Historia: Justicia a ciegas / Capítulo I: Daniel
Hola, es primera vez que publico algo en Steemit después de mi presentación. Me gusta mucho escribir, y esta es una historia por capítulos en la que he estado trabajando. La idea es ir presentando el contexto de la historia a través de los diferentes personajes, al estilo de "Game Of Thrones", he de allí la inspiración.
Espero publicar un capítulo nuevo cada jueves e ir presentando mucho más del contexto hasta llegar al final. Podrán notar que en este capítulo solo narro algunas pistas e introduzco personajes, pero, más adelante, podrán ir entendido cada vez más. De verdad espero que les guste, que voten y comenten con su feedback.
Fuente
Justicia a ciegas
Daniel
Daniel se levantó de su cama apenas sonó el gran reloj de la sala. La verdad no había podido dormir en toda la noche, o en lo poco de noche que les concedieron. Parecía tonto: dormir. No era la opción más sensata con todo lo que estaba pasando, pero indudablemente era la más necesaria. Tampoco tenía muchas opciones. Su madre se lo había ordenado, y él, como un niño obediente, tuvo que hacer caso. Se acostó a las 9 de la noche del día anterior simplemente para dar vueltas en su cama. Fueron muchos los pensamientos que invadieron su mente. Se preguntaba cómo sonaría el despertador a las 3 de la madrugada. Llevaba años viviendo en esa casa, pero estaba convencido de que esta vez el reloj sonaría diferente, tendría un sonido definitivo. A pesar de ser el menor de la casa, era el más inteligente de todos. Desde los 3 años, sus padres dijeron que era un prodigio y que llegaría a ser de las mentes más brillantes de todos los tiempos. Tal vez exageraron un poco, probablemente todos los padres dicen cosas similares acerca de sus hijos cuando ven que logran reunir todos los tacos con sus respectivos colores en la guardería; pero, sin ánimos de decir que eran visionarios, estos padres no se equivocaron; Daniel realmente tenía el potencial de ser una de las mentes más brillantes de todos los tiempos.
Daniel llevaba muchos días triste, pero no se atrevía a decirlo, incluso si todos lo notaban. Realmente se había creído el rol del más inteligente de la casa, y estaba convencido de que esa inteligencia lo convertía en un modelo a seguir, a pesar de tener solo 12 años. No podía dejar que ni sus padres ni su abuelo ni su hermana decayeran por culpa de él. Sabía llevar muy bien esa máscara de niño fuerte en la que tanto había trabajado, o eso creía; pero al entrar a su cuarto, lloraba desconsoladamente, lloraba como ningún niño de 12 años debería llorar. Nunca fue de jugar con juguetes, ni se moría por serlo, pero desde que conoció la alarmante advertencia que ahora lo hacía parar a las 3 de la mañana de un día de agosto, comenzó a verlos con cierto aire de nostalgia. Se preguntaba si había desperdiciado el poco tiempo que había vivido, se preguntaba si su número de amigos sería mayor de haber sido un niño normal, pero ya era tarde. Incluso si se le permitiera vivir su vida completamente, no cambiaría su forma de ser. Ciertamente había nostalgia en pensar en cosas que nunca sucedieron, pero no podía negar que amaba su vida a pesar de que era solitaria, o de eso quería convencerse.
Esa noche del 13 de agosto, a diferencia de los días anteriores, se mantuvo tranquilo. No lloró en todo el día. Aunque sí pensaba constantemente en que irse a dormir para levantarse pocas horas después era una pérdida de tiempo. Prefería pasar junto a su familia el poco tiempo que les quedaba juntos, pero su madre dijo que eso no pasaría.
Todos en la casa estaban de acuerdo en que Laura no pensaba claramente. Decía constantemente que nada había cambiado, que todo seguía igual que antes, pero no era así. Daniel quería convencer a sus demás familiares de que se rebelaran en contra de su madre, de que exigieran su momento de estar unidos, aunque fuera para estar sentados en la sala en silencio, como solía ser, pero luego veía el rostro de su mamá hinchado del llanto y decidía que concederle su último deseo era lo correcto, aunque, en el fondo, también le parecía un poco egoísta. Los demás miembros de la casa, que la superaban en número, también tenían últimos deseos que no estaban siendo atendidos, como él, por ejemplo, que deseaba estar con su familia. De cualquier manera, deseos concedidos o no, no podía detenerse lo que iba a suceder. Decidió hacer caso. Si su madre decía que todo debía hacerse igual que antes, todo debía hacerse igual que antes. Así que a las 9 de la noche, como de costumbre, se fue a intentar dormir.
Cerró las cortinas y se lanzó a su cama sin cambiarse de ropa porque pensaba que no tenía sentido. Quería hacerle caso a su mamá, quería que todo siguiera siendo normal, pero ponerse el pijama sí le parecía una tontería. Comenzó a dar vueltas en la cama, obligándose a dormir, pero no lo lograba. Intentó de todo, desde los más viejos trucos, como contar ovejas, hasta los menos comunes en un niño de 12 años, como poner música jazz para inducir el sueño. Pasó dos horas intentando dormir, pero fue inútil. A las 11:15 de la noche se rindió, se levantó y decidió recorrer la casa.
Admiró, tal vez por primera vez en su vida, la grandeza de su hogar, su mansión. Una parte de él quería presumir, aunque fuera para sí mismo, el esfuerzo de años de sus padres que los llevó a conseguir un lugar como ese, pero no podía hacerlo, puesto que tal esfuerzo nunca había existido. Sus padres nunca habían sido los más inteligentes. No era esa la imagen que mostraban a la sociedad, pero él sabía que no lo eran. A veces veía en su padre atisbos de inteligencia, y pensaba en que había sido una gran pérdida de vida no haberla aprovechado. Sobre su madre, en ella simplemente veía a una mujer normal que tuvo la gran suerte de la vida de haberse casado con un pobre que muchos años después descubrió que era multimillonario.
