No lograba comprender nada, no recordaba cómo fue que llegué, ahogándome en medio de ese tormentoso e implacable océano, a lo lejos logré divisar tierra. Volqué todo mi esfuerzo en tratar de llegar, pero perdí el conocimiento.

    Me levanté en una isla tropical con una abundante vegetación, luego de asimilar mi situación, me propuse a explorarla, después de cuatro horas de búsqueda exhaustiva, concluí que me encontraba en una isla inhabitada, estaba experimentando una de mis peores pesadillas.

    Pasaron meses, mi cordura se diluyó con el tiempo. Un día, en mi demencia cotidiana, todo el panorama que visualizaba se tornó en blanco, mis ojos se adormecían poco a poco.

    Me desperté en un cuarto alumbrado tenuemente, otras personas se encontraban a mi alrededor, remuevo una especie de casco humeante en mi cabeza, al ver detenidamente a los otros sujetos, me percato de que se encuentran en una especie de estado de animación suspendida, salgo del cuarto y camino por los pasillos hasta llegar a lo que parece una sala de monitoreo, en la pared se puede leer el nombre “virtual-orbis”, justo como se llamaba la compañía de mi padre. Encuentro papeleo por doquier, todos contaban detalles de mi perfil psicológico y el de las otras personas, luego giré mi cabeza y caigo en cuenta de que los monitores estaban transmitiendo las proyecciones de los peores miedos de cada uno de nosotros, tal parece que había estado siendo parte de algún tipo de experimento enfermizo que involucraba tecnología de realidad virtual, era mi deber iniciar una revolución.