Estás en la jungla nena [Crónica]

in #spanish4 years ago
Lista, con mi morral de los viernes para irme de la ciudad el fin de semana. Ese día salí de la casa más temprano en la mañana y decidí cruzar hacia la acera de enfrente antes del sitio acostumbrado. No venía pasando nadie mientras esperaba para cruzar, luego vi hacia mi derecha y casi sin darme cuenta, un tipo me pasó su brazo por el cuello para luego decirme: “quieta, no grites porque te mato, camina”.

Creo que palidecí al instante. Me agarró de la mano prácticamente arrastrándome hacia un kiosco que estaba enfrente. “Mete tu mano en mi bolsillo y busca unos fósforos” ¿Meter mi mano en su bolsillo? ¡Quería meterle una patada en los testículos! Pero lo hice y no había nada. Entonces compró unos fósforos en el kiosco y me pidió que le encendiera uno para prender su asqueroso cigarro. En ese momento le vi los ojos: rojos, vidriosos...como en el limbo. Oh no, pensé, debe estar drogado. Y mis manos temblaban tanto que casi no podía hacer el movimiento para encender el fuego. “¡Deja de temblar, dame acá!”. No sé si la señora del kiosco se dio cuenta de la situación, lo cierto es que no había gente caminando por ahí, y menos algún policía, es decir, no había para donde agarrar.

Le dije que no tenía dinero, que se llevara el celular, incluso lo saqué para dárselo. “Guarda eso, todavía no”. ¿Y qué quería, pasear primero? No, algo que yo no le iba a dar. “Tómame de la mano como si fuese tu novio” ¿Queeeeeeeé? La cosa iba por otro lado... Intentaba pensar cómo escabullirme y el tipo me apretaba la mano mientras caminábamos hacia un callejón.

“Siéntate ahí”, era un murito, luego se sentó él y yo miraba para el otro lado, donde de lejos gente y carros se movían en libertad. “Mírame” ¡Qué desgraciado! Esa gente no existe sólo en las películas pero no te enteras hasta que te topas con uno... El mundo es feo. “¿Qué estás viendo ahí? Si te paras te meto un tiro en la columna y te quedas inválida toda tu vida” Oh... ya quería llorar, pero no es mi estilo. ¿Por qué haces esto? - le dije. “Porque yo soy un malandro vale, un ladrón”.

Estaba claro lo que quería, puso una mano en mi pecho y le di un codazo. “¿Quién manda aquí? Tú o yo?” No dije nada. “Mira chama, yo lo que quiero es que me hagas...” Quedé fría, pálida, fuera de mí. ¡No! “Bésame”, ¡Nooooooo!, el tipo en verdad pensaba que su psicoterror me haría ceder, pero se me ocurrió un plan algo costoso que seguro él no rechazaría.

“Abre el bolso pues, aquí tengo el hierro ¿no me crees?” Nunca me mostró ningún arma, igual creo que fue mejor no comprobar que lo tenía. Después de todo mi miedo era su mejor arma. “¿Y ese pastillero?” Hasta me dio risa, pensé en decirle que tenía alguna enfermedad altamente contagiosa, pero le dije la verdad (¡me cuesta mentirle hasta a un vulgar ladrón!): son mis vitaminas C y E. Después sacó mi estuche, “¿qué es esto?” Maquillaje, le dije ya desesperada. Lo que faltaba era que sacara mi ropa sucia también. “No vivo en esta ciudad”, al fin pude mentir. “¿Por qué este morral pesa tanto?” ¡Coño ya llévate el celular y déjame ir!, pensé.

Volvió a decirme todas esas porquerías que sus bajos instintos deseaban y decidí que era en ese momento o nunca. Le señalé el banco que estaba enfrente a lo lejos y le dije: ¿quieres dinero? Mientras, él curioseaba en mi cartera, “¡si aquí no tienes nada!”.

“Abrázame mientras caminamos”, no j..., un malandro falto de afecto, ¡lo de All You Need Is Love es la cosa más cierta del mundo!. Ese cajero estaba “temporalmente fuera de servicio”, me arrastró a otro (secuestro express a pie) y no me soltaba la mano ni dejó de cargar mi morral aunque se quejaba de que “es muy pesado”.

Cuando se dio cuenta que en verdad le iba a dar dinero (menos mal que era viernes de quincena, ni tonto era el tipo) empezó con la arrepentidera: “coño chama perdóname, es que yo tengo una niña y no me alcanza pa’ mantenerla”. ¿Será que es culpa mía? ¡qué vaina! “Perdóname vale, yo no quería pero es la necesidad”. Entonces le recordé que si era esa “su necesidad” no tenía por qué decirme ese poco de cochinadas (con el perdón de los cerdos, que son tan lindos), hubiese ido al grano y ya.

No se burlen pero lo que sigue da risa. Le di el dinero que pude sacar del cajero (casi toda la quincena) y le dije que al cruzar él se fuera por un lado y yo por otro. “Ok, no me vayas a sapear con la policía ¿oíste?”. El infeliz este me dejó limpia y encima me quiso “acompañar” a la parada, “yo te doy pal pasaje”... vaya caballero. Y seguía disculpándose... Uuuuy ya cállate. Y el colmo de los colmos: “dame tu teléfono para llamarte”. Mejor no, le dije, no vuelvas a hacerle esto a más nadie. Y la cantaleta: “estudio y trabajo de mecánico pero no me alcanza, perdóname”. El tipo ya hasta me dio pena. Ok, te perdono, chao. Casi que nos hacemos panas, los mejores amigos pues. Pensé que me quitaría el celular, pero no, ¡qué amable! ¿no?

Al momento de montarme en la camioneta y dejar atrás esa escena, además de darme cuenta que todo pasó sólo en media hora, rebobiné y la rabia mezclada con impotencia me recorrió la espina dorsal, ¡quería gritar!

Luego lo tomé con humor, como hago siempre y a todo al que le conté se reía, de mí supongo. “Tu pana el malandro” me decían. Pero bueno, qué más da si yo me reí de mi misma, como me dijo mi tío cuando supo: “qué pendeja eres, te dejaste robar así”.

Uno nunca sabe cómo va a reaccionar ante ciertas situaciones, menos si son ajenas para ti y en este caso, por fortuna, el asunto se volvió una anécdota sin mayores consecuencias que el perder un poco de dinero. Pero fue sólo dinero, puedo hacer más.


FIN

¡GRACIAS POR LEER!

Texto y foto de mi autoría

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