Prosas de un amor que perdió sus versos: Antología irónica.
Hace ya un tiempo que sencillamente no maldigo ya al tiempo, que ya no te pienso tanto, que no me visitas entre ausencias de cordura y arrebatos de emocionalidad (o eso me gusta pensar). Hace ya un tiempo desde que me pediste una especie de antología de nuestro amor, como si hubieras perdido la memoria, como si sencillamente no lograras recordar todos los detalles que yo preservé -en medio de tus acusaciones en las que me llamabas distraido- cuando estaba ocupado guardando nuestros momentos en mi mente.
Siempre recordaré mis conversaciones con Claudio, recuerdo que siempre me señalaba que era un pangolo, evidentemente jamás le pregunté qué significaba -¿cómo hacer frente a ese aire y mirada de sorpresa al demostrarle que no sabía a qué se refería?-. Supongo que tenía que ver con mi poesía, la manera en que escribía, percibía o incluso se reflejaba la realidad en mis ojos y sin querer, esbozaba en ocasiones en mis palabras cuando recitaba o se me iba la emoción.
Cómo olvidar aquella noche, una de tantas en las que al final, en la madrugada sólo quedaban de pié los que les gustaba hablar de la vida, o más bien de la existencia. Era una de las numerosas reuniones que ocurrían en casa de Sofía, esas de las que siempre te hablé, pero a las que jamás asististe, a no ser que yo te evocara entre significantes caprichosos (como usualmente ocurría, desprevenidamente). Eran cerca de las 3 am y se mezclaban en el aire, el licor, el cigarro y las despreocupaciones de unos universitarios soñadores. “Deja de ser tan pangolo, tu andas por ahí entregando todo, creyendo en etiquetas carentes de significación, en paraísos inventados, al fin y al cabo todo es efímero, asúmelo, no somos más que hedonistas a los que les gusta complicarse con pajas intelectuales” me replicó Claudio cuando le comencé a hablar. Esa noche, fue la primera vez que lo hice dudar de sí mismo, le hablé de ti, de nosotros; le expliqué que la misma realidad se doblaba, el tiempo se relativizaba y mis más fuertes argumentos se desmoronaban cuando nos besábamos, que si hubiese muerto en cualquiera de nuestros besos no me hubiese arrepentido y que prefería dejar de respirar a dejar de bailar con tu lengua. Recuerdo que se me quedó viendo un momento, fumó su cigarro, tomó un poco de su trago mezclado con refresco. “Eres un mal intenso- me dijo colocando nuevamente el cigarro en su boca- crees que puedes andarte por ahí así, la realidad es más vacua de lo que crees, eso también terminará”. No sabía si ir más lejos, no solía hablar de ti con casi nadie, pero debo admitir que me causo una ligera indignación que hablara con tal soberbia sobre algo ajeno a él, no tuve más opción que responderle -que no había vacío posible si nuestros ojos eran los espejos del otro, y de esa forma cada día podíamos perdernos en el reflejo infinito de nuestra cambiante percepción- le explicaba que yo no te elegía porque sencillamente habías llegado y me habías arrebatado toda pizca de elección y mi vida sólo soñaba con verte, que lo hiciste todo sobre ti, le expliqué que gracias a ti, entendí el concepto del nirvana, porque sólo a tu lado llegué a sentir tantas veces, ese maravilloso estado de no necesidad. Claudio me miró y me dijo antes de irnos a dormir “puede que tú tengas razón después de todo, quizás yo sencillamente no he tocado eso que tu llamas, lo sublime”. Esa fue la primera vez que Claudio reconoció uno de mis argumentos cursis, así le gustaba llamarlos.
A la mañana siguiente te vi, me besaste y abrazaste, al cabo de un rato preocupada, me preguntaste: “¿qué sería de mi vida sin ti? no tienes ni idea de lo mucho que te amo, a veces me preocupo porque sé que te amo más de lo que tú me amas a mí, ¿y si te aburres de mí?”. Te miré con una sonrisa, te besé la frente (siempre lo hacía), tú no entendías, no podías hacerlo, eras demasiado pragmática, demasiado realista. Yo quería hacerte entender que mi amor por ti era cuántico, que mi energía por ti podía ser materia y volver a ser energía y que ni siquiera me permitía la posibilidad de una vida sin ti, porque en el mismo momento de considerarlo lo hacía posible- me volteabas los ojos, no te gustaba que te hablara de forma abstracta, pero no podía evitarlo-. Yo quería explicarte que mis letras eran reales, que cada poema que se escribió por tu inspiración era como mi amor cuántico por ti y que nuestra percepción y concepción del mismo podían transformar la realidad misma a nuestro favor. Tu no entendías que yo estaba mucho más arruinado, porque siquiera podía preguntarme como sería una vida sin ti y por tanto, tu preocupación era insensata, porque yo te amaba mucho más, más de lo que podía entender, más de lo que me bastaron las metáforas o las letras, más de lo que me alcanzaron los días, los errores y las cosas que no pude mostrarte, que no quisiste ver y que en algún punto ya no pude recitar (o no pudiste escuchar).
Hoy no te tengo cerca -no te tengo a unas horas de los aires de alcohol mezclados con cigarro y los sueños universitarios, en una reunión en casa de Sofía-, ni a Claudio tampoco, para decirle que quizás, él no se había equivocado.
Encantado de leerte, amigo @rabitt11. Qué buena muestra de sentimientos y vivencias amorosas. Me alegra que nos compartas este tipo de textos. Será un placer seguirte leyendo.
Entonces será equitativo, porque también me ha encantado leer tus escritos, un abrazo, gracias por detenerte a valorar mi arte. ¡Que se exalte la expresión!
Me encantan esa clase de escritos que te llenan, que te dejan sin palabras y sólo terminas con una sonrisa por todo aquello que acabas de leer.
Me ha gustado mucho pasarme por cada una de tus letras. ¡Saludos!
Adoro leer tus comentarios, siempre son una inspiración para seguir compartiendo mi arte y mi expresión. Es un placer que mis letras hayan paseado contigo. Me encanta haber generado eso en ti con mi escrito. ¡Un abrazo!