2º concurso literario 4cuentos. ALEGRITO
“Hay un miedo que da miedo.
Las calles están desiertas.
Solo el viento viene y va…”
Alegrito. Mariana Pineda.
Federico García Lorca.
(Tomé el nombre como un homenaje a Lorca)
Algo terrible debió sucederle a sus compañeros de madriguera, era el tercer día del abandono y la casa elevada, tan elevada que acariciaba las nubes, podía resquebrajarse de tanta soledad. Todas las pertenencias de los Fernández, sus humanos queridos, estaban allí, todas las cosas insólitas con las que cubrían sus cuerpos, estaban allí, intactas. Parecía que no se se habían ido, sin embargo, Alegrito, sabía, porque su existencia emocional estaba unida a esos corazones, que su familia, -esa palabra le gustaba muchísimo… familia-, se había olvidado de él. ¿Por qué? Esa era la pregunta que nublaba sus ojos.
Alegrito se sabía perro. Sofía, la más chiquita de toda su camada humana, solía llevarlo a pasear, con regularidad, por un lugar lleno de pequeñitos igual que ella. Muchos perros estaban allí, los más afortunados eran libres de cadenas. Jugaban y corrían sin que nadie se los impidiera. Alegrito no le molestaba que lo dejaran amarrado en una esquina, entre rejas. Allí podía contemplar ese exótico mundo de casas sobre casas, sobre miles de casas que llegaban al cielo, hasta el cielo donde él vivía.
En una oportunidad, un perro callejero, sucio, que hurgaba entre la basura se le acercó. Alegrito se sintió intimidado por sus dientes escarbados, por su fetidez y su aspecto de adioses, pero no aulló para pedir auxilio. Todo lo contrario, lo miró fijamente a los ojos y le olió el rabo, le olió las patas, le olió el hocico y Alegrito supo por primera vez, que el precio de la libertad, era simplemente ser libre.
El perro callejero lo miró con la tristeza más triste que se haya escuchado en aullidos. Comenzó a morder la cadena e intentó, de muchas maneras, sacarle el collar que lo mantenía prisionero. Sofía se dio cuenta de lo que sucedía con su perro y ella, con otros chiquillos igual a ella, tomaron piedras, tomaron palos y se las lanzaron al vagabundo hasta que este se perdió, entre los carros, entre las calles, entre la gente, entre el tiempo que se traga la memoria de los olvidados. Alegrito supo, por instinto, que ese perro se llamaba Zadquiel y también sabía, por instinto, que lo volvería a ver.
Por esos días, Alegrito se llenó de muchas dudas y de muchas garrapatas. Perdió peso, perdió juicio y hasta perdió cierto amor a su humana familia. Solo recordaba, porque los perros recuerdan, ese momento extraño en su vida, cuando Zadquiel, su primer y único perro amigo, intentó quitarle las cadenas para que fueran sus patas y no la de sus dueños, las que decidieran hacia dónde ir, hacia dónde perderse… quizás existían otros caminos distintos a la verticalidad de su existencia… quizás el horizonte era posible pero… ¿cómo saberlo? ¡cómo saberlo!
La madre de Sofía, Margarita María, así la llamaban y por ese nombre respondía, se alarmó cuando vio una garrapata trepando las paredes de la sala. Pegó gritos, pegó alaridos, aulló como una bestia del averno de tal manera que hizo que todos los miembros de su manada buscaran refugio en los lugares más insólitos de la casa, donde sus garras no alimentaban sus ataques de locura. Alegrito se escondió debajo de la cama de Arturo, el hermano mayor de Sofía, porque esa habitación, si así se le podía llamar a esa guarida, era tan desordenada que sería imposible encontrarlo allí, ni encontrar nada.
Margarita María entró al cuarto de Arturo y sus ojos se deslizaron por todos los rincones con la habilidad de un águila hambrienta y de un solo zarpazo, sacó al perrito del escondite. Lo meneó, lo zarandeó, lo tintineo, lo vapuleó hasta que todas las garrapatas saltaron de su cuerpo y huyeron de ese apartamento para más nunca regresar.
Sin embargo, Alegrito estuvo en cuarentena por un largo periodo, durmiendo aislado, empatucado con una crema amarilla que apestaba tanto, que no lo dejaba dormir y todos los paseos por el parque le fueron suspendidos. Ese era el precio que tenía que pagar por ser solo un subordinado.