La historia, según le habían contado a Daniel, era la siguiente. El tatarabuelo de su padre, Manuel, había sido un gran banquero en sus tiempos, pero antes de serlo, también había sido un hombre común de gran inteligencia; sin embargo, esta inteligencia no fue suficiente como para que su esposa no lo abandonara con su hijo, Roberto. Su esposa se fue con otro banquero cuya suerte lo había llevado a conseguir una fortuna más pronta que la de Manuel, y de su hijo no supo nada más. Su esposa le había arrebatado a Roberto antes de que el niño cumpliera nueve años, dejando a Manuel con un gran vacío. Manuel había amado a su hijo con todo su corazón, como solo un padre sabe amar, y la falta de comunicación con él lo condujo a un vacío del cual le fue difícil escapar. Estuvo deprimido durante mucho tiempo, se sentía un mal padre por no haber podido proveer a su familia debidamente, se culpó muchas veces por lo sucedido e incluso llegó a pensar que su esposa había hecho lo correcto. Después de haberse culpado durante mucho tiempo, se culpó un poco más. Con el tiempo, luego de haber vivido a profundidad su depresión, comenzó a llenarse de nuevo de valor y decidió no permitir que esa experiencia, aunque trágica, lo hiciera decaer nunca más en su vida. Poco a poco, se fue convirtiendo en ese gran banquero, y su disciplina y esfuerzo eventualmente le concedieron una gran fortuna.
En sus últimos días de vida, Manuel no dejaba de pensar en Roberto y en lo feliz que pudieron haber sido juntos con todo el dinero que había logrado hacer. Manuel era de aquellos seres cuya felicidad radicaba en el dinero, y, a diferencia de muchas otras personas, no se dio cuenta de lo contrario al morir. Cuando recordaba su vida con Roberto antes de su gran éxito financiero, solo veía tristeza, nunca había sabido aprovechar la sencillez de los momentos; y cuando imaginaba lo que pudo haber sido, se veía feliz junto a su hijo, pero era una felicidad que dependía del valor económico. Sin embargo, algo no podía negarse: con o sin dinero, Manuel amaba a Roberto. Así que decidió, como voluntad final, dejarle toda su fortuna a él. El problema fue que, aunque lo intentó, no logró contactar a su hijo, y tuvo que dejarle a su abogado la tarea de entregar la herencia.
Manuel finalmente murió, después de una vida de poca felicidad y mucho trabajo; y su abogado comenzó la travesía de buscar a Roberto, pero por más que lo intentó, y de verdad lo intentó, no lo logró. Contactó con todas las personas que compartían el apellido de Manuel, buscó hombres de casi mediana edad que no hubieran sido criados por un padre y que se llamaran Roberto, pero, apenas estos candidatos descubrían el porqué de la búsqueda, comenzaban a exagerar en su trato con él, mentían sobre aventuras que habían vivido con su padre, fingían llorar desconsoladamente, decían sentirse vacíos desde que su padre los había abandonado; la búsqueda se había convertido en una audición para una película.
Fue así como pasaron generaciones y la gran herencia de Manuel aún no había sido entregada, incluso el abogado había muerto. Pero, después de muchas dudas e investigaciones, se logró constatar que Raúl, el padre de Daniel, era tataranieto de Manuel. Raúl no pudo evitar caer en la actuación desesperada de aquellos otros hombres, que, en otras circunstancias, pudo haber sido señal de que era un impostor, pero, con actuación o no, la verdad había sido comprobada, y, por ley, le correspondía toda la fortuna.
Daniel no admiraba a sus padres por lo que habían logrado como seres humanos porque, la verdad, no habían logrado nada. Eran nuevos ricos. No sabían administrar su fortuna y mucho menos la invertían. Él los consideraba aristócratas contemporáneos, e incluso pensaba que estaban esperando que él y su hermana crecieran para que se encargaran de invertir la riqueza.
Más allá de todo, Daniel los amaba y sufría al pensar que no pasaría más tiempo con ellos. Se sentía triste de que una noticia trágica hubiera sido el impulso para aprender a amar los errores de sus familiares, pero intentaba no dejarse bañar por ese sentimiento y simplemente disfrutaba de aquello que antes odiaba: las peleas, el despilfarro, el egocentrismo, la falta de humildad, etc. Aprendió también a darle más valor a aquellas cosas que siempre amó de ellos: la cercanía, la sinceridad, el tiempo de calidad vivido con ellos, etc.
Se preguntaba si de verdad había sido un gran regalo del universo que su padre hubiera recibido una gran fortuna para que se le fuera arrebatada acompañada de su vida y la de todos sus familiares, pero ¿de qué valía hacerse preguntas que nunca habrían de tener respuestas? La realidad de lo que habría de suceder lo abrumaba y le repetía que ya no valía la pena lamentarse de nada.
Aunque la tristeza era el sentimiento que más predominaba en Daniel, puesto que se había resignado a los indetenible, mientras paseaba por su hogar, recordaba todos aquellos días en los que vivió con temor, especialmente el primer día; el día en que su familia sufrió la desgracia de ser seleccionada para pagar por errores ajenos.
Continuará…
Peace.
Que tortura esperar una semana ya quiero saber que le pasara a la familia de Daniel, me atrapó la historia por completo. 😊