EL JOROBADITO, CUENTO

in #spanish6 years ago

** EL JOROBADITO**

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Su ojo de viejo se había convertido desde entonces en un furtivo cazador, la vida ya le había enseñado a andar agazapado, no se explicaba porque sus huesos se le habían amontonado en su espalda, tampoco recordaba en que momento perdió a su madre, son tantas cosas para cavilar, sin embargo, las respuestas siempre faltaban.
Todavía se acuerda cuando le decían el jorobadito y como le hervía la sangre, pero el sol y el trabajo le fueron moldeando más sus huesos y de su espalda fue naciendo un arco y encorvándolo de tal manera que siempre parecía andar al acecho, en una eterna búsqueda, pero ahora con la piel endurecida, sus preocupaciones eran otras. Las vainas que tiene la vida, eso decías en esas conversaciones que no tenían más oídos que los tuyos.
Sí sólo se hubiera quedado jugueteando con los animales de su abuelo, pero el sueño de unos labios frotando su aliento ya tenían nombre:
Dorinda Ramos. Mulata fuerte y bien formada que había dejado sus laderas libres para que él, como un potro salvaje se desbocara en loca carrera, en busca de los terrenos propicios para la siembra del deseo.
Dorinda negra fea, tus ojos brillaron en la noche de mis caminos, me jodiste, ahora mi abuelo se quedará sin el muchacho pa’ llevarle los animales a comer.
Dorinda siempre se había ocupado de llevar la comida a los peones, venía toda llena de grasa, de tizne con olor a ajos, venía y se sentaba bajo los árboles con la olla llena para repartir a cada uno de los trabajadores, ella no miraba a nadie, sólo de vez en cuando soltaba su risita y su voz roncaba entre el sol del mediodía cuando a alguno se le escapaba un comentario jocoso.
Cuando yo pasaba le dejaba mi sonrisa hueca, de reojo la miraba y le mostraba la misma sonrisa picara como cuando llevaba la mula de mi abuelo a pastar luego ella me miraba complacida después de un rato de sexo. De qué te ríes jorobadito, preguntaba ella, y yo reía más. La negra se ponía seria y volvía a su faena sin mirarme.
¡Ay Dorindita! Siento que algo me nace aquí dentro, en mi pecho, me hace pensar mucho en esa negra y cuando me encontraba sólo con mi escardilla dejaba escapar una carcajada y la curiosidad del resto de los peones les hacía decir cualquier comentario.
-- ¿Qué le pasará al jorobadito? -Decían – Está muy alegre y el que solo se ríe es porque su picardía recuerda...
-- ¡Saben! -les dije- Dorinda se parece a la Rosa del abuelo Ruperto. Y las risas no se hicieron esperar.
Y pensar que desde aquel día la cosa de verdad cambió, los sueños sobre la escardilla eran muy frecuentes y el patrón me llamó la atención varias veces porque no tapaba los surcos a tiempo y el agua se escapaba.
Cuando llegaba la noche, me acercaba al rancho donde la negra reposaba, le daba unos toquecitos a la ventana, como quien no quiere la cosa, la primera vez la negra salió sin malicia alguna para mirar y se encontró con un cuadro de dientes pelados.
-- ¿Qué quieres?
--Si me dejas pasar te lo digo.
-- ¿Dime qué quieres?
--Te quiero a ti.