Todos esos días felices regresaban a su memoria entre el desconcierto de la soledad, de los muebles sin gente, de las camas bien tendidas, de la cocina sin el olor a comida, sin el repicar incesante de los teléfonos. ¿Por qué todo había cambiado súbitamente?… ¿qué le había pasado a los Fernández? El vacío de la casa era sospechoso, aterrador, sus amos… sí, claro, la palabra amo era simplemente humillante, significa que Alegrito era propiedad de ellos, que Alegrito era casi un esclavo, que Alegrito no poseía la libertad de aquel perro vagabundo. Pero ahora no era trascendental una necia discusión semántica y marxista del sustantivo “amo”, lo único que importaba ahora, era que Alegrito tenía que buscar una forma de salir de esa trampa que se había vuelto ese apartamento del piso 40 y huir, como lo habían hecho sus amos, su familia, sus dueños… los Fernández.
Alegrito sabía por instinto, que si no escapaba de allí, el fin de todas las cosas le sucedería a su cuerpo. Eso lo tenía bien claro, ya le conocía el rostro a la muerte. El señor Jacinto, quien solía dormir en la misma cama de Margarita María y que jamás le hizo cariño a la mascota de la casa, un día amaneció sin movimientos. Fue un acontecimiento significativo, toda la manada Fernández comenzó a llorar y a lloran tanto, que la tristeza derritió las paredes. El dolor impregnó absolutamente todo y Alegrito sabía, por primera vez, que la vida estaba condenada a terminar.
La tristeza era la emoción más poderosa que Alegrito había sentido del emanar de los humanos, incluso más fuerte que el amor. Sí, incluso más extrema que el amor, ¿Acaso la niña Sofía no se jactaba diciendo a los cuatro vientos que nada era más importante que su perrito? ¿Acaso el inmaduro de Arturo no pasaba horas jugando con su mascota en su habitación? ¿Acaso Margarita María no perdía la oportunidad de exhibir a Alegrito con sus amigas, por aquello que era un perro único, de raza noble y educado como ninguno?... entonces: ¿por qué coño lo habían abandonado?, ¿en dónde estaban los Fernández? ¿Hacia dónde se habían ido? ¿Les habría sucedido algo terrible? Alegrito, entre la duda y la rabia, se sabía un perro encerrado, se sabía un perro dentro de un reloj de arena con las horas contadas.
Alegrito golpeó las paredes, se lanzó contra los vidrios, arañó las puertas, intentó abrir huecos en el piso y nada… nada… nada… ¡qué forma tan difícil de descubrir que la vida es una trampa permanente!... que la lealtad tiene como base el desconcierto, que al final, nos damos cuenta, que estamos completamente e Irremediablemente solos en el mundo. Alegrito por primera vez le veía los colmillos afilados a la inhumanidad.
La luz del todo volvió a ausentarse y la oscuridad se apoderó de la madriguera. Un día más sin comer, un día más sin tomar agua, un día más sin respuestas, un día más… o quizás, un día menos para sobrevivir. Alegrito ya no era Alegrito, su cuerpo desfallecía y en el rincón oscuro de su habitual esquina, se echó para abandonar su ser.
Esa noche, como parte de las noches definitivas que todos los vivientes cargamos a cuestas, Alegrito sintió pasos desde lo invisible, sintió el crujir de las mariposas negras estrellándose en todas las ventanas del destino, sintió el arrastrar de la cadenas que antecede la llegada de la guadaña y en su vieja colcha púrpura, cerró sus ojos para brindarle a las sombras, su último suspiro.
Lloró, Alegrito lloró en soledad, lloró en desconcierto, lloró con el tono agudo que lloran los que han sido abandonados, tanto lloró, tanto aulló… que todos los perros del mundo aullaron también. Eran ladridos tan tristes, fueron aullidos tan melancólicos, eran lamentos tan entendibles y disonantes, que la propia luna sintió vergüenza de la humanidad y giró bruscamente, mostrando su cara oculta.
Las ventanas no soportaron tantos lamentos penetrantes que venían del exterior y comenzaron a estallar los vidrios en miles de pedacitos. Una fuerte brisa inusitada y esperanzadora ingresó al apartamento, arrastrando violentamente el frágil cuerpo de Alegrito contra una pared, que lo hizo despertar, brindándole un último aliento de vida.
