La Flauta de la Filosofía - Relato

Tales construía instrumentos musicales de madera, tenía su taller cerca de una zona costera de la ciudad de Mileto. Él era un joven que siempre se hacía preguntas en su mente, preguntas como: “¿quiénes somos los hombres?, ¿quiénes son los dioses?, ¿qué es la naturaleza?”. Un día como todos llegó a su taller un anciano con un encargo para Tales, “quiero que me hagas un aulós”, le dijo. Para el joven artesano eso era tarea fácil, hacía este tipo de instrumentos cada semana, luego su nuevo cliente le entregó un largo papiro en el que estaban escritas las especificaciones de como se debía construir el aulós. Al ver el dibujo Tales se sorprendió, el aulós tenía un solo tubo y no dos como todos los aulós normales. También había otra diferencia, este tenía sólo siete agujeros. Luego el anciano le entregó a Tales la madera con la que debía hacerse el inusual instrumento. “Te pagaré bien, es para el nacimiento de Sofía. Vendré a buscarlo dentro de siete días”, le dijo el extraño anciano mientras se marchaba.

En su taller Tales se esmeraba mucho haciendo el aulós, lo construía sin perder detalles de las medidas especificadas en el papiro, al terminar el tubo y la boquilla del instrumento procedió a hacer los siete agujeros que exigía su cliente, tomó el hierro ardiente y trataba de perforar la madera, hacía presión sobre el tubo pero por alguna extraña razón no podía penetrar la madera. Concentrado en esta operación y tratando por todos los medios de hacer los agujeros, fue sorprendido por una voz que le preguntó, “¿qué haces? ”; Tales volteó rápidamente y vio al anciano en la puerta de su taller, soltó las herramientas y se levantó de su silla, “buenos días, señor. Pensé que volvería en una semana, apenas han pasado cuatro días”, le dijo preocupado Tales a su cliente quien mirándolo con el ceño algo fruncido le dijo, “no podrás hacerle los agujeros a la madera calentando el hierro con ese fuego, debes calentarlo con las llamas que producen estas plantas”, y sin pasar el umbral de la puerta le entregó unos arbustos secos amarrados con varias cuerdas. Entonces tomando los amarillentos arbustos Tales le preguntó al anciano, “pero, ¿qué tienen de especiales estas plantas?”, a lo que replicó el aciano, “he cruzado el mar Egeo hasta llegar a Tesalia, llegué a la cima de la montaña que llaman el Monte Olimpo, y de allí traje esas plantas”, hizo una pausa mirando a Tales directo a los ojos y continuó, “se llaman cañaheja o férulas, y en ellas hace mucho tiempo Prometeo nos devolvió el fuego que los dioses nos habían quitado”, Teles se quedó mirando el montón de plantas y al subir la mirada se sorprendió a no ver al anciano, salió del taller mirando por todos lados, pero no lo vio, era como si hubiese desaparecido.

Pensando en lo que le había dicho el anciano, Tales volvió a su sitio de trabajo y comenzó a hacer el fuego con las férulas, cuando las encendió observó que éstas ardían poco a poco, las llamas que se desprendían de su médula tenían un color diferente a las otras que él había visto antes. Colocó el hierro al fuego y a los pocos minutos éste tomó un color rojizo, luego el rojo pasó a un azul intenso, en ese momento el artesano sacó las finas barras con sus pinzas y se dispuso a hacer el primer agujero en el tubo de madera, al hacer contacto los dos materiales se produjo un humo azulado que salía mientras el hierro penetraba la cilíndrica pieza. Al percibir Tales que el hierro había atravesado por completo la madera procedió a sacar la varilla, después observó el agujero y vio que era un círculo perfecto, el más simétrico que él había hecho en sus años como fabricante de instrumentos musicales.

Después de esto Tales procedió a hacer los seis agujeros restantes. Al terminar se quedó mirando el instrumento y se sorprendió con el acabado de su obra, había quedado satisfecho con su trabajo, pero ahora necesitaba probar las armonías de las notas musicales que saldrían de este extraordinario aulós, entonces lo comenzó a tocar soplándolo, el sonido que salía penetraba en sus oídos y hacía que el joven tuviera revelaciones en su mente, eran epifanías constantes que daban respuestas a sus preguntas, llegó a amar ese pedazo de madera, pero debía entregarlo. Tales recordó que el anciano le había dicho que ese aulós era para el nacimiento de Sofía y pensó que probablemente era su hija. Al llegar su cliente a buscar el instrumento Tales le dijo, “ya está listo, se lo puede llevar a su hija Sofía”, entonces el anciano le dijo, “ella no es mi hija, es hija suya, y acaba de nacer". Luego se marchó dejándole el aulós a Tales, como un obsequio para ese curioso joven pensador de la ciudad de Mileto que milagrosamente conseguía las respuestas a sus inquietantes preguntas.