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Y sin mediar más palabras una de mis manos revoloteo directo a sus pechos, de igual manera una de sus manos voló estrellándose en mi cara, sentí tantos golpes que la noche se hizo más oscura y carajo no se ni como fue la escapada; cuando desperté el sol me daba en la cara y era muy tarde para comenzar la jornada, ni siquiera sabía como había podido dormir allí en el monte.
Cuando llegué los comentarios sobraban y la palabra jorobadito iba y venía, más no me importó, al fin y al cabo, era mejor acostumbrarme, así, lo que ellos pensaran me tenía sin cuidado, cuando la negra fue con la comida no me moví del sitio de trabajo, aunque por dentro las tripas tenían un lindo concierto.
-- ¿Y el jorobado?
-- ¡Cómo que no tiene hambre!
-- ¡Amaneció con la luna!
Más tarde me dejé caer bajo los árboles para soñar despierto, el abuelo Ruperto estaba enojado y me trató de sinvergüenza y no se que otras cosas más, mencionó a mi madre, ella se había muerto cuando yo nací. ¡Ay Justina!, qué dios la tenga en la gloria, pero echarme esta vaina dejándome ese muchacho más tapa ‘o que un coco, casi ni gente es.
-- ¿Abuelo por qué tengo esta joroba?
-- Es la maldición, naciste con la cruz a cuesta.
-- ¿Abuelo, pero qué culpa tengo yo?
-- No sigas preguntando vainas y ve a llevarme a la Rubia y a la Rosa para que coman. Anda, apura el paso.
Ahora como me llamaré, ¡ay! Tantos nombres para nombrarme: pedazo de guevón, arco de mierda, joroba de paja, busca mojones, jorobado, jorobadito.
Amaneció y estoy vivo, sí abuelo Ruperto voy a llevarle los animales, los pobres no han comido. La Rosa movía su trasero grandote, parecía que cantaba la condenada y la Rubia muy callada parecía sonreírle al viento.
Después estaba de nuevo en el campo, escardilla en mano aporcando las plantas, bajo la mirada del patrón que parecía pendiente de mis sueños hasta que el grito de la negra Dorinda nos recordaba el hambre y cada uno iba pasando a llenar su vianda. Fui el último en pasar, sin levantar la cara como buscando algo entre la hierba seca, pero la negra me habla y dice como si nada:
-- ¿Te dolió jorobadito?
Y el peso del plato me sacó de mi escondite, mis ojos chocaron con su collar de dientes.” ¿Te dolió Jorobadito? Y dije a reír sin parar, todos reían de mi risa, aunque nadie entendía el por qué. Dorinda se fue riendo.
Esa noche, mi voz y mi cuerpo se mezclaron con el olor a ajos, a tizne, y roncaba como un gato entre aquella piel pegajosa, subían sus manos por mi joroba como quien escala una montaña, éramos carbón, grasa, aliño y sudor. La montaña se abrió y como agua represada embestí y la noche fue un solo grito.
Abuelo Ruperto, ahora estoy soñando, me viera la Rosa, hasta celosa se pondría. El Jorobadito está alegre, -eso comentaban.
Dorinda parecía un potrilla, regordeta y sus nalgas hacían temblar la tierra, ¡carajo! Abuelo Ruperto lo que me estaba perdiendo. Así esperaba las noches para convertirme en lechuza y luego las madrugadas ocultaban mi sombra. Dorinda me daba las mejores presas, los platos rebosantes.
-- ¡Miren al Jorobadito! Hasta canta. Una guacharaca es pendeja…
-- ¡Oye jorobadito! Cuidado te quemas, andas muy cerca del fogón.
Cada uno iba diciendo lo que le venía en gana, convirtiéndolo todo en un chiste, sin embargo, poco me importaba. Pero, el abuelo Ruperto se quedó solo con sus animales. Un día, a Dorinda le vinieron unos mareos y todo asustado corrí con ella para el dispensario, allí le dijeron que no era nada grave, que esos descuidos se curan a los nueve meses.
No, eso no puede ser, me decía la negra, hay que decir que es un maldiojo, que alguien me embromó y me dio leche de Ceiba, o que son lombrices, cualquier cosa y la negra se desesperó, a mi en el fondo me daba miedo, pero que va, esas cosas lo hacen sentir, algo así como un macho. Y me sentí hombre ¡carajo!
A los nueve meses exactos nació la ceibita y yo el señor jorobado, jorobadito no, seeeñooor... padre de familia.
La negra Dorinda era una bestia para el trabajo, luego del parto allí estaba llevando candela para cumplir con sus obligaciones. Candelita, así la bautizamos, en honor al fuego que ambos llevábamos, pero de diferente manera, ella, por el calor del fogón y yo, por el volcán que se levantaba en mi espalda y que escupía pura candela en las noches de lujuria y pecado.
Un día me agarré para el pueblo, dizque buscando una mejor manera de vivir, pero la cosa no fue tan fácil para alguien como yo, que ni derecho podía andar, y en ese vagar por las calles me encontré a Fabián, todo desaliñado y con una botella de lo más apetitosa.
-- Mire, señor jorobado, cuando uno tiene mujer, tiene problemas, que si los carajitos, que si la comida, en fin, problemas… mejor échese un trago...
--Tiene razón señor Fabián, la vida, la vida es para gozarla, pero mi negra es otra cosa, es mi volcán...
Candela, Candelita se queman mis ojos, mis ojos viejos, ¡ay! Mi negra se fue, era dura en el fogón, pero era porfiada y se me fue enfermando y una noche, mi negra y Candelita me esperaban con el hambre y la soledad y de los ojos de mi negra salía un río largo que se fue secando de a poquito. Ahí le vinieron unos mareos raros, con unos calorones y ella pensó que era cansancio y no le paró, siguió su trabajo. Y en sus ojos había un brillo que él no comprendía.
Desde el campo la cosa se ve diferente, uno piensa que en la ciudad la vida es mejor. Me acuerdo cuando llegué a las oficinas de la gobernación
Buscando trabajo, venga mañana, no, que la próxima semana y así pasaron unos cuantos meses, y ese señor, con el que hablaba ni siquiera me miraba, hablaba y hablaba, pero no conmigo si no con el aparatico que tenía arriba de la mesa y al final me decía que volviera otro día que estaba muy ocupado, trabajando en un informe, ¡ah si! eso está arreglado, venga dentro de dos días... a la firma...si claro.
Si, claro estaba trabajando. Ya le dije, venga mañana, tengo que reunirme con el gobernador, lo siento. ¡Carajo! y ¿qué le llevo a mi Candelita? Me pasé toda la noche recogiendo latas, recordé las palabras de Fabián: es jodido tener mujer. Pero más jodido es saber que esa mujer va a ser de otro, uno se jode criándola pa’que venga un sinvergüenza a vivirle lo de uno.
Por eso se convirtió en un cazador y Candelita jamás supo porque aquel primer muchacho que vino a celebrar sus quince años, no volvió, pero el Jorobadito si lo sabía, una noche lo esperó y con una voz muy firme le pintó el miedo, mientras la luna hacía contrastes entre la piel del muchacho y el metal afilado del cuchillo. Candelita lloró en silencio apagando con su llanto la llama de su piel.

