Alicia, su única hija, estaba a punto de traspasar el espejo de la niñez a la adolescencia. Era tierna como el canto de los pájaros que día a día visitaban el jardín; pero con un creciente deseo de vivir y conocer otros mundos.

–Padre –le dijo– habla con mi madre, dile que quiero emprender mi gran viaje, que no me detenga ni castigue duramente como hace con todos.

–Está bien –hija –le respondió el padre –la reina de mi corazón me entenderá, ven conmigo, hija. Ahora mismo hablaremos con ella.

–Pero tengo miedo, padre, la última vez que pediste por los jardineros fueron decapitados, tengo miedo de mi madre, mejor no, me quedaré para siempre aquí.

–No, temas, Alicia, dijo el padre tomándola por los hombros –eres su hija, yo sé que entenderá.

–Reina de mi corazón –dijo el padre, ya en la alcoba de la madre –Alicia ya está a punto de cruzar el espejo de la adolescencia y quiere hacer su gran viaje, vengo a suplicarte en nombre de nuestro amor que anules la decisión de no dejarla partir.

Ella se los quedó mirando fijamente, sonrió, dio una vuelta en círculo alrededor de ellos y luego gritó inesperadamente.

–Guardias, vengan.

–Mande, mi señora –dijeron en coro los guardias.

–Decapiten a esta niña irrespetuosa –dijo la madre llena de ira.

Iban los guardias a cumplir la orden cuando el padre intervino.

–No, reina de mi corazón, recuerda que es solo una niña.

Levantó el brazo la reina y dijo sorpresivamente:

–Deténganse, no habrá ajusticiamiento. Por primera vez retrocederé ante una orden dada. Tienes razón, esposo mío, es tan solo una niña.

Alicia salió feliz de la habitación y empezó a preparar su gran viaje.

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