El rezongo del canto le culebreaba por las orillas, por sus soledades y su único deseo era buscar el por qué su padre los había abandonado, se marchó tan repentinamente, que ni siquiera les dejó el abrigo del regreso. Sus abuelos le contaron diferentes historias para que olvidara esos sueños que lo estaban volviendo loco. Según ellos era tentación del maligno. Se marchó como la esperanza de cada día.

“Este río es para mí, papá se marchó con él, con sus venturas y desventuras, su rabia, su desdicha...”
—Abuelo ¿por qué se fue?

Ni siquiera tenía el llanto para desahogarse y el aullido lejano de los cazadores de lunas era una canción que remontaba sus recuerdos y todo parecía venirse como el estrépito de una canción, de un tambor que cruza el eco lejano y nos brinda la alegría de una fiesta de santos y lo va martillando hasta que la embriaguez de la soledad va dejando todo en silencio.

− La aventura se lo tragó mijo, para qué quiere que le cuente esas cosas...
“si supieras escuchar ese tambor, ese rasgar de cuerdas, es el ansia por la vida que vendrá. ¡Upa pues! ¡Upa pues! La garganta se duerme con el licor y toda la noche es canción y fiesta, ¡báilalo negro! Es la piel quemándose. Es la canción sobre la piel... si supieras... si supieras...”

—¡Mire mijo! Ese río es pedregoso y si uno tira la mirada, ésta se va dando tumbos y después sólo queda la piel endurecida.
—¿Abuelo por qué?...

Ese silencio le iba abonando las furias. El Abuelo se dejaba caer sobre la silla y sus ojos navegaban el vacío. Sentía que aquella pregunta le laceraba, le revolvía la conciencia.

—Abuelo, el río me culebrea el sueño, me monta en esa curiara como un sonámbulo, en un principio el agua lava mis pies, pero luego suavemente la brisa va levantándome, me despega de la tierra y un hilo me va guiando desde abajo. Miro todo desde allá arriba. Sólo un hilo me sostiene. ¡Soy un papagayo!
¡Un papagayo!... ¿Usted lo entiende abuelo?...

Se le nota el miedo encaramándose en sus sienes. No importa, es mi sueño. Yo quiero ser un papagayo. Yo sé abuelo, que en esta tierra la música, el canto y el baile nacen como la hierba del camino. Pero no entiendo, no sé qué carajo hacer con mi vida. No tengo nada, mas no me falta el deseo de robarle algo al vecino, el papagayo de su hijo, por ejemplo. No conozco ni el calor de un muñeco de trapo. Sólo tengo tiempo para llorar y ni siquiera puedo, entonces pienso en caramelos y chocolates. En el cuento de Pinocho y su larga nariz... papá desapareció. Dicen que llevaba su viejo chaleco de cuero, su chinchorro y la cara anochecida.

Tú callas abuelo, sólo gruñes y regañas cuando pregunto y me das cualquier respuesta como si eso fuera suficiente para calmar mi ansiedad. Si pudiera decirle a papá: ¡hey papá! ¡soy un papagayo! Y sabes, anoche estuve con la bruja del cuento de la casa de los dulces, pude dormir acurrucado entre las nubes... papá, si pudiera decirte...

Papá era transparente con muchos puntitos negros en el rostro y tenía pañuelos blancos con rayas multicolores. Una madrugada saltó sobre mi sueño, parecía un pájaro con dientes, desperté y mi sueño no tuvo un final. La abuela venía a consolarme; pero yo pensaba en papá que no venía y que no vendría. Ella tampoco decía nada, siempre estaba muda, sólo se metía en su santuario detrás de la puerta, donde tenía una gran cantidad de imágenes de santos, y reza que te reza contra los maleficios, y llora que te llora por las ánimas en pena y dizque por mí también, porque esas cosas que pienso son obra del diablo y que si no hago algo, el demonio terminará llevándose mi alma pecadora.

Continuaba pensando en echarme al río y dejar que la aventura me tragara o me elevara por encima de todos, siempre imaginé que eso fue lo que quiso mi papá.

A ti abuelo, ¿te importó? ¿dijiste o hiciste algo cuando te planteó sus deseos? A lo mejor te asustaste como cuando te dije que quería ser un conquistador y luego me saliste con aquello de: ¿y qué vas a conquistar mijo? Y te reíste como loco por aquella travesura. Pero yo te dije: voy a conquistar la vida abuelo.

Se te acabó la risa, y dijiste que yo era un muchacho malcriado y loco. Me mandaste a barrer el patio para que me ocupara de algo, que todo eso era producto del ocio. Luego le dije: “a lo mejor me vuelvo papagayo” El miedo le pintó el rostro, lo fue cambiando, devorándole como un comején a un viejo árbol, y todo él parecía una mueca y eso me dio mucha risa y casi me orino. Fuiste a prenderle velas al ánima sola. Lo vi llorar y rezar en el altar de la abuela.

Fuente

— No piense así mijo, a su papá nunca se le ocurrieron semejantes barbaridades. A él le gustaba la música, el baile. En este pueblo lo querían mucho... ¿qué importa si un día decidió marcharse? No lo entiende mijo... ¡no sea terco por Dios!

¡Un papagayo! ¡un papagayo! Dispararme hasta los ojos del sol y perderme en el infinito. Tal vez lo mejor será agarrar esa curiara y galopar sobre el río. Preguntar por mi papá aquí o allá. Andar con mi guerra a cuestas. No importa cuántas batallas se pierdan. ¿Ahora qué?... tomar los remos o mirar cómo los años se comen al abuelo, o ver a mi abuela buscando una luz entre rezo y rezo. Debo decidir ahora que la sangre me hierve, sino terminaré consumido por las sombras.

Necesito despegar los pies de este barro. El abuelo me mira y se persigna. Tres aves marías y un padre nuestro. Muchacho loco, malcriado, lo que te hace falta es cuero, si te agarro sabrás lo sabroso que es un rejazo bien dado, eso es lo que te hace falta.

Quisiera ver salir a papá de su camisa, se le plante de frente y le mire y le haga saber que la vida se ha ido de su rostro y sepa de los cuentos, del río y la aventura; pero no importa, me iré remontando entre la brisa, mostrándoles una cola multicolor y dejando un sabor amargo a sus vidas. Todos gritaran en el pueblo, todos.

La noche como una vieja loba, aúlla. Una canoa pasa arrastrando fantasmas y papá va allí gritando: ¿lo comprendes hijo, lo comprendes? Una brisa de rezos rompe la calma y un papagayo eleva las miradas. El clamor es largo. Siento en mi pecho la violencia de los sueños. Es tan larga la travesía.

El abuelo es una lágrima mirando las tardes que mueren. La casa ya no es la misma y mis pies son tan livianos. Siento mi vida presionada, como si toda la fuerza del río me sujetara y apenas si se siente el rezongo de la curiara arrastrada por la corriente.

Fuente

Apoyemos el trabajo de:

@cervantes, @mosqueteros, @babelproyect, @engranate, @celf,
@codebyte, @salvadordali, @reveur, @larepublica, @rutablockchain,
@amigos, @elarca, @cooperacion, @provenezuela, @unamillamas, @todoporvenezuela, @romulogallegos.