Campo Sur, un cuento sobre las cosas que perdemos (Parte 2 y final)

in #spanish7 years ago

Hola, amigos de Steemit. Un poco más tarde lo que esperaba, publico la segunda parte de mi cuento "Campo Sur". Pueden leer la primera parte aquí. Gracias por la atención.



Fuente

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Ahora sigue un tiempo difícil de contabilizar. Una sucesión de días, semanas y meses imposibles de precisar en un lugar olvidado de las estaciones donde el transcurso del tiempo se cuenta por la mayor o menor cantidad de lluvia. Para mí fue el término de las clases y el inicio de unas vacaciones que se asomaban eternas: casi no había compañeros de juego, y los que aún deambulábamos por calles y sabanas sabíamos que se acercaba el fin de nuestra permanencia en el pueblo donde habíamos nacido. ¿Lo pensábamos así? Es difícil saberlo: las palabras siempre son posteriores y sirven para hacernos creer que lo que sentimos ahora lo sentíamos ya en ese lejano entonces.

Aquel agosto fue el que escogió Teresa para desaparecer por el muy expedito procedimiento de cortarse las venas en el baño de su casa. Sebastián pensó que lo hizo por él y durante dos semanas se debatió en el amargo charco de la culpa, pero habría que desengañarlo: aun sin su presencia (o su ausencia) para ella había llegado el tiempo que no admitía aplazamientos.

En una comunidad disminuida como la nuestra, que no vivía un hecho de sangre desde seis o siete años atrás, y eso debido a las pasiones políticas, se podía haber esperado que el asunto resonara como una campana en la noche. Y sin embargo, lo que se escuchó fue un lamento en sordina, tan discreto y timorato como el que hubiese producido la muerte de un animal doméstico. Yo me enteraba, a través de medias palabras y frases sobreentendidas escuchadas a los adultos, por supuesto, que a Teresa se le tenía por "un poco loca", y hasta alguno, en el velorio, se atrevió a decir que "ya se lo esperaba". Me gustaría saber qué era lo que esperaban y a qué se referían con "un poco loca", esa absurda expresión que disimulaba malamente la falta de caridad.

Por mi parte, quisiera imaginar para ella un final sin dolor y sin demasiada angustia; no una huida desesperada de la vida, sino un esperanzado sumergirse en las regiones más allá del sonido y el silencio, el apacible reino donde sólo se escucha el propio corazón.

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Las lluvias llegaron y se marcharon. La sabana se puso verde, amarilla y después del color del trigo quemado. También mi familia decidió (o decidió la Compañía Petrolera por nosotros) irse. Ya no había nada que lamentar ni nada que esperar. El viento era dueño de las calles. Permanecerían unos pocos, resguardando quién sabe qué, como los últimos esforzados defensores del fuerte en un territorio bárbaro. Nosotros no estaríamos para dar la batalla final y queríamos aparentar que no nos importaba el resultado.

El sol había recorrido más de la mitad del cielo; yo estaba sentado en una mecedora, balanceándome, sin tener nada mejor que hacer, preguntándome qué sucedería con la llave de la casa, si la arrojaríamos a la basura o la llevaría mi madre en la caja de madera laqueada en la que guardaba sus pocas prendas; y también trataba de imaginar cómo sería la nueva casa y la nueva ciudad y trataba de emocionarme con todo eso.

Una camioneta se detuvo al frente, descendió un hombre bajo y fornido, calvo, con la cara medio oculta por unos enormes lentes de montura de carey. Lo acompañaba un muchacho de mi edad, más o menos. El hombre me llamó por mi nombre y entonces lo reconocí –un vecino y amigo de mis padres que estuvo entre los primeros en abandonarnos. El muchacho era su hijo, tal vez mi compañero de juegos más asiduo hasta los siete años. Su padre apenas había cambiado; a él, sin embargo, era difícil reconocerlo en el cuerpo de este joven demasiado tímido que hablaba en un murmullo apresurado y confuso.

Hubo gritos de sorpresa y alegría, muchas palmadas en la espalda, explicaciones y preguntas: todo eso me interesaba bastante poco, aunque escuché, por educación, que los dos miembros de la familia Guerra estaban visitando conocidos en El Tigre y no pudieron resistir acercarse al Campo y comprobar por sus propios ojos cómo estaban de triste las cosas. No pensaron, hasta el momento en que me vieron en el porche, que aún estaríamos en la misma vieja casa. "No por mucho tiempo", dijo mi padre. Entraron todos, menos mi antiguo amigo y yo; nos quedamos en silencio, sin saber por dónde comenzar una conversación que, suponíamos, debía ser como la de los adultos. El problema era que nos vimos por última vez cuando teníamos siete años: nuestros recuerdos comunes eran de una edad ya casi olvidada.

"¿Quieres pichar?", le pregunté mientras recogía una pelota de goma abandonada en el patio frente a la casa. Asintió. Nos colocamos bajo la sombra de las matas de mango. La pelota fue de mi mano a la suya y viceversa, silbando en el aire y enrojeciéndonos las palmas de las manos con un golpe seco y agradable. Pronto nos encontramos hablando a gritos acerca de la ciudad donde ahora vivía mi amigo, de lo lejos que estaba, del calor y cómo él y todos sus hermanos se habían enfermado durante la primera semana de vivir allí por culpa del agua, de las ratas tan grandes como conejos, de los cangrejos que un primo le enseñó a pescar, de las innumerables plazas, los puentes sobre el río, el castillo desde el cual se contemplan todas las casas y edificios y el mar y un sitio llamado la otra costa.

