La otra costa (un cuento sobre las cosas que ignoramos de los demás)
Estimados amigos de Steemit: hoy presento un cuento que forma parte del libro La forma del amor y otros cuentos, publicado en 2010. Este libro tiene una historia algo curiosa: fue merecedor del premio Salvador Garmendia de Narrativa, otorgado por la Casa Nacional de las Letras de mi país, Venezuela. Según las bases, debería haberse hecho un tiraje de 2000 ejemplares, pero se hicieron apenas 500 por una "falta temporal" de papel en la imprenta. Por supuesto, los restantes 1500 ejemplares nunca aparecieron y los 500 que sí salieron a la venta se agotaron casi todos en una semana, durante la Feria Internacional del Libro de Caracas de ese año. Es, por tanto, un libro algo secreto y me complace que encuentre sus lectores definitivos en nuestra plataforma.
Fuente
Hasta que conocí a Evaristo. Claro que yo lo conocía de toda la vida, aunque él era un poco mayor que yo. Toda la vida viéndolo, sin hablar con él, sin notarlo, ni un poquito interesada. Yo iba a los bailes, a pesar de que poco bailaba, es verdad, no ve que ya se me consideraba algo vieja y no demasiado bonita. Yo iba a divertirme, no a buscar hombre, pero cómo son las cosas, terminé encontrándome el que el destino tenía para mí. Digo yo que sería el destino porque me bastó bailar dos veces con él para sentir una especie de alboroto en el cuerpo. Esa noche no pasó nada más, sólo que no pude dormir recordando las manos de Evaristo en mi cintura, preguntándome por qué nunca me había dado cuenta de que tenía los ojos tan bonitos. Una es así. Un hombre que he visto toda la vida y que nunca ha significado nada, de pronto todo comienza a girar alrededor de él y una misma se va como perdiendo, como desapareciendo en el aire, y queda sólo una ansiedad, un vacío, donde antes estabas tú misma con tu tranquilidad y tu soledad. Después de eso comenzamos a vernos de vez en cuando, al principio como por casualidad, sin hablar mucho; luego ya buscándonos y sabiendo que nos buscábamos, siempre sin hablar mucho porque Evaristo no era muy conversador, digo yo que por haberse criado como cazador, que pasan tanto tiempo solos y en silencio, al contrario de los pescadores que tienen que trabajar siempre juntos y se distraen contándose sus cosas, recordando sucedidos de hace años y echando cuentos de los espantos del mar y de la tierra.
Fuente
Llegó otro baile, un velorio de Cruz de Mayo que traía gente de los otros pueblos de esa costa, gente de Merito, de Tacarigua, de La Angoleta, de Punta Arenas, que traían sus cantantes, sus músicos y sus bailadores. Yo no quise bailar con nadie. Mis hermanas, las casadas y las solteras, se divertían que daba gusto, y mis hermanos, como todos los demás hombres bebían ron como si se estuvieran quitando la sed del mediodía, cuando sientes que el sol te va a hacer estallar la cabeza. Yo esperaba que apareciera Evaristo porque algo importante iba a pasar. Bueno, sí pasó. Él llegó, me buscó con la vista, me encontró arrimada a un pilar de los que sostenían el techo de palma bajo el que estaba el altar con su Cruz y sus flores, que habían traído en la mañana desde Cumaná, porque en la otra costa no se dan, sólo esas chiquitas amarillas o sin color que no sirven para un altar, lo más para ponerse en el pelo. Me sacó a bailar y no habíamos dado tres vueltas cuando me dijo que si quería irme con él a su casa. Yo le dije que sí con la cabeza, porque el sofoco no me dejaba hablar. Sin esperar más nos marchamos. Su casa no estaba muy lejos del pueblo. No hablamos en el camino.
Al otro día fuimos a hablar con mi papá y mi mamá. Mi papá se quedó pensando un rato cuando nos tuvo al frente y luego buscó una botella de ron, sirvió dos vasos y le dio uno a mi marido, tomó un trago del suyo y después dijo algo así como bueno, así son las cosas. Mi mamá se quedó un rato largo mirándome sin decir nada. Yo apenas me atrevía a mirarla; me refugiaba en las manos de Evaristo, que apretaba entre las mías. Al final me dijo Ven, y entró a su cuarto. Yo la seguí. La vi buscar en un viejo baúl de madera que estaba en un rincón, en cuclillas, el pelo sobre la cara. Cuando se levantó tenía unas sábanas dobladas y planchadas en las manos, Toma, me dijo, las estaba guardando para ti.
