La doncella de Colonia

   Érase una vez, una alegre y simpática doncella, que trabajaba en una casa de personas muy poderosas en Colonia, ciudad de Alemania, cerca del río Rín. Su trabajo consistía en atender directamente a la dueña de la casa. Esta doncella trataba de ver todo con mente positiva, todo lo veía de la mejor manera, pero la señora la trataba a ella y al resto de la servidumbre muy mal, los despreciaba y los maltrataba con hechos y palabras.

   Un día la señora le regaló, unos zarcillos de perlas, simplemente porque no le gustaban y ella muy feliz los recibió. Todos quedaron asombrados de ese gesto de la patrona. Pasaron los días y cual no fue su sorpresa, la señora se los quitó porque en ella se veían muy bonitos y la pobre chica, tuvo que regresárselos y muy triste quedó. Así pasaba su vida en esa casa donde todo era esplendoroso y lujoso. A pesar de todo el maltrato estaba muy agradecida por tener techo, comida y una mejor vida que en la de su campo querido.

   Cierto día la doncella va a su pueblo a varios kilómetros de Colonia a visitar a su padre un campesino que trabajaba la tierra, cosechaba trigo, hortalizas, verduras para venderlas en la gran ciudad.

    Ella le contaba de su vida casi feliz que tenía en esa gran ciudad, y los desmanes de las personas a quien ella servía. Entonces, su padre le dijo: A esas personas maliciosas hay que hacerles como yo le hago a mis animales. Y el padre comienza a relatar a su hija, su experiencia de vida con su vaca, la Mariposa. Esta condenada me vuelve loco, porque cada mañana la consigo comiéndose los frutos del campo y yo todos los días le suplico que no la haga, y la condenada no me hace caso.

   El otro día, le pedí: La primera vez, no le pedí, le suplique que no se comiera las hortalizas, y la muy sin vergüenza se volvió y no me hizo caso. La segunda vez le volví a suplicar y la muy atrevida me envistió y se puso en posición de ataque, tuve que salir corriendo. Y la tercera vez que se lo pedí, trató de hacer lo mismo, se volteó y tampoco me hizo caso. Fue entonces cuando agarré un garrote y la golpeé por la barriga, por la espalda y por su trasero. Y salió chillando. La muchacha exclamo, papá tu estás loco, como podría yo hacerle eso a mis patronos, me despedirían, me podrían llevar a la cárcel, que horror. Hija tranquila, tu no vas hacer nada de esto, pero que bueno sería hacerlo, ¿ verdad?

   Bueno, la doncella se regresa a los dos días a la ciudad y se va de nuevo a su trabajo. Pasaron los días, meses, hasta que llego el frío invierno y el padre preocupado fue a la ciudad, para saber de su hija.
   Cuando llegó se encontró con la noticia de que la familia donde su hija trabajaba había sido asesinada a golpes, y luego incendiaron la gran mansión. Se veía la casa en ruinas, negra como la noche, cenizas por doquier. Se enteró de que su hija estaba interna en un sanatorio y fue hasta allá a visitarla. Cuando la vio, quedo petrificado, ella no lo reconoció y sólo decía: Dale con el garrote, dale con el garrote, dale con el garrote. Era lo único que ella decía.