Puedo afirmar con absoluta franqueza que tiempo atrás no temía a la muerte. Que joven e incrédulo era creyendo que solo dejábamos este mundo sin más...

Un día desperté sin sentir nada. Solo un completo y desdichado vació intrínseco en mi pecho. En mi pecho que había dejado de serlo hace ya muchas estaciones. La asfixiante soledad que diariamente me acompañaba me resultaba tediosa. Sentía frió y el terror invadía mis huesos. El tiempo, continuo e inmutable, parecía regirse bajo reglamentos totalmente opuestos aquí.

Por mas que lo intenté, no pude recordar mi ultimo día de vida. Aquella vida en donde el concepto en sí no era una paradoja. Sin embargo, deleite (sin falta alguna), fragmentos cuestionables de su antigüedad. Todos los recuerdos que logró evocar mi ineludible alma eran buenos, dulces y bondadosos, sin aparente razón de ser. Cualquier persona en mi posición afirmaría su completa inocencia, ya que la simple falta de dolor y calamidad sugieren sutilmente su inexistencia. Pero al igual que grandes maestros, contemplo la unión de los extremos. Si hubo en mí buena fortuna, también debí ser causante o preludio de muchos males.

Ocasionalmente (sin resultado alguno), deseo escapar de mi realidad difusa. Pero el movimiento es solo un atributo de dioses vivientes. En algún momento dejare de intentarlo y aceptare con resignación mi castigo inmortal. Hasta entonces, mi único pasatiempo es debatir con la soledad de mi alma. Debatir aquellas preguntas de la que solo se tiene respuesta cuando es demasiado tarde o en su defecto, se hes demasiado viejo.

Madre de las interrogantes. Mis sentidos día a día imploran cambio, mis ojos permanecen cerrados constantemente. En el va y ven fuera de mi confinamiento atemporal existen voces que solo yo puedo concebir, voces materializadas en un plano pentadimensional que aturden mis únicos sentidos inalienables, el oído y el tacto.

Innegable. Pero los dioses tienen dioses, incluso ellos a su vez tienen a un tercero. Cada dios primario ha consumado sus pecados en una celda casi exacta en donde hoy añoro mi verdad. Los secundarios le ofrecieron el obsequio de la ignorancia. Estos son crueles y ególatras, disfrutan de la muerte. En ellos se infunde la ilusión de falsa sabiduría para ser a ojos propios dioses únicos y misericordiosos. El terciario, conocido por los primarios como el absoluto. Es aquello que conocemos y llegaremos a desconocer.

Todo un dilema. Durante mucho tiempo estuve cegado por la inestabilidad de la esperanza, deseando sustituir mi más profunda y arraigada carencia, la falta de sentido. Esta no existe en el plano en donde hoy yace mi alma. Mi realidad dejo de tener significado con la muerte. Irónicamente me libero para hacer de mí un esclavo imprescindible en un sistema cuyo motor principal son y serán mis mas lucidas fantasías póstumas.

Puede que ya lo hayas descifrado. Lo que deduces tiene grados de certeza y grados de ficción. Nunca se me otorgara la verdadera libertad que conlleva el perecer de la vida, incluso abrazando fútilmente a su antagonista. Los primarios son los puentes entre mi dolor y mi realidad. Los hacedores de mi ser y mi existencia. Por esa ingratitud vivo sin vivir y estoy muerto sin estarlo. Igual que Uróboros, no hay cavidad en mi conciencia para un comienzo o un final. Mi castigo es la condena infinita. Y así seguirá siendo por el resto de mi vida cíclica...