Dios está
Dios está
Un día llegó el conquistador y trajo al verdadero dios. Un dios del Medio Oriente, traído por un español. Un dios llamado Yahwé ó Yavé, mejor Jehová, como José, el nombre civil de Yeshua. Jehová sería el dios de esta tierra; supliría a sus seguidores de tecnología para arrasar con los impostores Itzamná y Quetzalcóatl, avatares del sol. Jehová un día sería más grande que el cielo, las estrellas y las cosechas y se volvería el dios de América.
Al otro lado del globo, cuando apenas se enteró Jehová d que su experimento tenía forma de globo, había otros dioses, celosos y poderosos, también gestando sus armas y entrenando predicadores. Alá, el reflejo oscuro de Jehová, siempre trabajó basado en el Medio Oriente y expandió su hacienda hasta casi aniquilar a los pervertidos dioses del Olimpo. Igual que Jehová, Alá había conseguido un último profeta, y uno magnífico, dispuesto a comandar ejércitos y cortar cabezas.
A Jehová no le salió tan bien esa maniobra. Después de una sucesión de mensajeros divinos, creó un último profeta, pero su séquito se negó a actualizar el sistema operativo y lo dieron por impostor. Le tocó al profeta poco a poco hacerse su carrera, pero lo atraparon, amarraron y le sacaron la mierda a palos. Por suerte, Jehová aprendió bastante en el lejano Oriente, donde profesaban el amor y el desprendimiento del dolor y el cuerpo; el profeta de Jehová predicó basado en el amor y el perdón y, como sabemos, todos queremos ser amados y comprendidos, por lo que fue una estrategia sublime.
La jugada del profeta fue clave para Jehová. Gozaría de 1600 años de dominio casi sin interrupciones. Aún así, se daría cuenta de que siempre había conflictos entre sus empleados. Las riñas llegaron a tal magnitud que incluso uno de los gerentes tomaría unos cuantos departamentos y fundaría su propia sucursal. Jehová se alteró un poco, pero vio que era bueno. Mientras su nombre estuviera en el contrato todo estaría bien, pensó. Pasando los años, surgirían más conflictos, como el caso de un alborotador que salió a gritar que Jehová había muerto; pero poco se imaginaba que nuestro personaje simplemente había aprendido a tercerizar sus operaciones.
Aunque sus competidores en Asia y los otros continentes seguían en pie, Jehová & Co. no pararía de pensar en grande. Después de terminar su MBA, Jehová aprendió de sus errores y poco a poco montaría franquicias y les daría cierta libertad para generar nuevas líneas de productos. Así los nuevos creyentes tendrían una variedad de paquetes para alabar a Jehová. Desde paquetes exclusivos, donde los creyentes se aíslan de la sociedad y vivirían sin electricidad ni máquinas, hasta paquetes de ceremonias televisadas sin cortes comerciales.
Jehová tenía un don que supo aprovechar. Entendió muy pronto que las personas aman las historias. Fue testigo de los primeros hombres, sentados alrededor del fuego, interpretando para su tribu sonidos de monstruosos animales que ningún otro había visto antes. Por eso su mayor obra, que le dio ventaja sobre los demás dioses, fue recopilar historias, fábulas y moralejas en un solo libro. Cada quién podría interpretarlo como quisiera y, como se escribía todo en razón de Jehová, siempre quedaría él como héroe de la historia.
Extrañamente, Jehová vio que algunos hombres solo consideraban libros que no se pudieran interpretar, donde se hablaba de leyes, teoremas y experimentos con resultados y condiciones predecibles. Esto jamás será un problema, se decía Jehová; sus historias eran ya clásicos de la literatura, enseñadas fervientemente en escuelas de todo el mundo. Pero sospechaba que algo no andaba bien, pues pasaba que mientras él y sus competidores seguían dependiendo de los clásicos, los libros de experimentos seguían multiplicándose y cada uno parecía más influyente que el anterior. Y sin importar cuántas veces se quemaran las bibliotecas o muriesen los autores, los experimentos continuaban y se edificaban uno sobre el otro.
Jehová estaba preocupado al ver como los hombres usaban los libros de leyes y teoremas para matarse, torturarse y esclavizarse unos a otros de formas que a Jehová jamás se le ocurrieron, y aún, los libros de experimentos alargaban la vida de los hombres, algo que a él tampoco se le había ocurrido. Jehová estaba dispuesto a luchar, pero había un problema. No era el hombre el enemigo. Ellos solo encontraban hilas sueltas en la creación de Jehová, y cada uno halaba más y más fuerte mientras apuntaban con palabras y símbolos lo que ocurría. Por primera vez Jehová temió que, si los hombres halaban lo suficiente, todo su trabajo se desharía.
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