Microrelato. El Secreto de las esferas. Los Morgan. Parte I y II.
“La vida por muy adorada que sea, sólo los sueños se encargan de hacerla eternas…”
Saludos amigos de Steemit, en esta oportunidad publico una pequeña historia de seis capítulos sumamente cortos, sin embargo aquí les lejos la dos primeras partes para su consideración y respectivos comentarios, gracias.
Aún si pudiera hacerlo, no me gustaría repetir la historia dos veces. Ni llenaría un registro de mis últimos años sobre esta experiencia que comenzó, a pesar de la lluvia, cuando llegué a la dirección que me indicaba un pedazo de periódico del día anterior. Era un aviso donde solicitaban a una persona cuyo perfil descrito fue redactado especialmente para mí.
Mi nombre es, por los momentos Felipe Hidalgo. Leí felizmente el texto que detallaría mi persona como profesional, así lo creía desde ese instante: Asistir a las tareas cotidianas que las personas mayores no pueden realizar. Realizar de funciones propias del auxiliar sanitario. Al mismo tiempo, debe tener empatía hacia los demás; comunicarse adecuadamente y escuchar; respetar la independencia y privacidad de las persona. Me costó entender la razón de mi emoción al pararme frente al extenso muro que se apreciaba de forma irregular que deslindaba la casa de los Morgan. Supuse que eso se debía, por ser mi primera responsabilidad que tomaría en serio, desde que me gradué de auxiliar de geriatría. Llegué a esa familia, una mañana fría y húmeda. Allí me esperaban cuatro individuos, todos mostrándose ansiosos, uno de ellos no cesaba de ver su reloj de pulsera, mientras que otro, caminaba de un lado a otro detrás del sofá suavizándose la barbilla como para cerciorarse que se había rasurado perfectamente. Sobre el diván yacía un tercer sujeto, casi somnoliento, bostezaba cada minuto desde que entré al inmenso salón, y por último una mujer, que, por su cabello blanco y piel quebradiza, supuse inmediatamente que era la madre. Ella me observaba, como tratando de entender mi presencia. En ese instante comprendí que faltaba un quinto personaje para cerrar aquel cuadro familiar: El padre. Allí, comencé a formar parte de aquella dinastía. Manuel Morgan, de 93 años de edad, padecía de una enfermedad que lo inmovilizó desde hace 5 años, un padecimiento adquirido por su vejez. Desde ese intimidante encuentro todo se centró en mi obligación, que fue, simplemente cuidarlo.Decirles que fue fácil mi acceso al dormitorio les mentiría. No sabía con lo que me encontraría en él. Dejé entrar la mirada poco a poco hacia el lugar donde ubicaría la cama clínica, estaba rodeada de un grupo de equipos de alta tecnología, de los que se utilizan para detectar los signos vitales, con tres bombonas de oxígenos.
En medio de la cama se encontraba el Señor Manuel Morgan, casi imperceptible al ojo humano. Un ser de gran altura y tan delgado que su piel se adhería a los huesos mostrándose como un cadáver vivo, dormitaba, lo supe por el equipo que monitoreaba su pulso. Al aproximarme pude apreciarlo con detalle. Ya al lado de él me sorprendió la velocidad con que abrió los ojos, me miró, no sabía que decir. Movió su brazo derecho aproximándolo al mío. En ese instante comprendí que era aceptado, requiriendo mis servicios en el momento indicado. Respiré profundo y lo saludé tímidamente. Después de escuchar una leve tos, regresó gentilmente el saludo. La habitación estaba fría, ayudada por la persistente lluvia que no cesaba desde la madrugada. Don Manuel me indicó que me acercara a él, sin dudar lo hice. Aproximé mi oído a su rostro. Vocifero un raro susurro indicándome la búsqueda de un objeto, siendo el mismo una caja que estaba en la primera gaveta del escritorio. La llave para abrirla la tenía aferrada a su muñeca, custodiada por una fina cadena de oro. La tomé, emprendí la exploración, fue su primera disposición y cumplí cabalmente su petición. Un pequeño cofre se mostró ante mis ojos, era gris, tal vez, blanca en otro tiempo, tornándose de ese color que todavía exhibía. Insistió con un lenguaje soez que abriera con sumo cuidado la pequeña caja. Aquellos objetos dentro de ese recuadro acolchado finamente con un terciopelo morado me deslumbraron; eran tres esferas de colores, dos azules y una roja; tenían impreso palabras, sin sentidos para mí. En ese momento sólo realizaba lo que me encomendaba Manuel Morgan, mi regente. Que en lo adelante coexistiré como su mano derecha… …continuará.
J.R.M.(@siondaba)
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