El visitante de cinco sombras. Microrelato.

Saludos amigos de Steemit: La búsqueda del pasado, sólo es para conocer hacia donde vamos, abarcando una aventura llena de sentimientos oscuros y silenciosos. A continuación el texto para su consideración y comentarios.

Un pedazo de tierra termina de caer sobre la fosa totalmente rellena. No hay duda que la oscuridad allí adentro calienta el pellejo preparado un festín para los gusanos recién llegado al sitio. Ese sarcófago hará cuido de estos seres oportunos, aunque no lo aceptemos, sus presencias sucumbirán ante las hambrientas luchas entre gusanos.

Parece mentira, Miguel Trompera es el último de ellos. Tan rápido se esfumaron con el aire. Estos rostros que lo acompañan no saben de quienes hablo, y decírselos no lo entenderían. Lo peor, todos han sucumbido en las lápidas que ahora se presentan ante mí.

Siento dolor por sus ausencias. Es cierto, no les podría mentir… Mi arribo a Barlovento no fue acogedor; más bien frustrante. No resistí el hecho de sepárame de Mama Tula. Comentaban que ella, mi abuela, me malcriaba y tenía enfaldao. Eso decían, aunque nunca llegó a importarme; lo que en realidad me molestó fue la caprichosa mudanza a estas tierras.

Rencoroso del alejamiento (de Mamá Tula), me escapo al parque ubicado a dos cuadras de la iglesia, la de doble campanarios; allá, casi por donde se marcha el sol en la subida de mi casa. Donde las ruletas y toboganes medio emparapetados alimentan mi desconsuelo.

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Colinas de ásperas pendientes me abandonan por estar entregando al recuerdo. Acompaño la calle entregada al olvido, sin esfuerzo me acomodo sobre el caballo de hierro. Un tubo de 4 pulgadas que protege un sinfín de casas achatadas que terminan al cruzar la calle 23 con la Av. 76-A. Es el vigilante de la acera donde aparcan vehículo de todo tamaño.

En ese cruce, un cucurucho entrega su interior mostrando sombras que vagan de un lado a otro. Es la existencia de un refugio callado.

Malabares sobre el tubo dan a demostrar mi agilidad, a pesar de la edad. Salto al suelo realizando la última acrobacia, y sin percatarme quedo parado frente al aviso “Expendio de licores No.5” haciendo juego al número de visitantes que observo y que adornan ese sitio lúgubre, de aire pesado… No es casualidad que sean cuatro hombres y una mujer para representar el número 5 de aquel aviso, viejo y despintado. Desde entonces me dirijo todas las noches al pequeño cucurucho; enterrando mis ojos en él, un ser forastero de almas perdida, así me siento...

El pequeño bar exhibe un mostrador bajo y al fondo se presta al ambiente una rocola mal parada, sin fuerza, vomitando sólo murmullos; parce un monstruo, sin ojos, solo dientes afilados, desprendiéndose al instante que le introducen una moneda.

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Ellos no hablan, parecen cuerpos cansados, mutilados, clavados en sillas, socavadas por el tiempo. A decir verdad, este ambiente se presenta fuera de lo normal, ausente del bullicio de la ciudad que lo envuelve.

Cuatros hombres y una mujer; ella sobre todo me recuerda a “Mama Tula”, desplazándose despacio, atando en cada una de sus manos dos cervezas bien frías. Cruza el salón y se pierde en la oscuridad.

En un momento algo extraño pasa - ¡Ay madre santísima! ¡Qué manos tan frías apurruñan mi hombro izquierdo! - ¡Uff que susto! Sus pies se extienden con la acera como el poste con su cuerpo. Lo miro, no deja escapar palabras algunas; uno de ellos se dirige a mí y recuerdo a mi padre, que siempre decía – Ve al parque, pero no cojas para la otra orilla –

Aquel personaje ayuda a enderezarme. Dice que lo acompañe y no le respondo, pero lo escolto. Mastica chimó. No sé si existe parentesco entre ellos, solo sé que me encuentro aquí cerca de sus talones.

Volteo, y noto que la puerta semi-abierta queda a la vista de todos. Me detuve. Buscaron conversación y no la consiguieron. En ese momento me abrigó el miedo. Me ofrecen un trago, lo sorbo con dificultad porque está caliente. Ellos se rieron. Les dije que afuera esperan y si tardo, recibo senda paliza; cambié de rostro para persuadirlos. Ellos se volvieron a mirar y por fin pude salir…

Lo curioso es que es un bar público y únicamente ellos cinco, lo visitan.

Días después regresé. Me dieron confianza. La fui ganando poco a poco. Narraron anécdotas de sus vidas. Todo continuó, habiéndome acostumbrado a ellos… Fueron grandes acompañantes nocturnos.

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Estoy sobre la tumba del último de ellos; tapado el féretro con peñones desbordados y sin aire que respirar de Miguel Trompera.

Todo ha terminado. Saldré silencioso a recorrer nuevamente las calles, mostrando mi condición de acróbata mientras practico sobre el potro de hierro. Donde al final se muestra el cucurucho. Miro hacia adentro, por momento creo ver sombras que se arrastran con la tarde…

¡Ay madre santísima! Qué manos tan frías apurruñan mi hombro izquierdo… ¡Uff que susto! Volteo, el poste y la acera se extienden con la calle totalmente silenciosa…

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J.R.M.(@siondaba)

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Gracias por leer. Hasta la próxima.