Los primeros meses pasaron felices. Yo me había acostumbrado al olor de Evaristo, a sus silencios, a sus manos callosas y a todo lo que una mujer tiene que acostumbrarse con un hombre. Terminé agarrándole el gusto y cuando nos íbamos a dormir sentía una debilidad en las piernas y un calor en el vientre que poco a poco se extendía por todo mi cuerpo. A la casa también tuve que acostumbrarme, aunque me costó mucho más. Se parecía a mi casa de toda la vida y a todas las casas del pueblo, con su techo de palma y sus pisos de tierra, pero tenía menos ventanas, era más oscura, con más rincones y paredes y un olor distinto, de cuero curtido y sangre seca, ácido y penetrante. Al poco tiempo ya no lo notaba, entonces mi casa me gustó más. Todo fue bien hasta que quedé preñada. Creí que Evaristo se contentaría, pero no fue así y eso era muy raro, porque a todos los hombres que yo conocía les gustaba tener hijos, algunos con tres o cuatro mujeres y otros sólo con la suya propia. Sea como sea, siempre estaban contentos cuando notaban que a sus mujeres comenzaba a crecerles la barriga. Evaristo no. Él nunca fue muy hablador; ahora no hablaba nada; mientras el niño comenzaba a crecer dentro de mí, él parecía ocupar cada vez menos espacio en la casa, como si el bebé lo estuviera arrojando afuera, a las tierras secas de la península, al pequeño sembradío donde estaba desde la madrugada hasta la noche, sembrando, cosechando, limpiando, llevando agua de un arroyo cercano; y en las noches por los caminos entre los cerros siguiendo las huellas de animales pequeños, chivos, conejos, zorros, imaginando quizás que seguía las marcas de animales más grandes que su padre tampoco había visto nunca, todo con tal de no estar en la casa conmigo y con el bulto que seguía creciendo y llenando mis vestidos, ensanchando mis caderas y redondeando mis tetas. Tampoco me buscaba ya en las noches, su lado de la cama permanecía vacío y durante las pocas horas que se acostaba era peor, porque yo lo sentía allí a mi lado, tieso, sin mover un músculo, respirando apenas, como si yo no fuera a notarlo, despierto, ¿pensando en qué?, ¿qué cosa horrible esperaba de mí? Porque no me tomó mucho tiempo darme cuenta de que Evaristo me tenía miedo y tenía miedo del bebé que todavía no había nacido. ¿Miedo por qué? No lo sé. Cómo podría saberlo si él no me contaba nada. Y yo también comencé a asustarme, no del bebé, por supuesto, ni siquiera de Evaristo, sino de su miedo. El miedo nos hace como animales acorralados, como animales peligrosos. Entonces pasaron los meses y no sucedió nada.
Un día me fui para casa de mi mamá a esperar el parto y allí nació, finalmente, Juan José, mi muchachito. A la semana me fui otra vez para mi casa. En ese tiempo, Evaristo había ido a verme dos veces: cuando le avisaron que el niño había nacido y cuando me fue a buscar para regresar a nuestra casa. Entonces me di cuenta de que si antes Evaristo me tenía miedo, ahora estaba aterrorizado. Se quedaba mirando al niño en la caja de madera que le servía de cuna con una mezcla de asombro y horror, como si esperara que éste dijera algo para echar a correr. Así pasaron tres años. Se dice fácil, pero le aseguro que fue todo lo contrario. Yo vivía en una casa, tenía comida, un techo y un hijo, pero nada más. No era como una mujer casada, bueno, tampoco estaba lo que se dice casada, pero ya me entiende; casados casados sólo había una familia en el pueblo. Mi marido casi no me dirigía la palabra, tampoco al niño, a quien además veía poco. Dentro de todo, si lo pienso, me daba lástima; o no me daba lástima entonces, sino ahora. Porque debe ser muy triste ir llenándote de un miedo y un rencor que no sabes de dónde vienen, como si los trajeras en la sangre y sólo esperaran el momento de salir, igual que el pus de una infección, como si hubieran estado creciendo desde siempre, aun desde antes de uno mismo, desde el padre o el abuelo, o antes, quién sabe.