Y yo tuve que recordarle las cosas perdidas en su memoria: el papagayo gigante que lo arrastró y casi se lo lleva a las nubes; los juegos de pelota en la sabana; la vez que José, el mayor de los González, mató una culebra y se metió la cabeza en un bolsillo del pantalón, el cuerpo lo enrolló en su cuello y la cola en el otro bolsillo; el frío y la escarcha sobre las ventanas de metal, en diciembre, y la niebla a las seis de la mañana cuando debíamos ir a la escuela. Sin saber cómo, me encontré hablándole, susurrándole a pesar de la distancia que nos separaba, de los días que se iban quedando cada vez más solos, de los lamentos de mi madre y las maldiciones de mi padre, y él no estaba aquí cuando limpiaron la sangre de Teresa en el baño, ni escuchó el llanto de Sebastián en el velorio, ni mucho menos estuvo nunca en la casa del viejo, que no era una casa sino un sepulcro donde el viejo esperaba la muerte con resignación.

Entonces me callé; no podía seguir hablando. Aún faltaba mucho por decir, pero no tenía las palabras necesarias. Quise decirlas con las manos, con los ojos. Creo que él entendió; yo comprendí que uno de los dos, algún día, tendría que escribir esta historia.

Sort:  

¡Hola, @rjguerra! De este relato me gusta esa extraña sensación (de extrañamiento, quizá) que deja en el lector de no haberse enterado del todo del subterráneo mundo de cosas que suceden y que no necesariamente se cuentan, como si el relato verdadero se hubiese elidido. No sé si llamarle misterio, por las limitaciones del concepto, y porque la atmósfera del cuento es mucho más compleja y atrayente. En todo caso, me encanta esa sensación, me encanta este relato. Continuamos leyéndonos. ¡Saludos!

Hola, @reycard. Tienes razón, el cuento es casi todo su atmósfera; y lo que se sabe de los personajes es apenas un fragmento muy pequeño de sus vidas. Ahora que he tenido que releerlo, tengo ganas de volver a ese mundo (aunque, de alguna manera, siempre esté volviendo a ese mundo).

Esta historia me recuerda a Casas muertas de Otero Silva: la gente se va de un pueblo del que ya no se puede obtener nada.

No había pensado la relación con Casas muertas, pero es muy pertinente. Sobre todo considerando que la continuación de la historia de esta novela de Otero Silva es Oficina No. 1, que transcurre en El Tigre, situado a unos 15 kilómetros del Campo Sur de mi cuento. Saludos.

Hola @rjguerra. Con esta segunda parte me he conectado de forma tal que solo me queda agradecerte y felicitarte por el desenlace tan humano y cálido que le diste a tus personajes.

Gracias, @antolinamartell. Tengo siempre la tentación de volver a estos personajes.

Cuántas cosas nos perdemos en esta vida!! Me gustó el cuento mi estimado amigo. Un fuerte abrazo desde Chile!!!

Muchas gracias, @mario-trivelli. Me alegro que te haya gustado. Saludos desde Venezuela.

La verdad esperaba leer las dos partes para dar mi opinión: Me han gustado muchos aspectos; el primero es la sutileza de la narración como te trasporte a esos días perdidos en el caso del Viejo. Y claro, la psique de los personajes, su mundo interior esta muy bien desarrollado. La soledad de Teresa esta muy pero muy bien recreada. Leerte fue todo un viaje, me gusto mucho estar sumergido en aquel mundo de días pasados, de gobiernos caídos y de éxodo. Todo el relato esta en armonía con los elementos que dije. Aunque diseccionar los cuentos es quitarle un poco de su magia. Así que digamos que me ha encantado la magia que las has impregnado. Felicitaciones. Gracias por compartir.

Gracias por tus palabras, @poesiaempirica. La lectura como viaje es un concepto que siempre me ha atraído; si mi cuento resulta vehículo de ese viaje, me alegraré mucho. Nos seguimos leyendo.

¡Qué buena vuelta da el cuento! Una lectura muy agradable e interesante. Gracias por compartirlo.

Gracias a ti, @bertrayo, por leer y comentar.

Las historias están para ser escritas. Y está está escrita muy bien. Me conecto con el sentimiento de Antolina con respecto al paradero de los personajes. También la metáfora de lo que acontece a nuestros pies y que no vemos en nuestras vidas.

Gracias, @sandracabrera, por tu apreciación. Como comenté a @antolinamartell y a @reycard, los personajes de este cuento nunca me han abandonado del todo. Estoy seguro de que volveré a encontrarlos. Saludos.

!Hola! @rjguerra. Encantado de leer tus textos por este medio por el cual recién me integro. A partir de hoy estaré actualizando mi perfil y organizando mi Blog al cual ya estás invitado.

Lo había leído hace tiempo. Gracias por publicarlo por aquí, @rjguerra y darnos la ocasión de apreciarlo nuevamente en estos días (de diáspora y de permanencia, de tragedias individuales, de represión y destrucción, pero también de mirada testificante). Ese relato me gusta mucho: Teresa y el viejo son personajes para la historia de nuestra narrativa. También me atrae esa vuelta, ese bucle del final, sobre el propio narrador-personaje, entre otros varios aspectos.

Gracias, @josemalavem. Tengo la tentación de volver a estos personajes, aunque todavía no tengo muy claro cómo. Saludos.

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Muchas gracias por compartir, por cierto si te gusta la ciencia ficción te invito a ver mi último capítulo.

ya voté éste y el anterior.

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https://steemit.com/life/@asdrubal/suenos-humedos-de-un-maldito-freak-cap-00010-supernovas-bookchain

Con gusto pasaré por tu blog, @asdrubal. Y sí, me gusta la ciencia ficción. Gracias por votar y comentar.

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