El morrogallo es una leyenda oriental contada como una tradición de boca en boca, allí se narra la historia de la aparición de un morrocoy volador que trae buenos augurios, aunque les parezca sólo un cuento de antaño, la leyenda del morrogallo es parte del acervo cultural del estado Anzoátegui, Venezuela.

Uno de los descendientes del Cacique Caigua, de la tribu Caribe, tuvo una insólita visión durante una de sus purificaciones a la orilla del río Unare.

Merodeaba solitario Chanchamire en la corriente del rio Unare, cuando de repente se le apareció un ave de aspecto extraño, de muchos colores, parecida a una tortuga con alas. La miro extasiado largo rato y llego a visualizar un morrocoy con canto de gallo. Recupero el sentido de la realidad de aquel extraño bicho y salió corriendo a contarle a su mujer, la princesa Orocopey, su alucinante experiencia.

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La leyenda asegura que en lo sucesivo Chanchamire y Orocopey y también los demás pobladores de las riberas del Unare, vieron muchas veces al Morrogallo. Pero el fenómeno fue que donde se posaba el ave fabulosa con su cuerpo de morrocoy y su canto de gallo, nacía un árbol frondoso, que en poco tiempo comenzaba a producir frutos de diversos sabores. La tribu entendió que el Morrogallo era un regalo de los dioses protectores del pueblo.

Hubo un periodo de bonanza para los buenos indígenas, hasta que el guerrero Orocopón, codicioso, pretendió retener los frutos de los árboles del Morrogallo para él solo. Y trato de cazarlo causando que los árboles se secaran y trayendo desgracias al pueblo.

Tratando de contentar a los dioses y evitar que los árboles del Morrogallo se marchitaran hubo tres días con sus noches en donde el Consejo de Sabios se reunió para llegar a la visión de salir en peregrinación por los caseríos vecinos para predicar el apoyo entre los hombres, el ser generosos y compartir como hermanos los bienes de la naturaleza. Hubo una larga paz entre las diversas tribus de la zona, que se disipó cuando llegaron por el horizonte marino unas enormes curiaras, repletas de hombres pálidos, cuyos cuerpos brillaban y escupían fuego.

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La tradición se repite de generación tras generación, en las noches de luna llena canta el Morrogallo para favorecer a los que han sido amables, solidarios y tolerantes con las demás personas.