Alegrito, luchando contra ese viento huracanado, se subió, como pudo, en la cornisa de la ventana que daba al balcón y miró al mundo, por primera vez, sintiéndose realmente libre. Era un todo para él, sin que nadie decidiera por él. Los amos, sí, los amos, para qué decir con cierta benevolencia “Los Fernández,” sí, ellos fueron capaces de abandonar, al que le decían: –un miembro más de la familia- …los amos no iban a interferir en la locura que estaba pasando por su mente. Ya no era un perrito desesperado, sino más bien un híbrido, algo distinto, una transformación ilógica producto de la rabia, la decepción y el abandono.
Midió la profundidad de las luces, todo abajo se veía tan pequeñito, tan insignificante, tan distante que no tuvo dudas en sentirse pájaro e intentar surcar ese firmamento oscuro, plagado de estrellas.
Saltó, no lo pensó dos veces y saltó.
Un silencio aterrador rasgó la esencia de todo lo bueno que había edificado la humanidad. Mientras Alegrito caía, todas las flores de la madre tierra, sellaron sus pétalos para no perfumar la desvergüenza. Todas las aves, absolutamente todas, trataron de ayudarlo, trataron de enseñarle las destrezas del vuelo, pero no les fue posible. El rocío de la madrugada lo envolvió en sus lágrimas, para que la sangre en el vacío se transformara en miles de mariposas. Yo creo, no sé por qué lo digo, que el mundo, por un segundo, dejó de girar.
Su caída se sintió como un meteorito explotando en un lugar desconocido, se vieron miles de arcángeles bailando en calles desoladas, la tierra se estremeció, se reportaron varios tsunamis en playas distantes. Los perros callejeros, todos… aplaudieron esa osadía.
Zadquiel, el perro callejero que intentó liberarlo en una oportunidad, fue al único que se le permitió acercarse a lo que quedaba de ese cuerpo. Sonrió, sabía que allí no estaba su amigo, porque los cuerpos inertes sin almas, son simplemente cuerpos inexpresivos.
Alegrito, en luz, comenzó a correr libremente por todos lados. Al fin la calle era suya, al fin la plaza le pertenecía, al fin podía girar sin cadenas, sin mandos, sin ataduras. Pero había algo más… algo que no había pasado por su mente … no se había percatado de algo terrible… cuando se dio cuenta, era muy tarde, cuando se dio cuenta, se volvió más traslúcido, más ido de este mundo… no se escuchaban voces humanas, no había personas caminando por la calle, nada se movía, el mundo se había detenido.
El astral de Alegrito quedó paralizado en el empíreo. Miró hacia lo alto, hacia las casas sobre las casas, entrelazadas de casas y supo que había cometido un acto de profunda cobardía, que la libertad no puede partir ni de las dudas, ni de las condenas. Entendió que juzgar duramente las contradicciones del amor, puede enceguecer la cordura. Supo, tardíamente, que siempre hay una mirada distinta a lo que es verdadero. Los Fernández, su antigua manada, no lo habían abandonado, no lo habían dejado de querer como infamemente pensó. Ahora sabía que la humanidad entera, completa… había desaparecido.
Zadquiel aulló con el lamento de los lobos, mientras la luz de Alegrito se apagaba para siempre.
Rubén Darío Gil
Fuentes de los dibujos del relato
Fuente Fuente Fuente Fuente Fuente
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Saludos, maestro... Es un cuento para niños? Es un cuento para adultos? Es un cuento para lo que queda de niños en nosotros los adultos... Porque el cuento parece un cachorrito tierno y de repente se sacude y le salen garras y filosas escamas por todos lados... No se esperaba menos de ud. sir... Mi pequeño upvoto y un dramaturabrazo ;-)
!vida de perros! sobretodo en Venezuela donde todo el mundo se va, se quiere ir o se fue.
Gracias por el comentario!
un abrazo!
Excelente maestro, cuando se escribe no se piensa a quien llegará el contenido expresado sino a quien impacta. Excelente retórica y manejo de recursos.
Aprecio mucho tu comentario! Sí, las obras corren solas por el mundo e impactan sin uno darse cuenta.
Bendiciones
Muy bueno, estremecedor relato para leer varias veces e ir sacando significados mas profundos en cada lectura.
¡Mucha suerte en el concurso @rubendariogil!
Aprecio tu comentario que me compromete a ser mejor escritor.
muy bueno @rubendariogil
Gracias por tomar un tiempo y leer el relato de ALEGRITO