Manuel: (Sin mirarla) –Te has pasado tu vida en lo mismo, una enfermera fracasada, del hospital a la casa, de la casa al hospital, y diciendo lo mismo: me voy, me voy; no tuviste el coraje cuando eras joven, ¿te vas a ir ahora que eres una pobre vieja?

Silvina: (Regresando a su maleta, tratando de erguirse) –Lo haré, Manuel, ya lo verás.

(Silvina toma la pequeña maleta y con gran dificultad comienza a caminar hacia la puerta de la calle. Manuel se pone de pie con una agilidad inusitada, camina hacia ella, pero cuando da los primeros pasos cae de rodillas. Ella suelta la maleta y acude en su ayuda).

Silvina: – ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Manuel: (Incorporándose penosamente. Con rencor) –Deja, estoy bien, además a ti qué te importa. Yo nunca le he importado a nadie. Yo siempre supe que eso era lo que me tocaría a mí, morirme solo, como un perro.
Pero dalo como un hecho; vete, y todo el mundo sabrá que aquellos niños murieron por tu culpa, porque les diste el tratamiento equivocado, porque nunca has servido para nada, ni como mujer ni como enfermera.

Silvina: (Furiosa) –Cállate, que te pueden oír. Lo mismo de siempre. Primero te pones a dar lástima y luego me amenazas con lo mismo. La verdad es que te da miedo quedarte solo.

Manuel: (Va a la nevera y saca un recipiente con comida) – Mentira, mentira, a mí nunca me ha gustado dar lástima. (Se dirige a la cocina).

Silvina: (Regresando a la maleta) –Y lo peor es que lo logras.
Yo sí cometí un error, pero no fui una mala enfermera como tú dices, ¿Sabes por qué no me has acusado nunca? Porque eres un inútil, ¿qué harías tú sin mí? Te traté como al hijo que nunca tuve. ¿Quién te va a hacer la comida, quién te va a lavar la ropa?, ¿quién te va a dar tus medicinas?, ¿quién, dime, quién, quién sino yo? Inútil.

(Manuel coloca el recipiente en la cocina. Se hace notorio el temblor en sus manos, característico de las personas con Parkinson).

Manuel: –Eso es lo que tú me has hecho creer, pero no, no es verdad. Vete, vete, y atente a las consecuencias. Yo tampoco quiero verte más, me defenderé yo solo, no te necesito.

(Manuel saca una caja de fósforo de su bolsillo y trata inútilmente de encenderlo, lo intenta en tres oportunidades. El temblor de sus manos se hace más fuerte).

Silvina: (burlona) –Ni siquiera puedes encender un fósforo. Anda, préndelo. Si logras prenderlo y encender la cocina, me iré, te lo juro por la memoria de mi madre, y tú sabes que yo no juro en vano.

(La luz comienza a desvanecerse lentamente, Silvina queda en la oscuridad. Manuel queda levemente iluminado; logra controlar el temblor de sus manos. El escenario comienza a iluminarse. Manuel enciende la cocina, sonríe triunfador y mira retador a Silvina).

Manuel: –Vete, vete.

(Silvina, cabizbaja, toma su maleta, camina hacia la puerta y sale lentamente. Manuel, espera unos segundos en silencio, luego se dirige a la puerta y grita).

Manuel: –Ya verás cuando todo el mundo lo sepa.

(La luz se desvanece nuevamente y el escenario queda a oscuras. Se escucha como música de fondo “Para Elisa”, de Bethoven. Luego el escenario comienza a aclararse hasta quedar en una pálida luz magenta. Manuel está sentado en su mecedora y llora desconsoladamente)

Fuente

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