no era la mejor manera de encontrar gente. Pero ya estaba dentro.

Recorrí toda la casa, no había nadie. Parecía que hubieran estado minutos antes. La nevera contenía comida fresca, la leche no estaba pasada y la fruta estaba madura, pero en perfecto estado. He de confesar que me comí una cuantas cerezas. Ya puedo decir que he robado por primera vez en mi vida. He entrado en una casa ajena por la fuerza y me he comido su comida. Al escupir el último hueso me di cuenta de que no debería estar allí, así que tiré los huesos a la basura y me fui tan sigilosamente como había venido. Al volver a la calle el silencio seguía allí, zumbando en mis oídos. Me quedé unos segundos parado, frente a la calzada, viendo los semáforos dirigir un tráfico inexistente y al observar esta escena durante un rato un escalofrío recorrió mi espalda. Me giré bruscamente, con el paraguas en alto y la respiración agitada. Detrás de mí no había nadie, sólo mi reflejo dibujado en la puerta del portal. El terror me invadió de nuevo y, sin pensarlo, salí corriendo en dirección a casa.

He vuelto a bajar las persianas, no soy capaz de tener una ventana a un mundo muerto, es superior a mí. Mañana intentaré hacerme con un coche y ver qué está pasando fuera de la ciudad. Quizá toda esta locura esté ocurriendo solo aquí, ¿quién sabe?. Esta noche tengo que conseguir dormir como sea o mañana todo parecerá aún más extraño. Voy a cenar.