La niña de la flauta dulce

Recuerdo claramente cuando ella llego a mi vida cual intrusa, tal como yo había llegado hace algún tiempo atrás. Ese era mi segundo año en la cuidad luego de constantes mudanzas, viajes y uno cuantos tropiezos tras los cuales aún intentaba adaptarme; había hecho algunos cuantos amigos: Dos para ser exactos. Y aunque para algunos podía resultar poco, yo estaba conforme.

Era la mañana del 24 de septiembre de 1965, segunda semana de clases de un nuevo año escolar que venía con la promesa de ser mejor que el anterior. Ese día llovía. Desde el amanecer el cielo se había cubierto de nubes azules que pronto se habían tornado negras, anunciando la llegada de una tormenta.

Pese a eso mamá me llevo a clase pues no podía comenzar mal este año. Muchos niños seguían incorporándose de sus largas vacaciones y fue ese preciso día cuando ella apareció.

La vi entrar acompañada del profesor, tenía un puesto un impermeable amarillo que era capaz de parar el tráfico, debajo el uniforme de la que parecía ser su vieja escuela, un morral y el cabello atado en dos trenzas largas.

El profesor se detuvo en medio del salón y todos hicimos silencio atentos a la llegada de esa nueva niña. Ella se despojó de su impermeable amarillo que aún traía consigo restos de lluvia, lo colocó en la percha y este hizo un pequeño charquito debajo.

Su rostro era pálido y daba la impresión de que estuviera enferma; sus ojos por su parte eran de un negro oscuro y penetrante que si los mirabas por largo rato terminabas cansado. Pestañas largas negro azabache que reforzaban esa mirada volviéndola más intensa, dientes manchados de amarillo y mal cuidados, contextura gruesa que delataban su poca actividad física y un atuendo desarreglado.

No sé porque me dediqué tanto tiempo a detallarla, pero había algo en esa niña que no me permitía dejar de mirarla, era como si una fuerza suprema me atara a ella, una de esas atracciones fatales.

El profesor la presentó y nos pidió que fuéramos buenos compañeros: Nada de bromas para la chica nueva. Como si eso realmente se cumpliera. En las aulas existían leyes, que si bien no estaban escritas todos parecían conocerlas menos los profesores. El chico(a) nuevo(a) siempre será burlado a menos que: Sea atractivo y popular o tan peligroso que nadie quiera meterse con él. Ella era la segunda.

El aire se tornó pesado luego de eso y pese a las peticiones del profesor, más de uno gracioso le jugó una broma a la chica nueva. Ella parecía actuar como si no le interesara, permanecía absorta en su cuaderno o leyendo un extraño libro que más de uno sintió curiosidad por leer.

En un momento me sentí mal pues sabía lo que significaba ser nuevo en un lugar y tener que enfrentarse a un montón de desconocidos, así que al salir de clases me dispuse a buscarla para hablar; quizá podría resultar ser divertida y luego yo me encargaría de que mis dos amigos la aceptaran también.

Qué sorpresa me lleve cuando la vi golpear a aquella chica sin ningún temor. Una mezcla de indignación y satisfacción era lo que sentía. En el suelo y con el labio roto por el golpe, una de las chicas graciosas de la clase se hallaba tendida mientras por su rostro un mar de lágrimas corría.

¿Qué sucedió? Pregunté. Pero era bastante obvio que la chica nueva había cobrado justicia por su propia cuenta, convirtiéndose ahora en la agresora. Decidí que no me metería en ese asunto así que simplemente continúe caminando hacia la salida y jamás comenté lo sucedido. La niña nueva sonreía.

El día siguiente me sorprendió encontrarla tan temprano en la escuela. Por lo general todos comenzaban a llegar a las 7 de la mañana, pero a mis padres les resultaba conveniente dejarme un poco más temprano por cuestiones de trabajo, así que a las 6:30 am ya estaba en la escuela.

