"Un camino seguro al éxito"

Después de llegar a lo más alto, de haber quemado todos los obstáculos que pude en el camino y lograr subir hasta el último escalón a la cima que tanto había anhelado, tristemente me di cuenta de que nunca lo entendí.

Fue un camino difícil, y para mi sorpresa, no me encontré al subir con nada de lo que yo esperaba. No había nadie, no hubo reconocimiento alguno, ni un amor que me recibiera con cariño. Nada más que un espejo viejo y sucio al que decidí acercarme luego de pasar un buen rato llorando de rabia.

Por primera vez me detuve a pensar: No eran realmente obstáculos, jamás debí quemarlos. Mi camino estaba en realidad lleno de oportunidades que yo decidí acabar por un falso mecanismo de defensa.
No fue hasta que me vi en ese viejo espejo que noté mis heridas, abiertas, profundas y algunas infectadas por el odio.

Admito que lloré un tanto más cuando logré comprender lo mal que había hecho la única tarea que se me había asignado. Jamás me permití amar ni ser amada realmente, nunca confié por completo en nadie y juzgué mi entorno unas mil veces.

No podía creerlo, me encontraba realmente sola. Mi orgullo, ese del que tanto me había jactado me abandonó, aun no recuerdo en que parte del camino y mis heridas sólo eran una prueba de que nunca quiso protegerme, solo se hizo cada vez más grande hasta que ya no tuve más nada que darle y se marchó.

Ya no quedaba a quién culpar, éramos mis errores y yo. Solos en la cima de lo que al principio pensé que sería un camino seguro al éxito.

Luego de mucho tiempo reflexionando tomé una decisión –Era momento de regresar–. Herida y algo avergonzada fui bajando poco a poco, y en el camino revisé detalladamente las sobras de mis mal llamados “Obstáculos”.

Buscaba una pista, una señal que me orientara sobre en que momento terminé desviándome a tal punto y si todavía quedaba en ellos alguna forma de reparar el daño. Irónicamente, todas las sobras llevaban a un camino, y ese camino terminaba llevándome de nuevo al espejo.