Concurso @Provenezuela 1: Mi mamá es una loca.

Mi madre es una loca, mano. Pero es bella la condenada y bien arrecha.
Creo que eso te sonará muy familiar, pero no me importa, soy otro muchacho que para todo tiene su mamá y sólo estoy haciendo esto para poder valorarla mejor. Y para que cuando lo lea, llore como ella sólo lo sabe hacer y me de mis arepas grandes de ahuyama, coño.
Desde pequeño siempre me ha dicho:
—No te metas en la arena, Bernardo, que eso es para construir la platabanda.
Y siempre me encontraba metido en la arena. Un fin de semana, mientras ella me bañaba, me encontró arena hasta en las bolas. Me llevé senda pelada.
Que ya estaba pelado, pero bueno.
Justo hace un mes, me metí en un gran problema defendiendo a un señor de la comunidad porque no le querían dar el CLAP ya que no era padre de familia, él estaba solo y no vivía con nadie en su ranchito. Pero es que él también tiene derecho a comer.
—No te metas en la arena, Bernardo—me dijo ese día, en la casa de arriba, la cual era antes nuestra platabanda y que se construyó con la arena que tenía hasta las bolas hace doce años.
Es que siempre ando en la arena, ayudando a los demás, y por tanto siempre ando pelando bolas.
¿Pero sabes para que no ando pelando bolas? Para salir con mis panas.
Aún me acuerdo la primera vez que mamá me encontró borracho en el sofá de la casa. A penas se había hecho la casa de arriba y no sé cómo hice para subir las escaleras.
—Bernardo Enrique Barrios Rojas, coño e la madre, ¿en qué andas tú, muchachito? —dijo en voz baja pero las palabras venían tan rápido como una carrera de autos— ¡¿Estas tomao´?!—echó ese semerendo grito al final.
Mientras me agarraba del brazo, con su otra mano me daba cachetadas y me alaba la oreja izquierda. Entre mis mareos pude verle como apretaba los labios y como su piel morenita se ponía cada vez más roja como vino tinto.
Me lanzó a la ducha y me mojó con ropa y todo.
—Hueles asqueroso, como un borrachito. ¡No me voy a sorprender cuando lo vea por ahí en la calle todo tomado y tirado!¡Es que te juro que no!¡Y no te voy a ayudar!

Pero ahí estaba ella, ayudándome, haciéndome té. Mientras me decía cuántas neuronas había matado ese día y que mi riñón no iba a ser el mismo. Luego, me llevó a la cama, me dormí al instante y soñé con sus besos en mi sien.
Esa mujer pasaba horas, metida en la dirección de mi liceo. O, no, sólo un minuto en lo que callaba el director y podía volver a su clase porque ella era también profesora. Trabajaba en mi liceo, en un colegio y en la universidad. Era profesora de castellano.
Pero un día sí me dijo:
—Esto no puede seguir así, no puedo sólo ignorar al director, Bernardo.
—Pero má, tú sabes que yo no fui el que empecé.
—¡Ya lo sé! ¿Pero cómo hago si siempre andas metido en peos? Deja que los demás mueran solos.
—¡Eso es injusto! Más injusticia para este país.
—¡Ay! No vengas tú con esas.
Otra vez tenía los labios apretados y la piel color vino tinto.
Luego de varios días de reflexionar sobre cómo le hacía pasar malos ratos, tanto en la casa como en el liceo. Además de que siempre andaba ocupada y atareada con el trabajo del colegio, el liceo y la universidad. Esa mujer debería estar más loca de lo normal.
—Mami, ¿cómo es que me aguantas? —le pregunté mientras cenábamos.
—Con mi amor.
—¿Y cómo es tu amor? Necesito aprender amar así.
—Ah…el amor de una madre es inefable.
Mamá era muy inteligente, tenía dos licenciaturas, en letras y en derecho. Sabía muchísimo y leía muchísimo. Y a pesar de mi falta de neuronas, y las que ya estaban muertas, pude entender lo que me quiso decir.
—Tu madre si es inteligente—ella lo confirmaba en tercera persona.
Nos estábamos tomando las últimas cucharadas de una sopa de pollo. Ella hace dos semanas había comprado pollo y para que rindiera hizo una sopa con sopotocientos de vegetales y agua. Había dividido la sopa en potes pequeños y los había metido en el congelador. Así pues, cada día podíamos comer por lo menos un cuerito o retazo de pollo.
Esa mujer hacía de tan poco, mucho.
Yo empecé a trabajar porque la vaina se estaba poniendo difícil y porque estaba de vago recién graduado de bachiller. Después de un año de trabajo, con un dinero ahorrado y otra buena parte que me dio mamá, me pude comprar una motico. Uno se podía dar esos lujos en esos tiempos.
Y yo estaba bien fachoso con mi moto vale, yo le tomaba fotos y las publicaba en Facebook, iba a todas partes con ella. ¿Para qué mujer si ya tenía esa preciosura?
Y bueno, me la robaron al mes, pues.
Estaba en una de esas crisis de “¡Este maldito país…, no se puede vivir!” cuando ella entro a mi habitación, la vi con dos cafecitos en sus manos y sus ojitos aguarapados. Todo estuvo un poco mejor y pude escuchar el sonido de la lluvia tan sabroso, como el café que mamá traía.
Luego se recostó conmigo en la cama y nos metimos en la cobija para resguardarnos del frío. Ella me abrazó y me acarició el cabello como cuando era niño.
—Olamos bien el petricor—me dijo.
—¿Qué es eso?
—El olor de la lluvia, el olor a tierra mojada, papi—respondió.
Lo hicimos y eso fue santo remedio. Nos relajamos y nos quedamos dormidos. Cada vez que llueve y tenemos problemas, siempre hacemos eso y como siempre estamos así, pues olemos bien el preticor.
A veces, cuando no lo alcanzamos a oler bien desde la casa, nos salimos al patio y nos mojamos, pero olemos.
—Ni sé cuántas veces me regañaste por mojarme en la lluvia y mírate ahora—le decía.
—Callate, carajito.
Es como algo adictivo, porque es un placer de la vida y del mundo.
Sólo se necesita el amor de madre y el olor a tierra mojada para que nada te lastime, es como una súper capa protectora, mano. Deberías intentarlo.

Espero que aún pueda participar de este interesante concurso de @provenezuela :3.