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Estoy muy agradecida de poder compartir con personas maravillosas, entre ellas está la inigualable Nathalie. La conocí en la bienvenida de la universidad, al verla y escucharla pude percibir un mar de ternura, simpatía, amabilidad y alegría que desborda e inunda a todos los que la rodean.

La describo como una flor en el desierto por su belleza, elegancia, delicadeza y fortaleza extraordinarias, capaz de crecer en las peores adversidades y brindar esperanza sin fronteras. Además queridos lectores, ella es súper creativa y talentosa, puede crear una historia caricaturesca que permiten memorizar los más complejos y abstractos temas, realiza dibujos asombrosos, así como análisis profundos y concretos sobre temas de interés en distintas áreas. Todo esto lo efectúa con amor, perseverancia y su especial toque de magia que encantara a millones con solo una mirada.

Si, aunque suene algo cursi yo estoy orgullosa de tener a un grupo de amigos y no estoy hablando de que tenga un gran grupo de amigos que pueda llenar un estadio, no, estoy hablando de un grupo de amigos en los que me sienta que pueda aprender y admirar cada día a quienes están en él, porque cada uno de ellos es especial y le dan un rayito de luz a mi vida a su manera; Una de ellos es una amiga muy querida llamada Anyel, que con su dulzura y paciencia derrite corazones por donde quiera que va, porque mi amigo, si la conoces de sus encantos no escaparás.

A ella la conocí en la Universidad junto con todos los que conforman mi “grupito especial” mis primeras impresiones sin mentirles fue que era una niña muy calmada e inteligente y que tenía un gran parecido a Blancanieves (si, suelo asociar a la gente con personajes de Disney y caricaturas) a medida que la iba conociendo me fui dando cuenta que los mejores consejos después de horas de contarle mis dramas absurdos de la vida eran de ella y que como pompas de algodón, su serenidad hacia que me sintiera tranquila en tiempos de tempestad.