Cartas continuas

He recibido la muerte de tus manos. Hundiste en mi pecho la lanza de tu desamor. Hubiera sido tan fácil para ti mentirme y dejarme consumir en las llamas de mis propias ilusiones. Pero, penetraste mi ser para exprimirme el corazón. Liberaste un rio de rocas fundidas sobre mí y dijiste tu verdad. No podías amarme.

Una feroz bestia comenzó a devorarme en vida, pero no te mostraría mi dolor. Un grueso nudo me apretaba en la garganta, mientras me bebía mis propias lagrimas; yo quería suplicarte que callaras, quería decirte que, yo, si te amaba, que me estremezco al mirar los ojos, que había esperado toda mi vida por ti, y que antes de conocerte ya te había delineado en mis pensamientos, que solo el perdón de Dios me había permitido llegar hasta este día y solo su bondad me permitirá seguir sin ti.

Aún no he podido calmar mi llanto pero he de sufrir mi agonía en silencio. Que dolor tan grande me has dejado. Sabía que este momento llegaría y creí que podría soportarlo mejor, pero no es así. Tengo una enorme herida en el pecho que no encontrare ya jamás como sanar. Es primera vez que las aves del amor paran en mis vegas y solamente dejaron sus nidos vacíos. No habrá consuelo para mi alma.