Así hubiéramos seguido, porque de alguna forma yo me había resignado al silencio o porque el hijo llenaba todo lo que me faltaba, aunque por otro lado pienso que no, yo no era una muchacha, sino una mujer grande y a la larga no iba a soportar eso para siempre, pero como sucedieron las cosas no hizo falta que yo mostrara paciencia o falta de paciencia, resignación o no, porque no estuvo en mi mano decidir. Lo que pasó fue que Evaristo se volvió loco. O ya estaba loco desde siempre y yo no me había dado cuenta, porque no había querido verlo o no había podido. Una no puede decir Cuando cruzó esta línea se volvió loco, de aquí en adelante es otra persona, ya no la conozco; las cosas no pasan así. Cada día, cada hora, la gente cambia un poco, la forma de mirar, de caminar, de hablar o de estar en silencio, y una no sabe, no nota nada, hasta que, ahora sí, lo sabemos y decimos Este hombre se volvió loco, no porque haya comenzado a estar loco en ese momento y ese día, sino porque es cuando una se da cuenta. De golpe lo vi: un hombre pequeño, seco, joven, extraño, jugando con la poco comida que tenía en el plato y mirándome de una forma que me hizo sentir escalofríos. Estuve segura de que quería matarme. Era de madrugada, acababa de dar la teta al niño, que aunque estaba grandecito seguía mamando. Todavía no me había servido mi propia comida. Evaristo troceaba el pescado frito y la yuca hasta convertirlos en una especie de puré. Pensé que si nos hacía algo a mí o al niño nadie vendría a ayudarnos, la casa estaba lejos, aunque gritara nadie escucharía. Tampoco podía correr mucho con el niño. Por eso me senté, le busqué conversación de la misma manera que evitamos correr delante de un perro bravo, y hasta le hablamos con una voz suave y calmada precisamente porque estamos muy asustados. Le hablé de que quería construir un horno como el de mi mamá para hacer unas piezas de loza que necesitábamos, de cómo recogía leña cuando niña para el horno de mi mamá, del fuego entre las ramas secas, y mientras más hablaba de mi infancia y de mi mamá más preocupada y más asustada estaba porque me daba cuenta de que él nunca mencionaba a su mamá, como si no la hubiera tenido, o la hubiera olvidado o por un rencor muy grande no quisiera mencionarla. Esto último debe haber sido, porque su cara se descompuso de una manera muy fea, como si fuera a llorar, como si estuviera llorando a gritos, pero sin lágrimas y sin ningún sonido. Yo estaba cada vez más asustada y me callé. Luego él se calmó. Se levantó de la mesa, recogió su sombrero, su azadón, su escopeta y salió de la casa sin decir nada más.
Me asomé a la puerta para verlo marcharse. Todavía no había amanecido pero había suficiente luz. Se perdió entre los cerros que comenzaban a iluminarse, a mostrar sus colores. Se dirigía al pequeño conuco entre dos cerros que nos daba lo poco que comíamos: una extensión de tierra alargada y plana por la que corría un arroyo durante la mitad del año; era uno de los pocos arroyos de la península, porque ríos, ríos de verdad, no hay ninguno; ese arroyo era lo que permitía que crecieran los ocumos, las yucas y los ñames que sembrábamos y que luego cambiábamos por pescado y maíz, o vendíamos a los pescadores que luego lo vendían en el mercado de Cumaná. Esperé unos minutos para estar segura de que no se devolvería por cualquier cosa. Fui a la cama donde se había dormido otra vez Juan José y lo envolví en una sábana y salí con él. Llegar a casa de mi papá me tomó una media hora, y fueron una sola angustia, siempre volviendo la cabeza para ver si Evaristo me seguía, a veces deteniéndome en medio del camino porque el miedo no me dejaba continuar. Cuando apareció el pueblo y el mar, y más allá de las aguas las luces de Cumaná, chiquiticas, como de juguete, supe que hacia acá tenía yo que venirme.
A la mañana siguiente embarqué con unos primos que debían traer una carga de pescado seco al mercado. A lo mejor mi papá y mi mamá no me hubieran dejado venir si Evaristo no se hubiera presentado en la tarde con su escopeta a reclamar mi vuelta. Menos mal que para esa hora ya mi papá y mis hermanos mayores habían regresado de pescar y estaban en la casa, porque cuando yo llegué sólo estaba mi mamá y mis hermanos menores, los que no podían salir a la faena. Mi mamá me recibió con grandes aspavientos y lágrimas que se repitieron cuando llegó mi papá. Creo que de todos modos me hubieran obligado a volver con mi marido si éste no se hubiera aparecido con la escopeta de matar tigres imaginarios y su mirada de loco. No tardó mucho mi papá en quitarle el arma de las manos luego de forcejear un poco. Después de eso, mis hermanos y algunos vecinos se abalanzaron a inmovilizarlo, lo que ya no era necesario porque se quedó como ido, como lelo sin su escopeta, como sorprendido también, no como quien despierta de un sueño y reconoce las caras y las cosas que lo rodean, sino como quien sigue soñando cada segundo más profundamente y las caras que lo rodean se hacen a cada segundo más extrañas.
Vine a vivir con una hermana de mi mamá. Ella conocía, no sé muy bien de qué, a la señora Juana de Bermúdez. Le habló de mi necesidad y como la señora Juana precisaba de alguien que se quedara a dormir en la casa, pero no quería una muchacha que después se enamorara y se fuera, le pareció bien que yo trabajara para ella. No le importó que yo tuviera mi muchachito.
Escribirán de bestias sanguinarias, de vampiros o de muertos diabólicos, pero nunca relataran el miedo, el miedo en la mente, el miedo en los huesos.