-- ¡Papá, papá despierta! tengo hambre.
-- Bueno, ¿y lo que compré ayer?
-- No hay nada, ya se acabó
Candelita parecía una luz que se iba apagando y el viejo jorobado vio en aquellos ojos la noche de Dorinda, su angustia. Me muero Jorobadito, no tu eres fuerte, pero, ¿qué hago?, te llevaré al hospital. Era el miedo de aquella mirada. Dorinda, Dorinda y venía el recuerdo del campo y el grito del caporal: ¡allá va el agua! Y la escardilla rápida caía para ir llenando surco por surco. Dorinda puja, Dorinda goza, Dorinda movía sus nalgas hinchadas y olía a cenizas, a budare caliente.
--Patrón, al jorobadito se le congeló la sonrisa. Era el chiste de sus compañeros de trabajo, pero también su aprobación, se había hecho hombre. El patrón comprendió y le regaló una botella de ron. La Rubia rebuznó lastimera apagando la tarde.
-- Papá, ¿hoy qué comeremos?
-- Buscaremos algo, ya veremos...
Pero tenía miedo, mucho miedo, Dorinda porque me dejaste solo y aquí en esta ciudad, sin caporal, sin fogón y con una hija tan linda como tu sonrisa de negra mía, ¡ay! Abuelo Ruperto, cuando le dije eso…, ahora le tocará llevar a Ud. los animales, Ud. comprende Abuelo.
-- Dios te bendiga muchacho, a cada hombre le toca su cruz pa’ cargá.
Bendición Abuelo, bendición y me fui y la lejanía lo fue arropando todo.
-- ¡Oye Fabián! El Abuelo se puso muy triste, yo sentí que la joroba me pesaba más. Como si las penas se me echaran encima. Pero me había montado en el burro, ahora me tocaba arriarlo.
-- ¡Claro! Si tú eras su sombra y su luz. Y el viejo no tenía a mas nadie, que esperabas y no era por las burras, porque te digo una cosa, algún muchacho se le ofrecería pa’llevarlas a comé…
--Yo quería hablar con el curita, el curita Adolfo; pero a Dorinda no le gustaban los curas, decía que eran unos sinvergüenzas, yo nunca supe porque, al final no me importó, yo era feliz y ella también.

Candelita, me dieron una pensión, ahora valgo cien bolívares.
-- ¡Papá, Papá!... eso no alcanza papá, y Candelita me quemó con sus lágrimas y después salió a buscar trabajo… y consiguió… y después de tanto tiempo volví a comer carne, la vi haciendo arepas y el olor a Dorinda perfumó las paredes de barro, veía a la negra moviendo sus nalgas, vi la soledad, vi mi vida y lloré, lloré Fabián…, necesito un trago pa’ quemar mi garganta, sabes no podía contenerme de la alegría. La cual duró poco, cuando supe lo de la Candelita, del lugar donde trabajaba, se revolcaba por unos reales, con cualquier hijueputa se revolcaba y no pude Fabián, no pude soportarlo y con los pensamientos descontrolados me fui a buscarla, pensando en mi negra Dorinda, en su mundo alrededor de una cocina de leña, allí estaba, mi candelita, ni siquiera vestida con algo decente, vestida de sirena en el mar de la noche, mi pedazo de Dorinda, sus ojos vidriosos de aquella noche en se me fue, Candelita era el retrato que me quedaba, la flor morena de mis días.
Candelita apenas pudo sonreír, Fabián, cuando su sangre corrió entre el sucio de mis manos y oí clarito la voz de Dorinda diciéndome: ¡cuídala! ¡Cuídala! Ella va a ser una negra linda Jorobadito, ¡cuídala! Dorinda no te mueras que va ser de mí, de nuestra Candelita, ¿por qué tienes que dejarme? ¡No joda! ¿Ahora qué voy a hacer sin ti? No te mueras... y me dejó Fabián, a mi y a mi Candelita.
No aguanté, la vi cocinando y yo había comido de su pecado, no se cuantas manos iban a su encuentro esa noche, sólo se que en las mías iba el final de mi desgracia.
-- Es jodido Jorobadito, ¡es jodido!

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