Desde una esquina en el parque de juegos ella me observó llegar: sin apartar ni un momento su mirada de mí. Podía sentir sus penetrantes ojos negros escudillando mi alma, pensé en el suceso del día anterior ahora lo menos que quería era ser su enemigo.

La salude con un gesto simple y me dispuse a esperar mientras leía una historieta. Al poco rato una sombra invadió mi campo de visión y comprendí que no estaba solo. Frente a mí y con los ojos puestos en mi historieta se hallaba la chica nueva, al percatarme de su presencia me sobresalte. Ella sonrió.

No voy a matarte. Me dijo y se sentó a mi lado. Comprendí que le interesaba mi historieta y se la mostré. La tomó sin pensárselo y se quedó junto a mí hasta la hora de entrada.

Ya el miércoles fui yo quien se acercó a ella; estaba sentada en el mismo lugar que el día anterior, pero esta vez tenía ese libro en sus manos. La saludé con una sonrisa y le pregunté por su libro, ella se mostró desconfiada y se negó a mostrármelo.

En vez de eso me contó una historia de terror sobre su vieja escuela -que por supuesto no creí-. Ella disfrutaba hablando de tragedias y a mí se me erizaba la piel sólo con pensar en la sangre, ni hablar de la muerte, así que le pedí que por favor parara.

Me miró como si fuera un raro espécimen y sacó su libro. Magia negra: El arte de la hechicería. Decía su libro. Entonces me habló de su cosa preferida en el mundo: Las artes oscuras.

Yo quise cambiar el tema, pero no podía ser grosero. Así que la escuché mientras me hablaba de encantamientos, brujas, sacrificios, rituales y hechizos. Por suerte el timbre anunció que era hora de entrar y asustado me separé de ella.

El resto de la semana se encargó de enseñarme el arte de la magia negra. Cartas, barajas, velas, inciensos y hasta animales era lo que utilizaba para sus extrañas prácticas. Mientras ella disfrutaba de todo eso, yo temblaba de miedo con cada intento por lograr comunicarse con los muertos.

Cierto día hizo algo que me dejó perplejo. En medio de uno de sus rituales tomó un cuchillo y realizó un corte en su mano, la cual empezó a sangrar de inmediato. Quise pedir ayuda, pero ella me lo impidió asegurándome que todo estaría bien.

Había algo en esa niña que me hacía permanecer inmóvil ante su mandato, mi cuerpo simplemente cedía como un títere y yo no podía evitarlo.

Al finalizar la semana no pude encontrarla al llegar a la escuela, que ahora me parecía un lugar sombrío desde su llegada. Irrumpió más tarde en mitad de una clase y se disculpó por su retraso, en sus manos traía una flauta dulce que minutos después a petición del profesor comenzó a tocar.

Hechizados por el sonido, todos en la clase permanecimos absortos mientras la chica nueva tocaba con tal delicadeza el instrumento. Mi mente vagaba sin rumbo fijo y mi cuerpo cedía con cada nota; había caído en sus redes.

Al salir de clase me pidió reunirnos, obedientemente acepté. Al final del parque tenia dispuesto sus instrumentos para un pequeño sacrificio al que no pude negarme. Con su cuchillo hizo un corte en la palma de mi mano y tomó ágilmente la sangre que rápidamente corría, todo eso me causo tal impresión que perdí el conocimiento.

Cuando desperté estaba en mi casa y una venda cubría mi mano, le pregunté a mi mamá que había sucedido y me dijo que había tenido un accidente. El lunes cuando regresé a la escuela no pude encontrarla por ningún lado, ninguno de mis compañeros o el profesor sabía de tal chica nueva, nadie nunca la había visto y tras semanas de desconcierto terminé por aceptar que sólo yo la había conocido. Jamás volví a saber de ella, pero en mi mente seguía apareciendo su recuerdo de vez en cuando acompañado de esa dulce melodía.