No sé que decir, pero no cometeré la vileza de compararte con los grandes del continente, con los grandes del mundo, con los Nobel. Eso sería rebajarte. Lo dejo así.
¡Me ha gustado mucho!
Me alegra que te gustara, @valki. Y yo tampoco sé qué más decir. Un abrazo.
Excelente relato. Si se filmara sería como una de esas películas europeas, francesa quizas, sin muchos diálogos, lo cual nos perturba. Estamos acostumbrados a muchas palabras, explicaciones, chismes, prequels, pues. Pero este relato no nos da mucho de eso. Sólo pistas vagas y especulaciones venidas de la misma narradora que de alguna manera hace de crítica literaria. Así como ella en algún punto se sintió que no nació para tener marido o ser madre, Evaristo epitomisa la masculinidad insegura, en constante amenaza. La paternidad pudiera estar reproduciendo el mito freudiano del padre que ve su autoridad amenazada por el hijo que ha de suplantarlo (como en efecto todo hijo/a en alguna medida lo hace). Pero, más allá de la obviedad, la historia añade un elemento macabro que veo caracterizar la obra de @rjguerra, según el cual, la cosa no tiene porque tener una explicación lógica. Nada más atterrador que un demente sin agenda, sin motivo. La ubicuidad de la ausencia plaga la historia y sus personajes. Ausencia de vegetación y de animales, ausencia de madre o parientes, ausencia de plabras, de amigos, de planes. El setting de la historia es de alguna manera la ausencia misma. De modo que la falta de lógica no debería dislocarnos. La consistencia de ese elemento faltante es quizas el mayor mérito del relato.
Siempre un pacer leerte @rjguerra.
Gracias, @hlezama, por tus palabras. Creo que tu comentario es de una gran perspicacia crítica. Tiene la virtud de hacer ver al autor cosas que apenas entreveía (porque si las mira demasiado directamente corre el peligro de no escribir). Siempre he considerado mi trabajo narrativo como la elaboración (y reelaboración) consciente de unos impulsos inconscientes. Y dejo, así mismo, que las miradas ajenas me iluminen.
:) La iluminación es mutua. Que sigan los éxitos!
He vuelto a leerlo, @rjguerra, con todo interés, como si fuera la primera vez. Es, indudablemente, un excelente cuento. Gracias por renovar nuestro encuentro con tu arte narrativo. Saludos.
Es un placer contar siempre con tu lectura, @josemalavem.
Amigo @rjguerra, con este extraordinario relato me he quedado más lelo que Evaristo cuando le arrebataron el arma, pero de puro gusto.
Espero que no sea grave el alelamiento, @acostacazorla, aunque sea de gusto. Muy agradecido por tu comentario. Saludos.
Muy bueno. No tenia tiempo para leer y he dicho el primer párrafo y en la noche lo termino. No pude. Lo leí completo. Quede cautivado desde el principio. Me gustaría tener ese libro de cuentos. Excelente como siempre. Y como ya le dijeron a uno lo carga de muchas reflexiones. Un abrazo y éxitos.
Muy agradecido, @poesiaempirica. Tu opinión siempre es valorada grandemente.
Ah, se me olvidó comentarte: puedo enviarte el libro en word o pdf a tu correo. Creo que lo tengo de los que envió @decomoescribir durante el taller pasado. Como estoy con computadora prestada, tal vez me tome un par de días. Saludos.
Me complacería muchisimo. Mi correo es [email protected]. Muchas gracias.
Excelente relato. Gracias @rjguerra por deleitarnos con tus cuentos.
Gracias por leer y comentar, @francisaponte25. Un saludo.
Guao, qué relato tan extraordinario, le iba a dar un vistazo y también me quedé enganchada hasta el final.
Gracias, @marghy. Me alegra mucho que te haya gustado. Nos estamos leyendo.
¡Wow! ¡Me encantó!
Aun sigo procesando...
La historia me atrapó de principio a fin, y aun sigo reflexionando al respecto... pero resulta que me he quedado pensando: "¿Qué fue lo que desquició a Evaristo?"
Todo el relato estuve repitiendome "¿POR QUÉEEEEE?" jajaja... Saludos 😊
Gracias, @isauris, por tu lectura y tu comentario. Aquí, en confianza, yo también me hago la misma pregunta. Saludos.
excelente, te felicito, saludos
Pues en lo que a mi concierne es primera vez que leo ese cuento, quede atrapada desde el principio. Muchas gracias por compartirlo.
Gracias por leer y por tu opinión, @jennitacorreia. Saludos.
Gracias por leer y comentar, @sir-lionel. Saludos.
Tengo uno de los 500 libros @rjguerra , pero volví a leer el cuento. Saludos.
Gracias por tu lectura, @gracielaacevedo. Por la doble lectura. Saludos.